APRENDIENDO A SOMETERSE A LA VOLUNTAD DE DIOS
* Varios pasajes en las Escrituras se refieren al fuego como un elemento purificador. Juan Bautista dijo que el Mesías que estaba por llegar iba a bautizar en Espíritu Santo y fuego (Mt 3:11-12). El fuego son las pruebas y tribulaciones que Dios permite que atravesemos para disciplinar, o para sacar a la luz lo que hay en el corazón del que profesa ser creyente. Pablo, refiriéndose a los efectos que trae al creyente elegir vivir conforme a la Voluntad de Dios o lejos de ella, dijo: "la obra de cada uno se hará evidente; porque el día la dará a conocer, pues con fuego será revelada. El fuego mismo probará la calidad de la obra de cada uno. Si permanece la obra de alguien que ha edificado sobre el fundamento [que es Cristo], recibirá recompensa. Si la obra de alguien es consumida por el fuego, sufrirá pérdida; sin embargo, él será salvo, aunque así como a través del fuego" (1Co 3:13-15 NBLA). En otras palabras, ahora que Dios nos ha adoptado en su familia, debemos procurar alinear nuestras vidas con la Voluntad del Señor, cuidando cómo andamos, qué decimos, o qué pensamos. Hacer otra cosa que no sea procurar nuestra santificación significa que estamos resistiendo al Espíritu Santo que mora en nosotros. Mientras más nos opongamos a que el Señor transforme nuestras vida para que andemos conforme a la Verdad, más aflicciones enfrentaremos; no por castigo, sino por disciplina, porque lo que el Espíritu quiere es ir formando en nosotros el carácter de Cristo. Por el contrario, si somos mansos, y nos dejamos moldear a la Palabra de Dios, que es Su Voluntad, tendremos recompensa.
Por tanto, no siempre culpemos a Satanás de lo que nos pasa, (aunque es él quien nos ataca cuando dejamos flancos abiertos en nuestra armadura), sino más bien revisemos qué estamos haciendo mal, y pidamos sabiduría a Dios para que nos revele aquellos pecados en nosotros que no hemos podido ver, a fin de que los combatamos, y erradiquemos.
** El maná es el pan del cielo dado por Jehová a los israelitas cuando salieron de Egipto. Por las Escrituras, ahora sabemos que el verdadero pan que vino del cielo es Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado, enviado para que nos alimentemos de Él y tengamos vida eterna. Cuanto más pan de vida comamos, mayor será nuestra fe, porque mayor conocimiento tendremos de Aquél que nos amó. Jesús dijo que la vida eterna es que conozcamos al Padre Celestial, el Único Dios verdadero y a Jesucristo, a quién Él envió.
Sin embargo, muchos son los que rechazan este pan del cielo, y escogen seguir alimentándose de la basura que ofrece el mundo. Ninguno que rechace el pan de vida podrá ver a Dios. Israel se cansó de comer maná, y quería saborear la carne, que simboliza el amor a lo terrenal. La lucha entre la carne y el espíritu siempre será, hasta que muramos, o hasta que nuestros cuerpos sean también regenerados en la parusía (segunda venida) del Señor.
*** Los extranjeros simbolizan a los del mundo, quienes pueden transformarse en tropiezo para nuestra santificación si nos dejamos influenciar por ellos. Un creyente es alguien llamado a salir del mundo. Ese es el significado de la palabra iglesia: "ekklesia" en griego, que es una palabra compuesta por la palabra "Ek", que significa "salir de", y "Kaleo", que significa "llamar". El mundo va camino a la perdición, pero Jesús vino para salvar a los escogidos, y conducirlos al Reino de su Padre. Una vez salvos, lo que resta de nuestra vida en la carne, debemos vivirla para la gloria de Dios.
Sintiéndose abrumado ante los hechos, Moisés pidió a Jehová que aliviara su carga, pues, no se sentía capaz de llevar sobre sus hombros la responsabilidad de guiar a un pueblo tan numeroso; además, preguntó de dónde conseguiría carne para esa muchedumbre, y manifestó al Señor su deseo de morir para no tener que ver su ruina. Entonces Jehová ordenó a Moisés reunir a setenta de los ancianos de Israel a la puerta del tabernáculo, a quienes les daría del mismo espíritu que estaba sobre Moisés, para que le ayudaran a llevar la carga. En cuanto al pueblo, Jehová les mandó santificarse, pues, al día siguiente, y por todo un mes, les daría a comer carne; sin embargo, debido a que se habían quejado contra el Señor que los sacó de Egipto, les iba a dar tal cantidad de carne, que llegarían a aborrecerla, pues, habían menospreciado a Jehová y su obra, deseando volver a Egipto. Cuando Moisés preguntó de qué manera iban a obtener carne para alimentar a ese pueblo tan numeroso; Jehová le contestó: "¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no". Una vez reunidos los ancianos, Jehová descendió y les compartió del mismo espíritu que estaba en Moisés, y cuando esto ocurrió, todos los ancianos comenzaron a profetizar. Incluso, dos de ellos que fueron convocados, pero no asistieron a la reunión, estando en el campamento, también comenzaron a profetizar. Cuando la noticia llegó a los que estaban reunidos en el tabernáculo, Josué dijo a Moisés que les prohibiera profetizar, pero Moisés respondió "¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos". (11:11-29)
* ¿Acaso no es el deseo del Señor, que todos los creyentes hablemos su Palabra? Por supuesto que sí, porque un profeta es aquel que habla la Palabra de Dios. Ya no hay profetas con nuevos mensajes del Señor, o que anuncien lo que está por venir, porque las Escrituras ya están completas, y contienen todo lo que necesitamos saber, pero es imperativo que la conozcamos y la demos a conocer, porque es Palabra inspirada por Dios, y "agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación" (1Co 1:21), es decir, cada uno de nosotros, que tenemos las arras del Espíritu de Dios morando en nuestro interior, debe cumplir el rol de profeta, transmitiendo la Palabra de Dios, que es la Verdad inmutable, a otros para que sean salvos.
Igual como aconteció a estos setenta líderes de Israel, sucedió con la iglesia el día de Pentecostés: cuando el Espíritu Santo descendió sobre los que estaban reunidos, éstos comenzaron a hablar en idiomas que nunca habían aprendido, lo que el Espíritu les daba que hablasen, de manera que todos los judíos extranjeros que habían llegado a conmemorar la fiesta a Jerusalén podían oír, en su propio idioma, lo que Dios les decía a través de los discípulos de Jesús, cumpliéndose la profecía de Joel, que dijo: "Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán" (Hch 2:17-18, Pedro citando Jl 2:28-32). Por tanto, los verdaderos creyentes no podemos callar lo que hemos aprendido, aunque parezca que predicamos en el desierto.
** Esta historia me recuerda aquella ocasión, cuando Juan dijo a Jesús que habían visto a algunos echar fuera demonios invocando su nombre, y se lo habían prohibido, pero Jesús les mandó que no se lo prohibieran; y dijo: "el que no es contra nosotros, por nosotros es". El Reino de Dios es para todos lo que han oído el llamado y venido a Cristo confesando su nombre. Nadie llama Señor a Jesús, sino por el Espíritu Santo que mora en el creyente por la fe.
* Muchos vienen a Cristo, no por quien Él es, sino por lo que podrían obtener de Él. Son como aquéllos que buscaban a Jesús después del milagro de la multiplicación de los panes, no por las señales, sino porque habían comido pan y se habían saciado. Esa codicia efectivamente termina llevando a la muerte, porque creen que son salvos, pero nunca conocieron al Señor. La fe que dicen tener no es la fe que salva, pues, sólo se acercan buscando satisfacer sus deseos carnales, que no hacen más que guiarlos a la perdición de sus almas. El llamado evangelio de la prosperidad es un claro ejemplo de codicia que mata.
LA LEPRA DE MIRIAM
* Algunos comentaristas piensan, y coincido con ellos, que esta queja contra Moisés se debió a que, según Ex 18, fue el suegro de Moisés a quien Jehová usó para aconsejarle nombrar líderes en los cuales delegar la responsabilidad de juzgar al pueblo. Jetro, el suegro de Moisés era de Madián, de la tierra de Cus, padre de Séfora, a quien Aarón y Miriam se estarían refiriendo como la "mujer cusita". Probablemente, Aarón y Miriam resintieron el hecho de que Moisés hubiera tomado en cuenta la sugerencia de un extranjero, y no la de ellos, sus hermanos, siendo que ambos también habían sido usados por Dios para profetizar. Lo que éstos no habían entendido es que todo era por obra de Jehová, lo que se confirmó en el hecho de que los setenta líderes escogidos comenzaron a profetizar cuando el Espíritu vino sobre ellos.
Como hemos afirmado durante todo este estudio, los primeros en recibir el Espíritu Santo eran judíos; fue así como comenzó la iglesia, pero Jesús ya había anunciado que tenía ovejas que no eran de ese redil, a las cuales también iba a traer para que hubiera un rebaño con un Pastor, y ese ministerio se lo encargó específicamente a Pablo, sin embargo, Pedro, el apóstol de los hebreos, también fue avisado, por una visión, de que Dios no hacía acepción de personas, y que los gentiles también estaban siendo llamados al reino. Tanto fue el impacto para los judíos cristianos saber que se estaba evangelizando a los gentiles, que tuvieron que hacer un concilio, el primero en la historia de la iglesia, para resolver esto que les escandalizaba, pues, aún no habían entendido que la salvación era para todas las naciones.
Miriam es como esos judíos que menospreciaban a los incircuncisos creyendo que nadie más que ellos podían ser escogidos por Jehová para su obra, y disputaban contra lo que no entendían, pero, cuando Jehová le mostró su pecado a través de la lepra, ella se arrepintió, y, después de siete días que le tomó sanarse de su enfermedad, pudo unirse a la congregación para continuar la marcha hacia la tierra prometida. Del mismo modo, Jehová se guardó un remanente de judíos de entre los que no creían que Jesús es su Mesías, a los que está llamando a través de la predicación del evangelio, los cuales, cuando lo reciben con fe y se arrepienten de haber crucificado al Hijo de Dios, están siendo salvados al mismo tiempo que entran los gentiles al reino, y esto seguirá así hasta que todos los gentiles llamados a ser salvos entren a la congregación de los santos en Jesucristo. Entonces se cumplirá la promesa de Jehová de que todo Israel, el de la fe de Abraham, será salvo, y luego vendrá el fin, cuando Jesucristo, desde la nube, llame a los escogidos para que nos encontremos con Él en el aire, y estemos siempre con el Señor.
Así como los hijos de Israel no avanzaron mientras Miriam se sanaba de su lepra, nadie recibirá la herencia prometida, sino hasta que se haya completado el número de los redimidos.
CONFIAR EN EL SEÑOR Y NO EN LO QUE SE VE
* Josué, en hebreo es "Yehoshua", que significa: "Dios es Salvación". Es el mismo nombre de Jesús, que en hebreo es "Yeshua", la contracción de "Yehoshua". La importancia del papel de Josué es que, como veremos al final del estudio del Pentateuco, fue el encargado de terminar la labor que comenzó Moisés, porque fue Josué, y no Moisés, quien introdujo a Israel en la tierra prometida, queriendo Jehová demostrar con esto que la salvación de Israel no iba a ser por cumplir la Ley que les había dado por medio de Moisés. Lo cierto es que nadie va a ser salvo por cumplir la Ley, porque nadie puede cumplirla en su totalidad, pero Jehová la dio a Israel como un medio para enseñar Su Voluntad a su pueblo, y así guiarlo hacia su verdadero Redentor: Jesús el Mesías.
Jesucristo es a quien Jehova señaló como Pastor para guiar, por el camino que conduce al cielo, Su rebaño de redimidos, "a quienes el poder de Dios protege mediante la fe hasta que llegue la salvación que se ha de revelar en los últimos tiempos", cuando, a la venida del Señor, recibamos la "herencia que no se puede destruir, contaminar o marchitar" (1Pe 1:4, 5 NVI), que Dios ha reservado para los que hemos recibido, por la fe, la adopción como hijos de Dios.
** Muchos son los que rechazan el evangelio por temor a perder lo que ellos consideran una vida segura. Temen tener que abandonar las comodidades que han obtenido, o renunciar a los placeres que ofrece el mundo. Perciben a Dios como alguien que sólo quiere arruinarles la fiesta, y no están dispuestos a desprenderse de hábitos que aman mucho, y que la Biblia denuncia como pecado.
Sin embargo, ser cristiano no significa llevar una vida aburrida y amargada, llena de prohibiciones. Por el contrario, el cristiano vive gozoso, porque Cristo lo ha liberado de la esclavitud que el pecado ejercía sobre él. Lo que sucede es que, cuando por la fe venimos a Cristo humillados, reconociendo nuestro pecado, el Espíritu Santo nos toma, y comienza a hacer una obra de transformación desde nuestro interior. Comenzamos a ver la vida de otra manera, y ese pecado que nos tenía cautivos, (una adicción, por ejemplo, que parecía que nunca íbamos a abandonar), ya no nos entusiasma tanto, y si recaemos en él, experimentamos una incomodidad tal que ya no queremos seguir allí, y paulatinamente, o a veces de forma instantánea (no en todos es igual), vamos abandonando ese hábito hasta que ya nos nos domina.
Contrario a lo que algunas falsas iglesias proclaman, la seguridad de la salvación en Cristo no significa que tenemos libertad para seguir pecando, porque un verdadero cristiano aborrece el pecado, ya que, le incomoda; de hecho, la evidencia de que su salvación es verdadera, es por la transformación de su vida, la cual disfruta, pues, por la fe, ya murió a su vida pasada, en la cruz de Cristo, y en la resurrección del Señor, nació a una vida renovada. Ya no vive para satisfacer los deseos de su carne, sino para Aquél que lo salvó, y disfruta de aquello.
¿VOLVER ATRÁS?
* "Ninguno que, poniendo su mano en el arado, mira hacia atrás es apto para el reino de Dios" (Lc 9:62). El que se vuelve atrás evidencia que nunca fue de Cristo, es decir, nunca fue salvo, porque los verdaderos creyentes perseveran hasta el fin, pues, es el Espíritu Santo quien nos toma y conduce hasta el Reino de los cielos, y aunque podemos tropezar, nunca llegaremos a perdernos. Jesús aseguró: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano" (Jn 10:27-28).
Pablo dijo estar "convencido de que nada podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Ro 8:38-39 NTV).
* La salvación siempre ha sido por fe. A pesar de que los hijos de Israel habían visto todas las maravillas que Jehová hizo para rescatarlos de Egipto, seguían sin creer que el Señor sería fiel a su palabra, y que, si guardaban Su Consejo, les iría bien, porque Él era su protector. No pudieron entrar en el reposo que YHWH les prometió, porque les faltó fe, y sin fe es imposible agradar a Dios, quien recompensa a los que creen en su existencia y le buscan con temor y reverencia.
** En el reino de los cielos, los pequeños son los humildes, los mansos, los que reconocen su bancarrota espiritual, y que obedecen el llamado de Cristo, porque anhelan ser rescatados por el Señor. El saber que el Dios creador los escogió para darles su ley y entrar en pacto con ellos, hizo que Israel se volviera arrogante, y esa soberbia hizo que muchos se perdieran.
Cuando Jesús vino, acusó a los escribas y fariseos de no poner en práctica lo que predicaban, y de aprovecharse de las personas haciendo uso del estatus que ostentaban como líderes del pueblo, pero ellos, en vez de reconocer su pecado, se ofendieron, y comenzaron a idear cómo deshacerse de este insolente carpintero, al que no lograron ver, para su perdición, como quien Él decía ser: el Hijo de Dios.
SÓLO EN JEHOVÁ HAY SALVACIÓN
* Bien dice el salmista que, "Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia" (Sal 127:1-2). Sólo hay un Dios, Jehová el Dios de Israel, y un sólo Camino para conducirnos al cielo: nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Él dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn 14:6).
Nadie va a ser salvo por orar o prenderle velas a una virgen, a un ángel, o a un santo, ni por ningún otro medio o religión, porque no hay otro mediador que Jesús, el Hijo del Hombre quien, habiendo sido glorificado por Su Padre, ahora está sentado a la diestra de la Majestad en la Alturas, e intercede por nosotros ante el Trono Celestial, hasta que todos los escogidos hayan entrado al Reino.
Si creemos que nuestras "buenas" obras nos harán ganar el cielo, estamos en un mortal error, porque es imposible para el ser humano sin Cristo satisfacer la justicia del Reino de Dios. Necesitamos un mediador, alguien que se apiade de nosotros, y que pague rescate por nuestras almas, porque no somos más que miserables ciegos, incapaces de ver que estamos muertos en delitos y pecados. La buena noticia es que Dios envió al Salvador, Su Hijo Jesucristo, quien ya pagó por nuestros pecados. Ahora sólo se nos pide que creamos en Él, pues, la salvación es por fe, no por obras.
Que nadie lo discuta, pues, las Escrituras lo afirman categóricamente: "Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1Ti 2:5), y que "en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hch 4:12).
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