DEBERES SACERDOTALES
Santidad de los Sacerdotes:
* En los versículos que estamos estudiando, Jehová da instrucciones para los sacerdotes de Israel sobre no contaminarse con los muertos, y en cuanto al sumo sacerdote, aun si se trata de la muerte de uno de sus familiares más cercanos. Para comprender cuánto de este mandato atañe a los creyentes de hoy en día, debemos recordar que Dios nos escogió y nos llamó en Jesucristo para ser sacerdotes del reino de los cielos en la tierra; y eso no es para el futuro; es ahora que estamos siendo "edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo", dice Pedro en su primera epístola (1Pe 2:5),
La Escritura, en varios pasajes, llama "muertos" a aquellos que no son salvos. Para los cristianos, este mandato no tiene que ver con la prohibición de expresar dolor por la muerte de nuestros seres amados, sino con evitar que nuestros parientes no salvos, esto es, que no han reconocido el Señorío de Jesucristo para sus vidas, ejerzan influencia en nosotros; no importa si se trata de nuestro padre, nuestra madre, nuestros hermanos de sangre o hijos, mientras no hayan limpiado su inmundicia con la sangre de Jesucristo, siguen estando muertos en sus delitos y pecados, y, por consiguiente, su entendimiento está entenebrecido por los engaños de Satanás, pues, no han sido iluminados por la Luz que es Cristo. Jesús, sin dudas, se refería a esto cuando dijo: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo" (Lc 14:26).
** Aunque no lo dicen específicamente, de estos versículos también se desprende que los líderes de la iglesia tienen que ser personas irreprensibles en su andar, y sujetos a la Palabra de Verdad, que no se adapta a las corrientes imperantes en el mundo, pues, fue inspirada por el eterno Dios, que no muda de parecer.
Tratamiento de las Ofrendas:
Además, Jehová ordenó a Aarón, por medio de Moisés, cuidar que las ofrendas a Dios no sean ofrecidas por alguno de sus descendientes que tenga defecto, como ceguera, cojera, mutilación, deformidad; que tenga un pie o mano rota, o que sea jorobado, enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, empeine, o testículo magullado. Si bien no deberá ofrecer la ofrenda, sí podrá comer de las cosas sagradas. Por causa de su defecto, no podrá entrar más allá del velo, ni se acercará al altar, para no profanar el santuario de Jehová. (21:16-24)
* Los defectos físicos de las personas se asociaban con el pecado personal o de los padres. Existía un dicho en el pasado, citado en las Escrituras: "Los padres comieron las uvas agrias y los dientes de los hijos tienen la dentera", pero Jehová después decretó que el alma que pecare, ésa pagará por su pecado. Es decir, los hijos ya no padecerán por la maldad de los padres.
Pero, sin pretender menospreciar el efecto que trae consigo el pecado en la salud mental y física de los hombres, este mandato a los descendientes de Aarón también tiene un profundo significado espiritual para los que están siendo salvados por la Gracia de Dios en Jesús, y tiene que ver con creyentes que se dejan llevar, y actúan según razonamientos humanos, lo que demuestra su necedad, debido a que ignoran o conocen muy superficialmente la Palabra de Dios. En el fondo, lo que este mandato quiere decir es que no se debiera permitir, a personas que desconocen, o que tienen poco conocimiento bíblico (neófitos), aunque sean excelentes coach, ejercer la labor de pastores, o predicar en un púlpito, ya que, al carecer de entendimiento, trazan las Escrituras de manera incorrecta, y enseñan error. Pablo ordena a aquellos que dejó a cargo de las iglesias, no imponer las manos a la ligera sobre los que iban a ser ungidos con cargos de responsabilidad dentro de la congregación.
En apoyo a este argumento, hay que decir que los defectos físicos señalados tienen el siguiente significado en el mundo espiritual: la ceguera se refiere al que no quiere o no tiene capacidad para ver la Verdad. El sordo es aquél que es incapaz de entender la verdad espiritual, porque sus oídos no han sido abiertos por el Espíritu Santo o no están ejercitados en las cosas de Dios. Ser cojo, mutilado, inválido de pie o mano, etc. se refiere a personas que, por no estar firmes en la roca, que es Cristo, caen, tropiezan, destruyen, y las obras de sus manos no hacen lo bueno, ni por los motivos correctos; en fin, la misma Escritura está llena de ejemplos al respecto. Con todo, lo que debemos tener muy en claro, es que Jehová no rechaza a los discapacitados físicos, sino a los discapacitados espirituales, que están en esa condición, debido a que desprecian su Palabra y a su Cristo.
** Dijo Jesús: "si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda" (Mt 5:23-24).
La ofrenda es sagrada, en especial, porque no sólo se trata de dar cosas materiales, como el dinero, sino porque en esa acción hay también una entrega personal, un anhelo por agradar a Dios; por eso, para que la ofrenda sea acepta, como olor fragante al Señor, el oferente tiene que presentarla con un corazón alegre, no contaminado por una conciencia condenatoria. Dice el apóstol Pablo que es "bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba" (Ro 14:22). El apóstol Juan también se refiere a esto, diciendo que, "si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas" (1Jn 3:20). En consecuencia, cuando nos acerquemos a Dios, procuremos hacerlo con una conciencia libre de ofensas.
Comer las Cosas Sagradas:
* Pablo aborda el tema de aquellos que comen indignamente la cena del Señor, recordando a los hermanos que, cada vez que parten el pan y beben el vino, están proclamando que Jesús murió por nosotros. El que come la cena del Señor indignamente será culpado de su muerte y de la sangre derramada, dice el apóstol, y exhorta a la iglesia a que, cada vez que coma el pan y beba de la copa, lo haga para la gloria del Señor, a fin de no tener que beber el juicio de Dios. De hecho, muchos, dice Pablo, por no haber honrado el cuerpo de Cristo y la sangre del Pacto, habían enfermado, se habían debilitado, e incluso, muchos habían muerto. Fue la disciplina que recibieron de Dios para que no fueran condenados con el mundo.
** Cuando estuvimos analizando los simbolismos de impureza de los hombres, en la segunda parte de este estudio, vimos que la lepra indica una vida dominada por el pecado; asimismo, concluimos que los flujos corporales tienen que ver con la impureza inherente a nuestro cuerpo terrenal, el cual será redimido en la segunda venida de Jesucristo, esto es, transformado en cuerpo celestial que no se corrompe, ni tiene inclinación al pecado. Sin embargo, mientras permanezcamos en este mundo, este cuerpo de carne nos estorbará, porque querrá que obedezcamos a sus malos deseos, mas nosotros, ya no somos esclavos del pecado como para que le obedezcamos, sino que, en Cristo, tenemos el poder para ponerlo bajo sujeción. En cuanto a los reptiles, dijimos que simbolizan a las personas carnales, que aman los deleites terrenales, y que rehúsan desprenderse de ellos para vivir una vida más elevada, sirviendo a Dios en el Espíritu.
En conclusión, no sólo este mandato está dirigido a los sacerdotes del antiguo pacto, sino también a los del nuevo pacto, es decir, los creyentes que hemos sido redimidos por la sangre de Cristo, que no debemos presentarnos ante el Señor sin habernos examinado previamente, y habernos arrepentido si encontramos pecado en nuestros corazones. De lo contrario, nuestras oraciones, o lo que sea que ofrendemos al Señor, no serán recibidos en el cielo como olor fragante, porque el pecado nos separa de Dios.
* Cuando en la congregación se comparten el pan y el vino, ninguno que no haya sido lavado por la sangre del Señor debiera participar de ellos, por cuanto, ambos elementos son símbolos sumamente sagrados, y tienen por finalidad recordarnos la ofrenda de la vida de Cristo en la cruz para que nosotros, que estábamos condenados a la muerte eterna por nuestros pecados, pudiéramos tener vida eterna en Él.
Hay una historia en los evangelios, que cuenta de una mujer cananea (una gentil, es decir, no perteneciente al pueblo judío), que iba tras Jesús suplicándole con gritos que sanara a su hija poseída por un demonio. Jesús la ignoró al principio y luego le respondió de una forma aparentemente muy dura: "No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos", porque lo cierto es que Jesús no había sido enviado a dar las buenas nuevas a los gentiles, sino para reunir las ovejas descarriadas de la casa de Israel, porque a los judíos se debía anunciar la salvación por gracia en primer lugar. (Predicar el evangelio a los gentiles no ocurriría sino hasta después de la resurrección de Jesús, ministerio que fue entregado al apóstol Pablo, como sabemos). Pero la respuesta de la mujer conmovió a Jesús. Ella le dijo: "Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos". Complacido el Señor por la fe demostrada por esta extranjera, la bendijo otorgándole lo que ella pedía.
Al leer esta historia, entendemos que Jesús bendijo a la mujer cananea, más que por su bulliciosa insistencia, por lo que ella respondió, que daba testimonio de que su fe era tan grande o mayor que la de cualquier hijo de Israel. Por tanto, concluimos que, ya sea que alguien haya sido o no bautizado en las aguas, (el bautismo en agua no necesariamente significa que ha habido salvación, sino más bien es un testimonio de querer ser transformado), si tiene convicción de que su fe le ha salvado, (y será su conciencia la que se lo confirmará), no debiera tener impedimento para comer la cena del Señor, porque nadie más, sino Dios y nuestro espíritu, saben si somos salvos.
Calidad de la Ofrenda:
* La calidad de la ofrenda es un indicador de la calidad de la adoración. Un animal defectuoso como ofrenda (vv. 19-25) no puede considerarse adoración. Jesús dijo que "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad..." (Jn 4:23-24). La adoración verdadera es una entrega total y permanente a Dios; se muestra no sólo en cantar alabanzas, que es lo que comúnmente entendemos por "adoración", o en dar ofrenda a la iglesia, que es parte de la adoración, sino en llevar una vida que glorifique el Nombre del Señor. Así como Jehová no aceptó el fuego extraño que ofrecieron los hijos de Aarón, quienes fueron destruidos al instante, y rechazó la ofrenda de Caín, el Señor no aceptará la adoración de aquellos que, diciendo ser cristianos, viven como si no lo fueran, haciendo las mismas cosas que hacen los que no conocen al Señor.
No obstante lo anterior, es tranquilizador saber que la salvación no se pierde una vez que se ha recibido el sello de garantía del Espíritu Santo, sin embargo, si alguien peca, y todos lo hacemos diariamente, será perdonado si confiesa y se arrepiente, pero eso no lo eximirá de tener que enfrentar las consecuencias de sus actos. En la Biblia vemos que un miembro de la iglesia rebelde, que no quiere renunciar a su pecado, puede ser entregado a Satanás para destrucción del cuerpo, sin que pierda su salvación.
** Comer la carne de la ofrenda sin dejar nada para el día siguiente (v.30), creo que se refiere a que nuestra entrega a Dios debe ser total desde el primer día en que venimos a sus pies. En ese momento, comemos y bebemos su sangre para vida eterna, con plena convicción de que anhelamos más que nada ser transformados. No nos acercamos a Él pidiéndole que nos permita ver si nos gusta la vida nueva, sino que lo hacemos con determinación, convencidos de que no echaremos pie atrás, porque creemos y queremos asirnos de la esperanza que Dios nos ofrece.
*** La oración que nos enseñó Jesús, conocida como "el Padre Nuestro", dice, como primera petición, "Santificado sea Tu Nombre". ¿De qué manera es santificado el Nombre de Dios? (vv. 32-33). A la luz de los versículos que estamos estudiando, vemos que el Nombre de Jehová es santificado en medio de su pueblo (v.32); entonces, debemos preguntarnos ¿es el Nombre de Jehová santificado en medio de su iglesia?
Me parece que estamos en deuda, y no estamos hablando sólo de cómo el Santo Nombre de Dios ha sido blasfemado en el tiempo, en medio de comunidades autodenominadas cristianas por causa de lo que hacemos y decimos, sino por la poca reverencia que se ha demostrado a Su Voluntad, al eliminar de las Biblias el Nombre "Jehová" [YHWH], y reemplazarlo por "Señor", lo que me parece una grave transgresión, especialmente, porque Dios mismo dijo: "Jehová [YHWH], el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos" (Ex 3:15, énfasis añadido).
¡Jehová tenga misericordia de nosotros, y nos abra el entendimiento para que nos arrepintamos, antes de que nos pida cuenta sobre las motivaciones que condujeron a su iglesia a aceptar esa transgresión, y a hacernos cómplices de mantenerla por generaciones! ¡Oh, Señor, Perdónanos!
FIESTAS SOLEMNES
* El día de reposo era sagrado, y debía ser dedicado a Jehová. Era de tal importancia que formaba parte del decálogo (los diez mandamientos) escrito en piedra: "Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó" (Ex 20:8-11 - énfasis añadido)
De los versículos que estamos estudiando, entendemos que el día de reposo debía ser santificado incluso durante las festividades anuales que estaban por instituirse. Pero, nos preguntamos: ¿Por qué era tan especial al día de reposo, que no guardarlo constituía una falta gravísima?
Si profundizamos en la lectura de los capítulos 3 y 4 del libro a Hebreos, comprenderemos que el día de reposo representa la salvación que Dios proveyó a los hombres por medio de la obra de Jesucristo en la cruz. Dice el escritor, a los judíos a quienes dirigió su epístola: "Recuerden lo que dice: «Cuando oigan hoy su voz, no endurezcan el corazón como lo hicieron los israelitas cuando se rebelaron»" (He 3:15 NTV), citando el Sal 95:7-8, y agrega: "Como vemos, ellos no pudieron entrar en el descanso de Dios a causa de su incredulidad" (He 3:19 NTV). Más adelante, refiriéndose a los cristianos que habían creído el evangelio de Jesucristo, dijo: "los que hemos creído entramos en el reposo" (He 4:3), y después de argumentar cómo fue que la mayoría de los antiguos hebreos, por causa de su desobediencia, no entraron en el reposo que Jehová les había preparado, exhortó a sus lectores: "Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia" (He 4:11 - énfasis añadido en cada cita).
A la luz de estos antecedentes, es evidente que no guardar el día de reposo equivale a menospreciar el sacrificio de Jesucristo por nosotros, y no es un pecado menor, pues, está escrito que Dios no perdonará al que pisotee al Hijo de Dios, y desprecie la sangre que Él derramó para salvarnos y darnos la vida eterna, que no merecíamos.
** Cuando Jesús vino, efectivamente, dio reposo a nuestras almas atribuladas y cansadas, consecuencia de la opresión del pecado que nos esclavizaba. "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido." (...) "Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados." (...) "Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros." (Is 53:4, 5, 6). Jesús mismo dijo que Él es Señor del día de reposo, pues, Él vino para rescatarnos y reconciliarnos con nuestro Creador por medio del sacrificio propiciatorio de su cuerpo en la cruz.
El siguiente es el calendario de festividades que conmemorarán cada año: (23:4)
* La celebración de las festividades tenían por finalidad grabar en la memoria de los hijos de Israel, que parecían sufrir de amnesia en cuanto a lo que Jehová venía haciendo por ellos, todas las cosas que el Señor les había dado junto a la extraordinaria liberación de la esclavitud en Egipto.
Lo más llamativo es que ninguna de estas festividades es ajena a nosotros, los hijos del nuevo pacto; de hecho, todas tienen relación con la redención que Jehová hizo de nosotros a través de Jesucristo, por medio de quien, además, nos ha concedido toda clase de bendición espiritual en los lugares celestiales y, en la tierra, la certeza de que cubrirá todo lo que necesitamos.
Fiesta de la Pascua y de los Panes sin levadura:
* Pascua significa "dejar a un lado" o "pasar por alto" (fuente: Prólogo Secundum de la Biblia de Estudio Patrística, Editorial Clie, 2023), es decir, la noche en que Jehová envió el ángel destructor que mató a todos los primogénitos de los egipcios, éste "pasó por alto" o "dejó a un lado" las moradas de los hebreos cuyas puertas habían sido pintadas con la sangre del cordero.
Pablo dijo que "nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros" (1Co 5:7), porque Jesús es el Cordero que fue sacrificado para marcar con su preciosa sangre las puertas de nuestros corazones, de modo que la muerte ya no tenga poder sobre nosotros, los que creemos, dándonos vida eterna en Él.
Por tanto, ya que nuestra Pascua fue sacrificada, lo que vivimos ahora, entre la cruz y el regreso de Jesús en gloria y majestad, es la Fiesta de los Panes sin Levadura. Esto significa que debemos procurar vivir esta nueva vida que tenemos en Cristo, como dignos hijos de Dios, en santidad, alejándonos de las viejas costumbres en que, como esclavos del pecado, solíamos estar envueltos. Ya no somos esclavos de las tinieblas como para que sirvamos a la carne y sus concupiscencias, sino que ahora somos siervos de Cristo, para que le sirvamos en espíritu y verdad.
** El cómo se traducen las palabras es de suma importancia. La versión RVR60 traduce: "ningún trabajo de siervos haréis" (Lv 23:7, 8), lo que otras versiones traducen como "dejarán su trabajo habitual" o "no harán ningún tipo de trabajo". En su carta a la iglesia de Galacia, Pablo dice que los que han sido salvos por la fe en Cristo ya no son esclavos, sino hijos. Lo anterior, debido a que los judaizantes estaban introduciendo herejías en la iglesia diciendo que, para ser salvos, aparte de creer en Cristo, debían cumplir la Ley mosaica circuncidándose, lo que es totalmente contrario a la libertad que recibimos por la fe en Cristo, pues, el hombre es justificado ante Dios, no por haber cumplido la Ley, (que esclaviza y conduce a la muerte, pues, es imposible cumplirla para el que está sin Cristo, es decir, que no tiene el Espíritu Santo morando en él), sino por la fe.
Recordemos lo que nos enseña Pablo con respecto a la alegoría que esconde la historia entre Sara, la esposa de Abraham, madre de Isaac, y Agar, la sierva, madre de Ismael, ambos hijos de Abraham. Tras la rivalidad que se produjo entre las dos mujeres, y entre sus hijos, Sara, la que no era sierva, sino libre, dijo a su esposo: "Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo" (Gn 21:10). Porque, explica Pablo, Agar simboliza el pacto mosaico, que tiene hijos en esclavitud, mientras que Sara, simboliza al nuevo Pacto, que en Cristo nos hace libres (Pablo profundiza aun más, diciendo que Agar es la Jerusalén terrenal, en tanto que Sara es la Jerusalén celestial, la novia del Cordero, es decir la iglesia). Aquéllos que rechazan las virtudes del nuevo Pacto seguirán siendo esclavos del pecado, y perecerán (los hebreos, porque serán juzgados según la Ley que los condena; y los gentiles que rechazan a Cristo, aunque no tienen la Ley, porque serán sus conciencias las que los condenarán, pues, sabiendo hacer lo bueno, hacen lo malo, y, como lo hemos dicho insistentemente, nadie está libre de pecado). En tanto que, los que hemos sido justificados (declarados libres de pecado) por la fe en Cristo, recibimos el derecho de ser hijos de Dios, el Espíritu Santo como garantía de salvación y vida eterna, y todos los derechos hereditarios del Hijo de Dios. Al respecto, Pablo dice a la iglesia: "Porque los hijos de Dios son todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios. Pues ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice nuevamente al miedo, sino que han recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados" (Ro 8:14-17 NTV - énfasis añadido).
Para explicar, de la manera más simple posible, cómo es que Dios nos libera de la esclavitud por medio de Su Hijo Unigénito, digamos que, la misericordia del Señor se manifiesta en el nuevo Pacto a través de un intercambio glorioso entre las obras que Jesús hizo en su vida terrenal y las nuestras: Jesús es el único ser humano, desde la creación del mundo, que pudo cumplir la Ley de Dios plenamente, porque no nació esclavo del pecado como todos nosotros, debido a que no fue engendrado de la simiente de Adán, sino de Dios. Nosotros, en cambio, desde que nacemos tenemos tendencia a hacer lo malo; porque somos pecadores como nuestro primer padre Adán. Cuando ponemos nuestra fe en Cristo, Su justicia (es decir, su integridad, pues, nunca pecó) es depositada en nuestra cuenta; en tanto que nosotros depositamos nuestros pecados sobre Él. ¿Por qué?, porque el pecado se paga con la muerte, es decir, morimos, porque pecamos, y nadie, sino sólo Jesús hombre, que nunca pecó en su vida terrenal, podía morir y no ser retenido por la muerte. Por tanto, cuando Jesús llevó nuestros pecados a la cruz y murió por ellos, saldó nuestra deuda, y, en consecuencia, nos libertó de la condena que nos correspondía cumplir de conformidad a la Ley de Dios. Resumiendo: Cristo, en su carne, fue castigado con la muerte que nosotros debíamos padecer, pero también, en su resurrección, nos dio vida nueva en Él. Por eso dice la Palabra que la segunda muerte, que es la condena en el lago de fuego, no tiene poder sobre los que hemos renacido por la fe, porque, aunque experimentaremos la muerte de nuestro cuerpo físico, resucitaremos para vida eterna.
En consecuencia, efectivamente, en Cristo, entramos en el Reposo de Dios, porque ya no estamos bajo la esclavitud de la Ley que condena, sino bajo la Gracia que da vida eterna. El esclavo, dice la Palabra, no queda en casa para siempre, en cambio el hijo, sí; así que, si el Hijo de Dios nos hizo libres, realmente somos libres, y nuestro trabajo, de ahora en adelante, es servir a Dios por amor, voluntariamente, enyugados a Cristo; y sabemos que Su yugo es fácil, y Su carga, liviana, porque cuando Cristo nos salva, nuestro principal anhelo es agradarle.
La Fiesta de las Primicias:
* Jesucristo es las primicias de los que resucitan para vida eterna. Él resucitó un domingo, al día siguiente del día de reposo (v.11), convirtiéndose en el primer ser humano, y único hasta ahora, de una muchedumbre incontable de hombres y mujeres, que muere y resucitará para vida eterna.
En este tiempo, la gavilla que debemos exhibir para ser salvos es que declaremos nuestra fe en Jesucristo, creyendo firmemente que ya no hay condenación para nosotros, y aferrándonos a la esperanza de que, igual que Jesús, las Primicias, resucitaremos cuando Él se manifieste en gloria en su segunda venida, para vivir eternamente en la tierra nueva donde la justicia reinará para siempre.
** La salvación es por creer, y no por hacer buenas obras, porque lo cierto es que somos incapaces de hacerlas si Cristo no está en nosotros. Para evitar caer en errores, es necesario entender por qué el Apóstol Santiago sentenció que "la fe sin obras está muerta", afirmación que dejó a muchos perplejos, pensando que el apóstol contradecía a Pablo, quien enseñó que la salvación se recibe por la fe, y no por las obras que hayamos hecho. Pues, bien, NO HAY CONTRADICCIÓN ALGUNA en estas dos afirmaciones. La salvación es sólo por fe, pero, cuando se produce la regeneración, la presencia del Espíritu Santo en el corazón mueve al creyente a hacer obras conforme a la voluntad del Señor, siendo ésos los frutos de santificación, que prueban que hubo regeneración. En otras palabras, lo que el apóstol Santiago quiso decir es que, si no se observa en el nuevo creyente alguna transformación que demuestre que hubo arrepentimiento, es muy probable que la fe proclamada sólo sean palabras vacías.
La santificación es un proceso progresivo, cuyos frutos irán en aumento en la medida que el conocimiento de Dios crezca en el corazón del nuevo creyente, y continuará mientras viva, para ir formando en él la imagen de Jesús, el primogénito de la creación.
La Fiesta de las Semanas:
* Jehová instituyó la fiesta de las semanas para que Israel conmemorara anualmente, de modo que nunca olvidara, que, cincuenta días después de la salida de Egipto, estando en el monte Sinaí, habían entrado en un pacto, en el cual Jehová les entregó, por manos de Moisés, una Ley, (que los judíos llaman la "Torá", conocida también como el "Pentateuco", que significa "cinco rollos", que son los primeros cinco libros del Antiguo Testamento), con la promesa de que, si cumplían sus preceptos, llegarían a ser Su "especial tesoro entre todos los pueblos" (...) "un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19:5, 6). A lo cual Israel respondió: "Todo lo que Jehová ha dicho, haremos" (Ex 19:8). Los judíos llaman a esta fiesta el "shavuot", que significa "semanas", que para los cristianos es más conocida como "pentecostés", palabra que viene del griego "pentekosté", que significa "quincuagésimo", en alusión a las cincuenta semanas que se cuentan desde la pascua.
Por medio del profeta Isaías, Jehová había dicho sobre el Mesías: "...te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas" (Is 49:6-7). Más adelante, habiendo Israel transgredido una y otra vez el pacto de Sinaí, Jehová anunció, por medio del profeta Jeremías, que haría un nuevo pacto con el pueblo, diciendo: "... este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo" (Jer 31:33). Luego, por medio del profeta Ezequiel, anunció en qué consistiría el nuevo pacto: "Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra" (Ez 36:25-27, énfasis añadido en cada cita)
Atendiendo, entre otros, estos anuncios hechos por medio de los profetas, evidentemente no es coincidencia que fuera en la fiesta de pentecostés, esto es, cincuenta días después de la resurrección de Jesucristo (las Primicias), que los discípulos del Señor recibieron la llenura del Espíritu Santo, cumpliéndose, no sólo esta promesa de Ezequiel, que anuncia la venida del Espíritu de Dios a morar dentro de los creyentes, sino aquélla de Isaías en que dice que Dios pondrá a Su Ungido como Pacto al pueblo, y de Jeremías, que dice que en su nuevo Pacto escribirá Su Ley en la mente y el corazón de los hijos de Su pueblo. Porque aquel día de Pentecostés nacieron, por la fe en Jesús el Mesías, los primeros hijos engendrados del Espíritu, los ciudadanos de Jerusalén la celestial, la desposada del Cordero, de la cual profetizó Isaías, diciendo: "... ¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos" (Is 66:8, énfasis añadido), y "dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró estos? Porque yo había sido privada de hijos y estaba sola, peregrina y desterrada; ¿quién, pues, crio éstos? He aquí yo había sido dejada sola; ¿dónde estaban éstos? Así dijo Jehová el Señor: He aquí, yo tenderé mi mano a las naciones, y a los pueblos levantaré mi bandera; y traerán en brazos a tus hijos, y tus hijas serán traídas en hombros" (Is 49:21-22, énfasis añadido). Aquel día en Jerusalén comenzó una nueva era, el nuevo pacto entró en vigencia: el Espíritu del Ungido, que es el Espíritu de Dios, vino a hacer morada en Su pueblo, dando nueva vida (primera resurrección de los santos) a la congregación de los llamados al Reino, la iglesia, también referida en las Escrituras como "la nueva Jerusalén" o "la ciudad santa"; se trata de los verdaderos Israelitas de Jehová, esto es, la congregación de santos nacidos del Espíritu de Dios por la fe en Jesucristo, porque nadie que no haya nacido del Espíritu Santo verá a Jehová. Es la nación santa, un reino de sacerdotes que sirven al único Dios, donde ya no hay diferencia entre judíos y gentiles, porque los creyentes de todos los pueblos, sin acepción de personas, son los herederos de la promesas hecha por Jehová a Abraham, el padre de la fe, de que en su simiente, es decir, en Jesús, iban a ser bendecidas todas las naciones de la tierra.
Así como el propósito de la Ley era enseñar a Israel a andar en la perfecta Voluntad de Jehová, como un tutor y guía que lo preparaba para la llegada de Su Mesías; una vez que Jehová confirmó que Jesús era Su Ungido, resucitándolo, comenzó a regir el nuevo pacto, donde el Espíritu Santo de Dios, que viene a morar dentro de los creyentes, inicia Su ministerio. Él mismo es quien nos enseña, reprende, corrige e instruye, por medio de la Palabra de Dios, transformando nuestro entendimiento, para que hagamos la Voluntad de Nuestro Padre que está en los cielos, cumpliéndose así, entre otras, las Escrituras que dicen a Jerusalén: "Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová" (Is 54:13).
** Pero, lo más maravilloso es que, no sólo Jehová anunciaba estas buenas nuevas a los hebreos, sino que siempre tuvo en su corazón que esa salvación alcanzaría a todas las naciones, lo que se ve reflejado en las palabras que dijo el Señor en estos versículos del capítulo que estamos estudiando: "Cuando segareis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega; para el pobre y para el extranjero la dejarás" (Lv 23:22, énfasis añadido).
La Fiesta de las Trompetas:
También Jehová mandó a Moisés decir al pueblo que, el primer día del mes séptimo (Mes de Tishrei en el calendario lunar hebreo; ese día cae entre septiembre y octubre en nuestro calendario) será un día de reposo, que se conmemorará al son de trompetas, y se celebrará una santa convocación. Aquel día no harán trabajo de siervos, y deberán ofrecer ofrenda encendida a Jehová. (23:23-25)
* El sonido de las trompetas fue instituido para llamar la atención de Israel, y moverlo a tomar ciertas acciones, ya sea para congregarse; para celebrar; para iniciar una arremetida; para emprender un nuevo peregrinaje por el desierto; para prepararse ante un peligro inminente, como el ataque de un enemigo, etc. La fiesta de las trompetas aparece en la Torá como "Yom Terúah", pero ahora se conoce como "Rosh-hashaná", que significa "año nuevo" o "principio de año", que marca el comienzo de tres conmemoraciones que el pueblo judío celebra el mismo mes.
Como hemos dicho reiteradamente, estas festividades que Jehová mandó al pueblo hebreo conmemorar, para que retuvieran en la memoria lo que Él había venido haciendo por ellos a través de Moisés, también tenían por finalidad enseñarles lo que estaba por hacer por Sus escogidos en los días postreros, a través de su Hijo, el Mesías.
Así vemos que, luego que Jesús fue hecho Señor y Cristo, como lo revela Pedro en su alocución dirigida a los judíos, Él envió a sus apóstoles a predicar el evangelio a todas las naciones, diciendo: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28:18-20, énfasis añadido). Los apóstoles habían tenido el privilegio de ser enseñados personalmente por el Hijo de Dios, y en sus corazones atesoraban la Verdad tal como la habían recibido de boca del Mesías. El Señor los estaba enviando ahora a predicar lo aprendido al mundo entero, y lo que espera de nosotros es que continuemos esa obra evangelizadora de generación en generación, y anunciemos las virtudes de Aquél que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable, hasta que no quede lugar en la tierra donde la noticia de la salvación en Cristo no sea predicada.
En otras palabras, el Señor manda a los siervos del Reino que seamos como atalayas para el mundo, haciendo sonar las trompetas que anuncian la buena noticia de la salvación en Jesús el Mesías, pero que también advierten sobre la inminente amenaza que se cierne sobre los que rechazan al Redentor que Jehová envió. Por medio del profeta Ezequiel (y este mensaje es para todo creyente), el Señor dijo: "Hijo de hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel; oirás, pues, la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al malvado: De cierto morirás; y tú no le amonestes ni le hables, para retraer al malvado de su mal camino a fin de que viva, el malvado morirá por su maldad, pero yo demandaré su sangre de tu mano. Mas si tú amonestas al malvado, y él no se convierte de su maldad ni de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma. Y si el justo se aparta de su justicia y comete iniquidad, yo pondré un tropiezo delante de él, y él morirá; porque tú no le amonestaste, en su pecado morirá, y las obras buenas que había hecho no serán recordadas; pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si amonestas al justo para que no peque, y no peca, de cierto vivirá, porque fue amonestado; y tú habrás librado tu alma" (Ez 3:17-21 RVR 1977, énfasis añadido).
¿No es esto como tocar trompeta para que el pueblo se prepare y no muera?
Día de la Expiación:
A los diez días del séptimo mes (Mes de Tishrei en el calendario lunar hebreo; ese día cae entre septiembre y octubre en nuestro calendario) será el día de la expiación, para reconciliar al pueblo delante de Jehová. Aquel día Israel quebrantará su alma, y presentará ofrenda encendida al Señor. El que no se humille ante Dios, será cortado del pueblo. Asimismo, nadie deberá trabajar, y el que lo hiciere, será excluido del pueblo. El reposo iniciará al atardecer del día noveno del mes, y se extenderá hasta la caída del sol del día diez. (23:26-32)
* Cuando estudiamos el capítulo 16 de Levítico, profundizamos bastante en el significado del día de la Expiación, por tanto, ahora sólo nos limitaremos a recordar que este ritual debía practicarse todos los años, con el fin de purificar a Israel de sus pecados, por medio de la sangre de animales ofrecidos en sacrificio a Jehová, y así reconciliar al pueblo con su Dios; ritual que también buscaba familiarizar a Israel con el sacrificio que, en los días postreros, sería protagonizado por el Mesías, para purificar, con Su sangre, un pueblo escogido para servir al Dios Altísimo en santidad. A diferencia de los sacrificios del pasado, el sacrificio del Hijo de Dios en la cruz proveyó expiación perpetua al que cree, por tanto, ya no se requieren más sacrificios, pues, la sangre del Perfecto Hijo del Hombre, y sólo Su Sangre, tiene el poder de purificar de una vez y para siempre.
Parafraseando las Escrituras: donde no hay pecado no hay muerte, y Jesús quitó de nosotros, con Su Sangre, como la de un cordero sin mancha, los pecados que nos condenaban. Por tanto, ya no hay condenación para los que creemos, porque al creer en Jesús, morimos con Él a la vieja vida de pecado que llevábamos, y en Su resurrección renacimos con Él a una vida nueva para vivir para la gloria de Dios. Es lo que Ap 20:6 llama "la primera resurrección". Al respecto hay que aclarar que algunos escritores de la Biblia, a veces, se refieren al nuevo nacimiento como "resurrección"; esto es, porque, antes de que Cristo nos salvara, estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Pero esta "primera resurrección" no nos libra de experimentar la primera muerte, que es la muerte física, pero sí impide que la "segunda muerte", que es la condenación eterna, tenga poder sobre los que renacimos en Cristo. Con todo, no debemos confundir la llamada "primera resurrección" con la resurrección de los muertos para vida eterna, que se producirá en la segunda venida de Jesucristo, evento que aguardamos esperanzados los creyentes, pues, entonces seremos resucitados en cuerpos nuevos, gloriosos, que no se corrompen, y seremos arrebatados al cielo para encontrarnos con el Señor en el aire, para vivir por siempre con Cristo en Dios.
** Los versículos 27, 29 y 30 dicen que todo israelita deberá quebrantar su alma (hay versiones que lo traducen como afligir, humillar, ayunar o negarse a sí mismo). Así como todo Israel debía afligir su alma aquel día para no ser cortado del pueblo; en estos tiempos, para poder recibir el perdón de pecados, es necesario que nos presentemos ante el Señor con un corazón contrito y humillado, esto es, convencidos de pecado, y verdaderamente arrepentidos de haber vivido en rebelión contra Dios, añorando ser transformados y conformados a la perfecta Voluntad de nuestro Señor. Si no lo hacemos, la regeneración, necesaria para heredar la vida eterna, no se llevará a cabo, pues, el Espíritu Santo, que es el que produce el nuevo nacimiento en el corazón del hombre, no puede hacer su morada donde no hay intención ni deseo de someterse al Señorío de Cristo.
No está de más recordar que todo hombre nace en pecado, consecuentemente, todos nacemos condenados a padecer la muerte eterna, o segunda muerte, que no es sinónimo de "descansar en paz", sino que es un tormento del alma que no acaba, pero Cristo nos ofrece liberarnos de esa condena (justificarnos), si creemos en Él. Por tanto, todos los seres humanos necesitamos identificarnos con la ofrenda que Jesús hizo de su carne en la cruz para ser salvos y tener vida eterna; si alguno no cree, sufrirá eternamente en el lago de fuego preparado para castigar a Satanás y a los que no se hallen en el Libro de la Vida del Cordero.
*** También vemos que nadie debe trabajar el día de la expiación (vv. 30-31), y el que lo hiciere será destruido. Esto, probablemente, se refiere a que, separado de Jesucristo, no hay obra que el hombre pueda hacer para ser declarado justo o santo ante Dios. El que crea que puede salvarse por sus obras, igual irá a parar al lago de fuego que no se apaga, donde ya nadie puede morir. Dice la Palabra que, a los ojos de Dios, hasta nuestras mejores y bien intencionadas acciones no son más que trapos de inmundicia. Todo hombre necesita venir a Cristo, y sólo a través de Cristo puede acercarse a Dios, pues, a Él puso Jehová como único mediador para reconciliarnos con Él.
La Fiesta de las Enramadas o de los Tabernáculos:
Por último, Jehová mandó a Moisés decir al pueblo que cada año, el día quince del séptimo mes (Mes de Tishrei en el calendario lunar hebreo; ese día cae entre septiembre y octubre en nuestro calendario), cuando hayan recogido el fruto de la tierra, deberán celebrar, durante siete días, la Fiesta de los Tabernáculos. El primer día se convocará a santa asamblea, y no deben hacer ningún trabajo de siervos. Durante los siete días se presentarán ofrendas encendidas a Jehová, y al octavo día celebrarán una convocación santa, en la cual presentarán una ofrenda encendida, y no se harán trabajos de siervos, porque es fiesta. Tanto el primer día como el octavo serán día de reposo. El primer día recogerán ramas de árboles hermosos y frondosos, palmeras y sauces, y harán enramadas o tabernáculos, en los cuales los hijos de Israel deberán habitar mientras dure la fiesta. Éste es estatuto perpetuo, que pasará de padres a hijos, y tiene por finalidad enseñar a las generaciones venideras que, cuando Jehová sacó a Israel de Egipto, lo hizo vivir en tabernáculos. (23:33-44)
* Es maravilloso ver cómo Jehová le enseñaba a Israel - como un padre, al hijo pequeño que está abriendo sus sentidos a la vida -, con ejemplos acordes a la época en que ellos vivían, los fundamentos del magnífico plan que diseñó para conducirlos a la vida eterna.
La fiesta de los tabernáculos es la última de estas conmemoraciones, y el significado de lo que Jehová quiso mostrar, no sólo a los israelitas de entonces, sino también a nosotros en estos tiempos postreros, se encuentra en las mismas Escrituras. Primero, tenemos la epístola escrita a los Hebreos, donde leemos que Abraham, Isaac y Jacob, aun cuando habían recibido la promesa de que heredarían la tierra de Canaán, habitaron la tierra prometida como extranjeros en tierra ajena, viviendo en tiendas, (como quien está de paso), porque su esperanza no estaba puesta en las cosas que veían, pues, ellos aguardaban, dice la Escritura, una patria celestial, es decir, "la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios" (He 11:10).
Más adelante, es el Apóstol Pablo quien nos da entendimiento, cuando, refiriéndose a que la obra que los misioneros estaban llevando a cabo no era por mérito personal, sino por la presencia del Santo Espíritu de Dios en ellos, dice: "tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros" (2Co 4:7), y más adelante, refiriéndose a la fragilidad del cuerpo físico, dice: "no desmayamos; antes, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día" (2Co 4:16); y continúa diciendo: "sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu" (2Co 5:1-5, énfasis añadido en cada cita).
En otras palabras, es parte del plan de redención que, los que hemos sido salvados, aun cuando sabemos que nuestra ciudadanía ya no es de este mundo, y que en Cristo hemos sido bendecidos con todo lo que necesitamos para vivir aquí una vida plena y bienaventurada para la gloria de Dios, permanezcamos viviendo como extranjeros y peregrinos, habitando en estos cuerpos que se enferman, envejecen, y que algún día perecerán, tal como los hebreos habitaron en tabernáculos, para que aprendamos, a través de pruebas y tribulaciones, a dejar de poner nuestra confianza en las cosas o personas de este mundo, y que comencemos a esperar, es decir, a depositar nuestra fe, sólo en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, a quien el Padre dio todo el poder y autoridad.
Cuando Cristo regrese, este tabernáculo será transformado, y seremos revestidos de cuerpos celestiales que no se enferman, ni mueren, para vivir eternamente con nuestros Señor en Dios.
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