CENSO A ISRAEL
Luego de la mortandad (producida por el pecado de Israel de dejarse seducir por las hijas de Moab), Jehová ordenó a Moisés y al sumo sacerdote Eleazar, hijo de Aarón, levantar un nuevo censo de los hijos de Israel, individualizados por sus casas patriarcales, a fin de determinar cuántos eran mayores de veinte años, aptos para la guerra. En suma, los hijos de Israel aptos para ir a la guerra totalizaron seiscientos un mil setecientos treinta hombres. Asimismo, Jehová instruyó a Moisés repartir las tierras en proporción a la población de cada tribu, es decir, las tribus más grandes deberán recibir una mayor superficie de tierra; y las pequeñas, una menor. Pero la repartición se hará por sorteo entre los grupos de tribus grandes y pequeñas. En cuanto a los levitas, éstos se dividirán según las familias de los hijos de Leví, es decir: los gersonitas, descendientes de Gersón; los coatitas, descendientes de Coat, y los meraritas, descendientes de Merari. De Coat descendía Amram, quien se casó con otra levita llamada Jocabed; ellos eran los padres de Moisés, Aarón y Miriam. Los hombres de los clanes levitas de un mes o más sumaron veintitrés mil, pero no fueron contados con el resto de los israelitas, porque a ellos no se les iba a asignar tierras. De todos los censados por Moisés y Eleazar en los campos de Moab, junto al Jordán, frente a Jericó, no quedaba ninguno de los censados por Moisés y Aarón en el desierto de Sinaí, excepto Josué y Caleb, porque todos ellos ya habían muerto en el desierto, cumpliéndose la palabra de Jehová cuando los condenó por causa de su rebeldía. (26:1-65)
* Los que estaban a punto de entrar en Canaán no eran los mismos que fueron censados al salir de Egipto, sino sus hijos, porque los padres, excepto Josué y Caleb, habían sido condenados a morir en el desierto por su rebelión, cuando se negaron a avanzar hacia Canaán, tras dejarse influenciar por los testimonios cobardes de diez de los doce espías enviados a reconocer la tierra.
Esto me hace recordar las palabras de Jesús cuando dijo que muchos vendrán de distintas tierras y entrarán al reino de los cielos, y que, en cambio, "los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes" (Mt 8:12).
Efectivamente, ser judío, o descendiente de Abraham, no garantiza la entrada al reino de los cielos, ni cumplir con la ley es sinónimo de salvación, primero, porque nadie puede, y, segundo, porque, como hemos dicho reiteradamente, la doctrina religiosa bajo la cual se cobijan los judíos ya cumplió el rol para el cual fue enseñada, cuando el Mesías se hizo presente. Lamentablemente, no todos los de su pueblo reconocieron a Jesús como el Mesías, y peor aún, lo mataron por manos de los romanos. Sin embargo, el tropiezo de los judíos no fue obstáculo para que el plan de Dios siguiera su curso, que es dar gratuitamente, a los llamados al Reino, la posibilidad de nacer de nuevo para tener vida eterna. El Señor sigue llamando: "Todos los sedientos, vengan a las aguas; y los que no tengan dinero, vengan, compren y coman. Vengan, compren vino y leche sin dinero y sin costo alguno. ¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no sacia? Escúchenme atentamente, y coman lo que es bueno, y se deleitará su alma en la abundancia. Inclinen su oído y vengan a Mí, escuchen y vivirá su alma. Y haré con ustedes un pacto eterno, conforme a las fieles misericordias mostradas a David." (Is 55:1-3 NBLA - sugiero leer el capítulo completo, pues, habla hermosamente de la salvación que Jehová nos dio por medio de Su Ungido, Jesús el Mesías de Israel).
Con todo, estaba escrito que el Mesías debía morir, para, mediante Su resurrección, despojar a Satanás del poder que ejerce, por medio de la muerte, sobre la humanidad sin Cristo, a causa del pecado heredado de Adán que nos condena desde el nacimiento; pecado que yace en nuestro cuerpo carnal, por lo cual, dice la Escritura: "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1Co 15:50), y que, "el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (...) "el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es". (Jn 3:3,5-6)
Está claro, entonces, que el que anhela ver el reino de los cielos debe nacer de nuevo; para lo cual sólo basta con creer en Aquél que abrió el camino al trono de Dios. El nuevo nacimiento no se produce por voluntad humana, sino por el poder del Espíritu Santo sobre el que confiesa a Cristo como Señor de su vida; sin embargo, aunque es por Voluntad Divina, para ser salvo, el hombre tiene la responsabilidad de obedecer el llamado y arrepentirse. Dice la Escritura que Dios (por medio de su Palabra) nos hará ver nuestro pecado, y que despertará nuestro oído para ser corregidos, y para que nos convirtamos de la iniquidad, y advierte: "Si oyeren, y le sirvieren, acabarán sus días en bienestar, y sus años en dicha. Pero si no oyeren, serán pasados a espada, y perecerán sin sabiduría" (Job 36:9-12).
Ya no hay vida en la Jerusalén terrenal, la del otrora majestuoso templo hecho de piedras, del cual sólo quedan ruinas, lo que, sin dudas, es señal para los judíos de que lo terrenal no les conducirá a lo eterno, que es el anhelo intrínseco de todo ser humano. Por más que se esfuercen, los hijos de la Jerusalén terrenal no entrarán al Reino de los cielos, a menos que se arrepientan de su incredulidad, y reconozcan que Jesús, al que traspasaron, es el Mesías Redentor. Mientras sigan rechazando al Hijo de Dios, siguen estando muertos espiritualmente.
Ahora es tiempo de que nazcan los hijos de la Jerusalén redimida, la celestial, la iglesia de Jesucristo, que son los engendrados del Espíritu Santo; salvos no por obras, sino por la fe en la sangre del Hijo de Dios. Gente de todo linaje y lengua y pueblo y nación (judíos incluidos), que están siendo llamados para heredar el reino.
DERECHOS DE HERENCIA
* Si bien es cierto, el hombre es cabeza de la mujer aquí en la tierra, en lo que se refiere a los derechos hereditarios de los hijos de Dios, no hay diferencia entre hombres y mujeres, porque en Cristo somos todos iguales.
MUERTE DE MOISÉS Y LA UNCIÓN DE JOSUÉ
* Las aguas de la rencilla es el lugar donde Moisés y Aarón no reconocieron la gloria de Dios, lo que determinó, no sólo que ellos fueran desautorizados para conducir a Israel a la tierra prometida, sino que ni siquiera ellos iban a entrar. Es lo mismo que hicieron los líderes judíos cuando vino Jesús el Mesías: en vez de dar gloria a Dios por el privilegio de ser testigos de la presencia del Hijo de Dios en la tierra, menospreciaron al Redentor de Israel, lo persiguieron y condenaron a muerte.
Como podemos desprender de este texto, los golpes que Moisés y Aarón propinaron a la peña, para sacar agua de ella en el desierto, estaban señalando lo que el Mesías, la Roca de nuestra salvación, debía sufrir en manos de los líderes del pacto mosaico. De hecho, éste es uno de los pasajes que, de forma velada, hablan de que el Mesías debía padecer para entrar en su gloria. Sólo Su sacrificio iba a hacer posible que de Él brotara la fuente inagotable de agua para sanidad y vida eterna de la cual hablaron los profetas, porque, por la fe en su muerte y resurrección, podemos morir y volver a nacer, por el agua de vida, que es el Espíritu Santo en nosotros.
** Jesús o Yeshúa es el diminutivo de Yehoshua que en hebreo significa "Jehová Salva". Es el mismo nombre con que Moisés llamó al hijo de Nun: Yehoshua, que al español fue traducido como "Josué". No sabemos qué impulsó a Moisés a cambiar el nombre de Oseas, que significa "salvación", por el de Yehoshua, pero podemos deducir que, al hacerlo, estaba diciendo que la salvación de Israel no dependía del hombre, sino de Jehová. En la obra de Josué se muestra un tipo de Jesús, porque Jesús es el buen Pastor que guía a Israel a la vida eterna. Nadie es salvo por cumplir la Ley, sino por la fe en el Hijo de Dios, quien, por la ofrenda de su vida en la cruz, hizo posible que tuviéramos entrada al cielo. La Palabra dice que "en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." (Hch 4:11-12).
OFRENDAS Y CONMEMORACIONES DE ISRAEL
* Cuando estudiamos el libro de Levítico, hicimos un detallado análisis del Capítulo 23, que habla sobre las fiestas solemnes que Jehová mandó conmemorar cada año a Israel, y vimos que estas fiestas tenían por finalidad, primero, permitir que Israel mantuviera frescos en su memoria los recuerdos de las maravillas que Jehová hizo por ellos, cuando los rescató de Egipto por manos de Moisés, y entró en pacto con ellos, dándoles una ley para que conocieran su Voluntad y la pusieran por obra; y, segundo, para preparar el camino que llevaría a Israel hasta el tiempo de su redención espiritual de manos de su Mesías.
En efecto, aunque ninguna de esas ceremonias tenía poder de expiar y justificar para siempre, estaban preparando a Israel para el día de su salvación, cuando la justificación sería por la fe en el Mesías y no por hacer obras, porque el mismo Hijo de Dios iba a ser el sacrificio de paz, ofrenda de olor grato, para reconciliar a los escogidos con su Dios, al entregar Su Vida en la cruz por nosotros como un Cordero pascual.
Cuando profundizamos en estas conmemoraciones, podemos ver que cada una de esas ofrendas encendidas de olor grato a Jehová, los panes amasados, las libaciones, nos hablan de la salvación que Jehová nos dio por medio de su Hijo; de Su cuerpo inmolado en la cruz; de la expiación hecha por por medio de Su sangre; de la necesidad que tenía el pueblo santo de un sacrificio sustitutivo para estar en paz con Dios.
El Apóstol Pablo, en la carta escrita a los corintios, confirmó este argumento cuando dijo que Jesucristo es nuestra Pascua sacrificada, agregando que ahora es tiempo de que celebremos la fiesta de los panes sin levadura, queriendo decir con ello que es tiempo de limpiarnos de toda la malicia que es propia de los que no conocen a Dios, y comenzar a vivir para la gloria del Señor.
Luego, el primer día del séptimo mes (del antiguo calendario lunar hebreo; fecha que corresponde a un día de septiembre u octubre en nuestro calendario) celebrarán la fiesta de las trompetas. Convocarán a asamblea y, nadie debe trabajar aquel día. Se harán sonar las trompetas, y se ofrendará un becerro, un carnero y siete corderos en holocausto, con sus panes de flor de harina amasada con aceite, y libaciones, y un macho cabrío para expiación y reconciliación. El día diez del mismo mes, se celebrará el día de la expiación. Aquel día el pueblo deberá humillarse ante Dios, y presentar un becerro, un carnero y un cordero para holocausto, con sus respectivas ofrendas de harina amasada con aceite por cada animal ofrecido, además de un macho cabrío por expiación por el pecado. El día quince se iniciará el festival de las enramadas que durará siete días. El primer día habrá santa convocación y nadie trabajará. Durante los siete días, cada jornada se ofrecerá holocausto de becerros (que comenzará en once becerros, disminuyendo uno cada día, hasta llegar a ser siete el séptimo día), dos carneros y catorce corderos, con sus respectivas ofrendas de flor de harina y libaciones, en cantidades especificadas en la ley, además del macho cabrío para expiación. Al octavo día, habrá nuevamente santa convocación y no trabajarán. Ofrecerán holocausto de animales, además de la ofrenda de harina amasada con aceite y sus libaciones, según manda la Ley. Todas estas ceremonias se llevarán a cabo sin dejar de ofrecer los holocaustos continuos, con sus ofrendas y libaciones. Por último, dijo Moisés: "Estas son las ofrendas que presentarás al Señor en las fiestas designadas, aparte de otras promesas, ofrendas voluntarias, holocaustos, ofrendas de cereales, ofrendas líquidas y sacrificios de comunión que quieras presentarle" (Nm 29:39 NVI) (29:1-40).
* Cada uno de estos festivales es un simbolismo que habla de las etapas de la redención. Por ejemplo, la fiesta de las trompetas haría referencia a las siete trompetas de que se habla en el libro de Apocalipsis. Dice Juan que, cuando el Cordero abre el séptimo sello, se entrega siete trompetas a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios. Cada vez que un ángel toca una trompeta, se desata un evento. Algo que nos puede ayudar a entender los tiempos, es que Pablo señala que Jesucristo retornará por su iglesia cuando suene la última trompeta. Suponiendo que la última trompeta de que habla Pablo es la séptima trompeta de Apocalipsis, podemos deducir que, tanto los eventos de los siete sellos como los de las siete trompetas son hechos que ya comenzaron a suceder, probablemente, desde el momento en que Jesucristo fue glorificado tras su resurrección. (Debido a lo complejo que es dar una correcta interpretación de un libro tan lleno de simbolismos como el Apocalipsis, no profundizaré ahora en aquello, sin embargo, espero publicar mi estudio personal sobre ese libro próximamente).
El día de la expiación hace referencia al día en que Jesús fue inmolado en la cruz, como el macho cabrío que se ofrece en sacrificio a Jehová para propiciación por nuestros pecados, y también como el que, estando vivo, es conducido al desierto, cargando sobre sí la iniquidad del pueblo. Estos sacrificios enseñaban a Israel la necesidad que el hombre tenía y tiene de la intervención divina en su salvación, pues, para el hombre es imposible que pueda purificarse a sí mismo para entrar al Reino de los cielos. Pero Dios tuvo misericordia de nosotros, y envió a su Hijo, quien pagó en lugar del pecador, liberándolo de la condenación eterna.
En cuanto a la fiesta de las enramadas, aprendimos que se refiere a nuestra vida en la tierra después de haber sido justificados en la sangre del Cordero de Dios, Jesús el Mesías. Nosotros, dice la Palabra, ya no somos del mundo, pero estamos en él, y debemos vivir aquí como extranjeros y peregrinos, igual como lo hicieron los padres que recibieron la promesa de que heredarían la tierra, Abraham, Isaac y Jacob, quienes vivieron en tiendas o tabernáculos (como quien está de paso), con su fe puesta no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, pues, dice la Escritura, ellos murieron con la esperanza de recibir una patria celestial, "la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (He 11:10), la cual heredaremos todos al mismo tiempo, los del antiguo y nuevo pacto, cuando nuestro Señor venga por nosotros, y nos diga: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo" (Mt 25:34).
LOS VOTOS A JEHOVÁ
* Hacer una promesa a Dios es algo serio. El sabio Salomón escribió: "Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas" (Ecl 5:5), porque Jehová no se complace en los insensatos. Jesús también aconsejó ser de una palabra, es decir, si decimos "sí", que sea "sí", y si decimos "no", que sea "no".
VENGANZA CONTRA MADIÁN
* La muerte de todo varón, seguramente, tiene que ver con que el varón es el portador de la simiente que trae vida, por lo cual, no podían arriesgar la unión de estos hombres idólatras con las mujeres israelitas, evitando así que esa simiente de maldad contaminara a Israel. En cuanto a las mujeres, sólo podían vivir las que no hubieran tenido intimidad con varón madianita, porque, dice la Escritura, cuando un hombre se une a una mujer forman una sola carne.
Estos eventos hablan de la santificación del pueblo de Dios. Un creyente no debe hacer alianzas de ningún tipo con los incrédulos, ya sea en matrimonio, sociedades laborales, etc., porque corre el riesgo de que el incrédulo lo aparte del camino de la Verdad.
La palabra cónyuge significa "con yugo", y hace referencia a las yuntas de bueyes, que deben ser de fuerzas similares para que los surcos en la tierra sean rectos. Es decir, cuando un hombre y una mujer se unen en matrimonio empiezan a caminar como un solo cuerpo; si son desiguales en fuerza, el más fuerte llevará al más débil por sus caminos. Además, no podemos olvidar que cada uno de los creyentes somos templo de Dios, y somos un Espíritu con Cristo cuando nos unimos a Él, en consecuencia, no tenemos derecho a dar lo que es de Dios a los inmundos.
PURIFICACIÓN DE LOS DESPOJOS
El botín de guerra fue repartido según lo ordenado por Jehová. Todo lo que podía resistir el fuego, como oro, plata, bronce, hierro, estaño y plomo debían ser pasados por fuego para purificación, y también por agua de purificación para dejarlos ceremonialmente puros. Los que no eran resistentes al fuego, debían pasar por agua de purificación solamente. También ordenó Jehová que todos debían lavar sus ropas al séptimo día para quedar purificados y poder regresar al campamento. Del botín obtenido, así como de las prisioneras de guerra, se hizo un recuento, y se repartió en dos partes iguales, quedando la mitad del botín para los que fueron a la guerra, y la otra mitad para el pueblo, habiendo previamente deducido la porción a ofrendar a Jehová, que iba a ser entregada a los sacerdotes, y otra parte para los levitas, quienes tenían a su cargo el cuidado del tabernáculo, en porcentajes según lo especificado por Jehová. Como ninguno de los israelitas que fue a la guerra perdió la vida, los oficiales a cargo de las tropas quisieron dar como ofrenda a Jehová una porción del botín de guerra que cada uno había tomado para sí, consistente en artículos de oro que fueron traídos al tabernáculo. (31:21-54)
* Hablando de la restauración de Sión, Isaías profetizaba: "¿Será quitado el botín al valiente? ¿Será rescatado el cautivo de un tirano? Pero así dice Jehová: Ciertamente el cautivo será rescatado del valiente, y el botín será arrebatado al tirano; y tu pleito yo lo defenderé, y yo salvaré a tus hijos" (Is 49:24-25).
Por su parte, Jesús, respondiendo a los fariseos que lo atacaban, dijo: "si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios. Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa" (Mt 12:28-29). A la luz de esta palabra, podemos entender que, cuando Jesús venció a Satanás en la cruz, lo ató y, lo que está haciendo ahora es saquear su casa, arrebatando de las manos del tirano multitud de almas que mantenía cautivas por causa del pecado.
Si bien es cierto, el maligno aún ejerce dominio sobre los del mundo, es decir, los que no están en Cristo, no tiene poder sobre los que tienen el Espíritu Santo morando en ellos, porque mayor que el espíritu del engaño es el de Dios; sin embargo, puede zarandearnos si Dios se lo permite, pero no puede hacer lo que él quiera, porque el Señor le pone límites, y todo lo que Dios permite, lo hace con un buen propósito, como es el disciplinar al que ha cedido a las tentaciones para que se vuelva al camino, o podar al "pámpano" que da fruto "para que lleve más fruto" (Jn 15:1-2).
** Como vemos en el texto que estamos estudiando, no todos los metales pueden resistir el fuego. Algunos sólo debían purificarse en agua de purificación (vv. 22-23). Juan el Bautista, refiriéndose al Mesías dijo: "Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, (...) él os bautizará en Espíritu Santo y fuego" (Mt 3:11). Más adelante, Jesús dijo: "Fuego vine a echar en la tierra; ¿y qué quiero, si ya se ha encendido?" (Lc 12:49).
El bautismo de Juan era en agua de arrepentimiento, es decir, la sumersión en agua era una señal de arrepentimiento y de aspirar a tener una conciencia limpia ante Dios. El arrepentimiento es esencial para la regeneración, pero, para que ésta se produzca, es necesario creer en Jesucristo, y lo que hizo en la cruz por nosotros; sólo entonces Dios nos da el bautismo que salva, que es el del Espíritu Santo, la verdadera agua que limpia y regenera, porque borra nuestra iniquidad por la fe en Aquél que murió en nuestro lugar.
Ya dijimos que nosotros somos el botín de guerra que Jesús está arrebatando a Satanás; por tanto, si es necesario, para quitar de nosotros las inmundicias con que llegamos a Cristo, pasaremos por el fuego de las pruebas y tribulaciones. No obstante, Dios nunca permitirá que seamos probados más de lo que podemos soportar. Aunque duele, como dice la Palabra, ese fuego siempre obrará para el bien de los que aman al Señor, porque su fin no es hacer daño, sino formar el carácter de Cristo en los creyentes.
*** Ninguna vida de los que combatieron contra Madián se perdió (vv. 48-49). Asimismo, Jesús, refiriéndose a las ovejas que Dios puso bajo su cuidado, dijo: "yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano" (Jn 10:28), esto, porque la salvación no se pierde, de lo cual tenemos garantía por el Espíritu Santo que nos fue dado. Dice la Escritura: "cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios, para alabanza de su gloria" (Ef 1:13-14 NVI)
**** Para entrar al campamento, debían lavar sus vestidos el séptimo día (v. 24). El séptimo día, como hemos dicho en otros estudios del pentateuco, se refiere a este tiempo en que Dios está salvando por gracia a los que creen en la sangre de Jesús. Jesús es nuestro reposo; Él es el shabat del Antiguo Testamento, el séptimo día. Es decir, éste es tiempo de lavar, por fe, nuestras vestiduras en la sangre del Cordero que fue inmolado en nuestro lugar, para darnos vida eterna en Él. Dice la Palabra: "Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos" (Ap 7:13-17).
LOS PRIMOGÉNITOS ¿SON LOS PRIMEROS?
* Cuando Jesús resucitó, permaneció con sus discípulos durante cuarenta días hablándoles del Reino; y antes de ser alzado y recibido en una nube para ascender a la diestra de Dios, ellos le preguntaron si iba a restaurar el reino de Israel en aquel tiempo, a lo que el Señor respondió: "No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad..." (Hch 1:7). Recordemos que hasta ese momento los discípulos que Jesús había preparado eran sólo de nacionalidad judía, y ellos estaban convencidos que la salvación iba a ser sólo para su pueblo; pero los planes de Dios y del Hijo no se limitaban a la nación de Israel.
Lo interesante es que, en seguida, vemos a Jesús instruir a sus discípulos algo similar a los que Moisés instruyó respecto a los descendientes de estos hijos de Israel, que querían recibir tierras antes que el resto de sus hermanos. Luego de anunciarles que iban a ser bautizados en el Espíritu Santo, Jesús continuó diciendo: "y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch 1:8), es decir, aún quedaba camino por recorrer para llegar a la meta, y en esta etapa, ellos acababan de ser constituidos apóstoles de Jesús para expandir el evangelio.
En otras palabras, los primeros judíos llamados al Reino, si bien fueron los primeros en recibir el evangelio, no iban a recibir su heredad antes que el resto, porque Jesús los había discipulado para que, cuando Él ya no estuviera en cuerpo, continuaran la obra que Él había iniciado, y siguieran anunciando las buenas nuevas a todo el mundo, partiendo por Jerusalén. Aunque hasta ese momento, los apóstoles no habían comprendido lo que eso significaba, y, probablemente, pensaron que de Samaria y de lo último de la tierra serían rescatados sus hermanos judíos, pasado un tiempo entendieron, por revelación, que Jesús hablaba de gente de "todo linaje, y lengua y pueblo y nación" (Ap 5:9) que, igual que ellos, iban a ser hechos sacerdotes del reino para seguir anunciando, hasta el fin de los tiempos, las virtudes de Aquel que llama a sus escogidos de las tinieblas para llevarlos a Su Luz Admirable.
Como ya hemos dicho durante este estudio, el autor de la carta a los hebreos dice que, los padres de la fe Abraham, Isaac y Jacob, y los primeros creyentes, vivieron en la tierra prometida en tabernáculos, como extranjeros, porque esperaban "la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (...) "Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra" (He 10, 13), porque anhelaban algo mejor: una patria celestial, dice la Escritura, la cual heredaremos todos el mismo día, cuando la novia sea presentada al Cordero santa, pura, limpia, sin mancha.
** Muchas veces ocurre que, cuando los cristianos decimos que el único camino a la salvación es creer en Jesucristo, nos preguntan: ¿y qué pasa con los que vivieron antes de la llegada del Hijo de Dios? ... Es posible que este pasaje, donde vemos que algunos de ellos recibieron sus tierras al este del Jordán, esté respondiendo a esa inquietud.
En la carta a los Hebreos, leemos que los israelitas que no entraron al reposo de Jehová, después de salir de Egipto, fueron aquéllos que no creyeron al Señor. Es decir, la salvación siempre ha sido por fe; primero, en YHWH, (Jehová), el único Dios vivo, y ahora, en el Hijo de Dios, que es Dios sobre todas las cosas, enviado por Jehová para morir en nuestro lugar, a fin de darnos vida eterna en Él.
Si no creemos que Jesús nos sustituyó en la cruz, no hay forma de que seamos salvos, porque es necesario que, por fe, hagamos nuestros su sacrificio y resurrección. Dice la Escritura: "En él [Cristo] también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha a mano, al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo; sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados" (Col 2:11-13 - énfasis añadido).
Por tanto, todos aquéllos, a través de todas las generaciones de hebreos, que vivieron igual que Abraham, quien creyó en Jehová y actuó en consecuencia, han sido salvados sin haber conocido a Cristo. Entre ellos, sin dudas, están incluidos todos los llamados "héroes de la fe" de Hebreos 11.
Con respecto a los gentiles que vivieron antes de Cristo, y aquéllos que, por estar muy lejos de la civilización, no han oído hablar del Señor, leemos en Romanos: "cuando los gentiles, que no tienen la ley, cumplen por instinto los dictados de la ley, ellos, no teniendo la ley, son una ley para sí mismos. Porque muestran la obra de la ley escrita en sus corazones, su conciencia dando testimonio, y sus pensamientos acusándolos unas veces y otras defendiéndolos, el día en que, según mi evangelio, Dios juzgará los secretos de los hombres mediante Cristo Jesús." (Ro 2:14-16 NBLA). Por tanto, si bien es cierto, es necesario llevar el evangelio de Jesucristo a todas las étnias; no es menos cierto que "desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa" (Ro 1:20 NVI); es decir, no haber escuchado el evangelio o no haber oído hablar del Dios de la Biblia no exime a nadie de recibir la ira de Dios, pues, ya que el Señor se ha revelado por medio de la creación, si alguien niega su existencia es simplemente porque decidió ignorarlo. Como dice el versículo antes citado, será la propia conciencia del individuo la que lo defenderá o acusará cuando Cristo venga para juzgar al mundo.
*** Quizás podemos extraer un último mensaje oculto tras la decisión de esas tres tribus, de querer tomar posesión de tierras antes de atravesar el Jordán, y es que con esto se estaría mostrando a esa porción del pueblo judío que, enceguecido por las cosas que se ven, perdieron de vista la salvación por gracia que Jehová les estaba regalando en Jesucristo cuando éste se manifestó; y, en vez de reconocer el cumplimiento de las Escrituras que hablaban de la venida del Mesías, menospreciaron al Hijo de Dios, porque no vieron más que a un simple carpintero, y no al gran guerrero que ellos habían imaginado que vendría a salvarlos. Lo lamentable es que muchos de sus descendientes siguen ciegos hasta ahora.
Sobre los patriarcas de las tribus que escogieron permanecer al este del Jordán, sabemos que Rubén era el primogénito de Jacob con Lea, su primera esposa; Gad, el primogénito de Zilpa, la esclava de Lea, y Manasés el primogénito de José con su esposa egipcia, nacido en Egipto. Haber sido el primer hijo de sus madres no significó para ellos ninguna ventaja por sobre sus hermanos. De hecho, ninguno de ellos recibió la bendición de primogénito, como vimos al estudiar el Génesis: Rubén perdió la primogenitura, porque durmió con la concubina de su padre; Gad, era primer hijo de la sierva Zilpa, pero no de Jacob; y Manasés no tuvo la oportunidad, porque Jacob dio a Efraín, el hijo menor de José, la bendición de primogénito, luego de profetizar que Efraín iba a ser más grande que Manasés.
Esto de que el primogénito pierde sus derechos de primogenitura aparece repetidamente en las Escrituras, con el fin de mostrar que el pueblo judío, siendo el primogénito, no puede ser el heredero de las promesas mientras permanezcan siendo sólo carne y sangre. Ellos, igual que los escogidos del resto del mundo, deben renacer del Espíritu Santo para heredar las promesas hechas al padre de la fe, para lo cual, necesitan arrepentirse de su incredulidad y de haber crucificado al Hijo de Dios, y creer en Jesús, reconociéndolo como Señor y Cristo. Al respecto, la Escritura dice: "esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción" (1Co 15:50); y también: "Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito" (Zac 12:10); y "aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar" (Ro 11:23).
Las primeras manifestaciones que dan testimonio del cumplimiento de esa profecía de Zacarías, comenzaron a ocurrir con la venida del Espíritu Santo, cuando, de acuerdo al relato del libro de Hechos, Pedro, lleno del Espíritu de Dios, predicaba a los judíos presentes en Jerusalén el día de Pentecostés: "Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2:36-38). Es un milagro que aún sigue ocurriendo por obra del Espíritu Santo, que está abriendo los ojos y oídos al remanente de Israel guardado para salvación, el que está siendo llamado, en tanto entra la plenitud de los gentiles al reino, hasta que el Señor regrese. Así todo Israel (el de la fe de Abraham, no según la carne) será salvo.
El que se arrepiente de su incredulidad recibe la ciudadanía de verdadero Israel, y tendrá su morada en la nueva Jerusalén, la ciudad del pueblo santo que, como Jacob, durante su vida terrenal tuvo un encuentro con Dios; se humilló ante Él, y recibió un nuevo nombre, una nueva vida espiritual por la fe. Aunque, igual que Jacob cuando se volvió Israel, el nuevo hombre no dejará de cojear, lo que le resta de su vida en la carne, luchará persistentemente por hacer sendas derechas para sus pies, de manera que la pierna coja, que es la carne con su pecado inherente, no se descoyunte. El sello que distinguirá al nuevo hombre es que vivirá su vida en Cristo procurando seguir "la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He 12:14).
PEREGRINAJE DE ISRAEL DESDE EGIPTO AL JORDÁN
* Este resumen del peregrinaje de Israel, desde que salió de Egipto hasta encontrarse a punto de entrar a la tierra prometida, permite a las generaciones posteriores entender los tiempos divinos, porque en el Israel del Antiguo Testamento Dios nos muestra las etapas de la redención del Israel del nuevo pacto.
Así como el pueblo hebreo en el pasado fue rescatado de la esclavitud de faraón en Egipto, los cristianos fuimos rescatados del dominio que Satanás ejerce sobre este mundo inmerso en tinieblas. Ya no somos esclavos del pecado, sino hijos de Dios, y si hijos, herederos de las promesas hechas a Abraham, el padre de la fe.
Como lo hemos dicho reiteradamente, la iglesia es la Jerusalén redimida, la nueva Jerusalén, porque la nueva Jerusalén es el cumplimiento de la promesa hecha a Israel por medio de Ezequiel, cuando Jehová dijo: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios" (Ez 36:26-28). También es el cumplimiento de la promesa hecha a Abraham, de que en su simiente, que es Jesús, todas las familias de la tierra sería bendecidas, pues, esta Jerusalén, la celestial, reúne gente de toda tribu, lengua y nación, judíos incluidos.
Iglesia significa "llamados afuera", es decir, estamos siendo llamados, igual que el Israel del antiguo pacto, a dejar atrás las costumbres mundanas, y a comenzar a vivir según la Verdad, que es la Voluntad de Dios para que nos vaya bien. Es lo que se llama "santificación". Ya no somos del mundo, sino ciudadanos del reino de Dios, y lo que nos queda por vivir en nuestra carne, lo vivimos como peregrinos y extranjeros en este mundo. El profeta Isaías, inspirado por el Espíritu Santo, exhortaba a los hijos de Jerusalén, cuando estaban por ser hechos cautivos de un pueblo pagano, a no contaminarse con sus costumbres, diciendo: "Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová" (Is 52:11).
Las tinieblas quedaron atrás, ahora tenemos la luz de Cristo guiándonos a través del desierto, de la misma forma en que la columna de fuego y de nube guio a Israel por el desierto. "Tus oídos oirán detrás de ti estas palabras: «Este es el camino, anden en él», ya sea que vayan a la derecha o a la izquierda" (Is 30:21 NBLA).
QUÉ HACER EN LA TIERRA PROMETIDA
* Entrar a la tierra prometida nos habla del bautismo en el Espíritu Santo. Por gracia, hemos recibido una nueva vida, y todo lo que éramos antes de venir a Cristo debe quedar atrás. "Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2:20).
Los cananeos eran los enemigos de los hebreos, quienes, si permanecían entre ellos, se iban a convertir en motivo de aflicción y, con seguridad, los iban a hacer tropezar y que se rebelaran contra Jehová (vv. 52-53, 55). En el nuevo pacto, el mayor enemigo del creyente regenerado es su carne, donde aún mora el pecado, la cual no está dispuesta a perder el gobierno que antes ejercía sobre el individuo, y luchará por prevalecer sobre el Espíritu. Por eso, Pablo dice a los creyentes: "Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis" (Ga 5:16-17). Es decir, aunque en Cristo somos nuevas criaturas, aún tenemos batallas que librar contra nuestra naturaleza adánica, pero ésta ya no puede dominarnos como antes, a menos que se lo permitamos. Dice la Escritura: "¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?" (Ro 6:16).
En el nuevo pacto, echar a los cananeos, con sus ídolos, altares y costumbres equivale a, como lo dice Pablo, despojarnos del viejo hombre, con sus pecados y concupiscencias, y comenzar a vivir para Cristo; porque la voluntad de Dios cuando nos regeneró era que fuésemos hechos a la imagen de Su Hijo, quien, cuando anduvo entre los hombres, dio testimonio de cómo debe obrar un hijo de Dios.
Jesús fue enviado para restaurar en los hombres la imagen y semejanza de Dios en nosotros, que se corrompió después del pecado original. Por eso, dice la Escritura, que Jesús es el primogénito, de entre muchos hermanos, en quien habitaba toda plenitud, y que el Señor nos está llamando, por medio de la predicación, para que seamos transformados, de gloria en gloria, en la misma imagen por obra del Espíritu de Dios; de modo que "así como hemos traído la imagen del terrenal [Adán], traeremos también la imagen del celestial [Jesús]" (1Co 15:49).
Al respecto, hay que aclarar que, si no somos capaces de oponer resistencia al pecado, o nos da lo mismo dejarnos dominar por él, debemos preguntarnos si somos verdaderamente salvos, porque la evidencia de que hubo regeneración es el rechazo al pecado, y cuando pecamos, (que lo hacemos a diario), nos sentimos incómodos, lo que nos guía al arrepentimiento. Así opera el proceso de santificación. El Espíritu de Dios en nosotros nos hace ver nuestro pecado y es Él quien nos conduce al arrepentimiento; en otras palabras, si somos salvos, serán nuestras obras las que darán testimonio de que estamos siendo guiados por el Espíritu de Dios.
Nuestro llamado es a apartarnos del mundo, para que, cuando Cristo regrese, se complete nuestra redención, y seamos hechos, igual que Él, verdaderamente, a imagen y semejanza de nuestro Creador.
CIUDADES DE LOS LEVITAS Y DE REFUGIO
* Los levitas no tenían herencia en la tierra, porque su porción es Jehová; sin embargo, las otras tribus debían proveer lugar, dentro de sus territorios, probablemente, para que la presencia de estos hombres consagrados a Jehová no faltara en medio de ellos. De ese modo, cada tribu tendría el consejo y la enseñanza de la Palabra de Dios a su alcance.
Sólo por el testimonio de más de un testigo se podrá condenar a muerte a una persona acusada de homicidio. No se permite pagar rescate por un condenado a muerte, pues, debe indefectiblemente morir por su crimen. Tampoco se permite el pago de rescate por un refugiado, porque el refugiado sólo podrá volver a su tierra cuando muera el sumo sacerdote. Dios ordena no profanar la tierra que habitan. El derramamiento de sangre contamina la tierra, y sólo con la sangre de aquel que la derramó es posible hacer expiación en favor de la tierra. Dijo el Señor "No contaminéis, pues, la tierra donde habitáis, en medio de la cual yo habito; porque yo Jehová habito en medio de los hijos de Israel". (35:29-34)
* Para todo juicio, la ley determina que no se puede condenar a alguien por la declaración de un solo testigo; se requiere que concurran dos o tres para tomar una decisión. Así también, la Escritura dice que, para vida eterna, se requiere el testimonio de tres testigos: el agua, la sangre y el Espíritu, y éstos, dijo el Apóstol Juan en su primera epístola, dan testimonio de que que Jesús es el Hijo de Dios. Asimismo, estos tres son los que dan testimonio en el cielo de nuestra salvación para vida eterna.
Hablar del bautismo en agua es hablar del arrepentimiento y del deseo profundo del creyente de mantener una buena relación con Dios. En el caso de Jesús, aunque él nunca había pecado - por tanto, no tenía de qué arrepentirse - fue bautizado en las aguas del Jordán debido a que el bautismo de Juan era un mandato de Dios; por tanto, Jesús mismo no lo podía ignorar, pues, habría significado pecar contra Dios, lo que se verifica con la respuesta que Jesús dio a Juan, quien se sentía indigno de bautizar al Hijo de Dios. El Señor le dijo: "Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia" (Mt 3:15). Tan pronto Juan lo bautizó, se abrieron los cielos, y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre Jesús, llenándolo de la plenitud de Dios. La sangre que da testimonio de que Jesús es el Mesías es su propia sangre derramada en la cruz, que le permitió entrar al Lugar Santísimo que es el cielo, porque no estaba contaminada del pecado propio de los hombres, porque Él, aunque fue tentado en todo según su naturaleza humana, nunca pecó. Por último, la confirmación de que su ofrenda fue perfecta es que el Espíritu Santo lo resucitó para vida eterna, convirtiéndose en el primogénito de entre muchos hermanos; las primicias de los que resucitan para vida eterna.
En la salvación de un creyente, los tres testigos se manifiestan cuando: éste se arrepiente de pecado (simbolizado por el bautismo en agua); cree que la sangre de Cristo expía sus pecados de una vez y para siempre; y recibe el Espíritu Santo que le es dado del cielo, luego de haber creído y haberse arrepentido, como garantía de que resucitará para vida eterna.
MATRIMONIO SÓLO ENTRE MIEMBROS DE LA MISMA TRIBU
* La Biblia dice que cuando un hombre se une a su mujer forman una sola carne. En otras palabras, se vuelven un solo cuerpo; pero si una de las piernas cojea, obviamente va a ser muy difícil para ese cuerpo poder seguir el camino recto.
El Apóstol Pablo, refiriéndose a los matrimonios entre creyentes e incrédulos, dice: "No estén unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: «Habitaré en ellos, y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo»" (2Co 6:14-16).
Con todo, el Apóstol dice que, si uno de los dos vino a Cristo estando casados, y el otro cónyuge sigue incrédulo, deben permanecer juntos, especialmente, si el incrédulo consiente en seguir casado con su cónyuge creyente, porque el incrédulo es santificado en el creyente, de modo que sus hijos son santos, si no, serían inmundos. Pedro, por su parte, manda a las mujeres creyentes a vivir santa y devotamente, por si quizás sus maridos incrédulos sean ganados sin decir palabra, sino sólo por observar el cambio que Jesús ha producido en sus esposas. Lo mismo sería para el caso del marido creyente, cuya esposa puede ser ganada para Dios a través de la transformación que Jesús produce en el marido.
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