[Comenzar en Deuteronomio Parte I]
SOBRE PRIMICIAS Y DIEZMOS
Moisés manda que, cuando habiten en la tierra que Jehová les dará en herencia, tomen de las primicias de la tierra en una canasta, y las lleven al lugar que Jehová haya escogido para que su Nombre sea invocado, y las presenten ante el sacerdote, declarando que Jehová es su Dios, y que con esa ofrenda reconocen que han entrado en la tierra que Jehová prometió a sus padres que daría a sus descendientes. Entonces, el sacerdote pondrá las primicias en el altar ante el Señor. En esa ocasión, deberán recordar y declarar que, siendo su padre un arameo a punto de perecer, descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, hasta llegar a convertirse en una gran nación, fuerte y numerosa. Traerán a la memoria que los egipcios los maltrataron y afligieron, y los sujetaron a dura servidumbre, pero que, cuando clamaron a Jehová, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Señor oyó su voz, y los sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros, y los condujo hasta esta tierra, que fluye leche y miel. Una vez depositada la ofrenda, podrán disfrutar con la familia de todo lo recibido de parte de Jehová, junto a los levitas y prosélitos que habiten en el lugar. Al tercer año diezmarán de todo lo recibido, y lo darán al levita, al extranjero, a la viuda y al huérfano, los cuales podrán comer hasta saciarse en las aldeas donde habiten. Al respecto deberán declarar ante Jehová, que todo fue hecho bajo estricta observancia a los mandatos que hablan sobre la pureza del diezmo. Entonces, podrá solicitar al Señor mirar desde el cielo, y bendecir al pueblo y a la tierra que fluye leche y miel. De esta manera estarán declarando solemnemente que Jehová es su Dios, y que se comprometen a andar en sus caminos, y a obedecerlo en todo. Asimismo, Jehová declara que Israel es pueblo suyo, al cual exaltará sobre todas las naciones como pueblo santo, si escucha a su voz. (26:1-19)
* La entrada de Israel a la tierra prometida equivale al momento en que el creyente recibe el bautismo del Espíritu Santo. La verdadera conversión se produce cuando, al ver nuestra miseria, aceptamos, como hacían los hebreos, que no somos más que condenados a muerte, esclavos del pecado, y habiendo oído el llamado, venimos al Señor reconociendo que necesitamos un Redentor que nos libere de esa lamentable condición; entonces, ponemos nuestras vidas a disposición del Señor. Ahí viene el Espíritu Santo que nos toma, nos pone su sello de pertenencia, y nos da la ciudadanía del Reino de los cielos en Cristo Jesús.
No es el final, sino el principio de una nueva vida, en la cual la primera misión es disponerse a iniciar el proceso de santificación, de manera de comenzar a dar frutos (nuestras primicias) para Dios (Si bien es cierto, Dios nos hizo santos, es decir, nos separó para Él, el proceso de santificación del que hablamos aquí se refiere a comenzar a despojarnos del viejo hombre, que está viciado, conformado al mundo, para revestirnos de Cristo). Mientras permanezcamos en la tierra, aún seguiremos habitando en estos tabernáculos que se deshacen (nuestros cuerpos terrenales), y seguirá siendo así por todas las generaciones venideras, hasta el día de la redención final, cuando el Señor venga por su iglesia, y nos vista de nuestra habitación celestial definitiva. Entretanto, muchas batallas se nos presentarán, pero si obedecemos al Señor, y ponemos por obra su Palabra, es el mismo Espíritu Santo el que nos guía a la victoria, para alabanza y gloria del Nombre de Dios.
LA LEY ESCRITA EN PIEDRAS
- Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición, abominación a Jehová, obra de mano de artífice, y la pusiere en oculto.
- Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre.
- Maldito el que redujere el límite de su prójimo.
- Maldito el que hiciere errar al ciego en el camino.
- Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda.
- Maldito el que se acostare con la mujer de su padre, por cuanto descubrió el regazo de su padre.
- Maldito el que se ayuntare con cualquier bestia.
- Maldito el que se acostare con su hermana, hija de su padre, o hija de su madre.
- Maldito el que se acostare con su suegra.
- Maldito el que hiriere a su prójimo ocultamente.
- Maldito el que recibiere soborno para quitar la vida al inocente.
- Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas. (27:1-26)
* Lo que en el pasado se escribió en tablas de piedras, ahora se está escribiendo en la tabla del corazón de cada creyente. Jehová, por medio de Ezequiel, dijo que quitaría de su pueblo el corazón de piedra, y lo reemplazaría por un corazón de carne, y que pondría espíritu nuevo en cada uno, para que anduvieran en sus estatutos. También prometió, por medio de Jeremías, que daría su ley en la mente, y la escribiría en cada corazón. Es decir, la ley escrita en tablas de piedra quedó en el pasado, porque ahora se escribe en el corazón de cada hijo de Dios. Esta promesa se cumple por medio del Espíritu Santo, quien nos abre el oído para que oigamos, nos impulsa a buscar la Palabra de Dios para enseñarnos, nos guía a través de ella, nos da entendimiento, y nos la recuerda cada vez que la necesitamos.
** Maldito es cualquiera que pervierte la Verdad, ya sea, por incitar a la idolatría, que no sólo se refiere a adorar imágenes, sino incluso cuando los líderes tratan de atraer hacia sí mismos la atención de las personas, y no hacia la figura de Cristo. Malditos son los que se aprovechan de los sedientos que buscan calmar su sed espiritual, y los engañan enseñando mentiras. Malditos los que predican un falso evangelio, cerrando las puertas del reino a los que caen en sus trampas. Todos recibirán la paga por sus obras.
CONSECUENCIAS DE LA OBEDIENCIA Y LA DESOBEDIENCIA
- Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas serán tu canasta y tu artesa de amasar.
- Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir.
- Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti.
- Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello en que pusieres tu mano; y te bendecirá en la tierra que Jehová tu Dios te da.
- Te confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como te lo ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos. Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán.
- Y te hará Jehová sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a tus padres que te había de dar.
- Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado.
- Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, para que los guardes y cumplas, y si no te apartares de todas las palabras de la ley, ni a diestra ni a siniestra, para ir tras dioses ajenos y servirles. (28:1-14)
* Estas promesas no sólo están dirigidas al pueblo que salió de Egipto, sino a la nación santa redimida por Jesús con su sangre, para servir a Dios. Si nosotros hacemos lo que Jesús nos manda, que, a la verdad, no son mandatos gravosos, la bendición de Jehová nunca se apartará de nosotros. Jesús nos enseñó que toda la ley se cumple en dos mandamientos: amar a Dios, primeramente, y amar al prójimo. Haciendo así, permaneceremos en Cristo el Señor, y toda bendición se nos dará por añadidura.
Pero si Israel no obedece a Jehová, las maldiciones que se dicen a continuación recaerán sobre ellos:
- Maldito serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita tu canasta, y tu artesa de amasar. Maldito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas.
- Maldito serás en tu entrar, y maldito en tu salir.
- Jehová enviará contra ti la maldición, quebranto y asombro en todo cuanto pusieres mano e hicieres, hasta que seas destruido, y perezcas pronto a causa de la maldad de tus obras por las cuales me habrás dejado.
- Jehová traerá sobre ti mortandad, hasta que te consuma de la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella. Jehová te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación y de ardor, con sequía, con calamidad repentina y con añublo; y te perseguirán hasta que perezcas.
- Los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce, y la tierra que está debajo de ti, de hierro. Dará Jehová por lluvia a tu tierra polvo y ceniza; de los cielos descenderán sobre ti hasta que perezcas.
- Jehová te entregará derrotado delante de tus enemigos; por un camino saldrás contra ellos, y por siete caminos huirás delante de ellos; y serás vejado por todos los reinos de la tierra. Y tus cadáveres servirán de comida a toda ave del cielo y fiera de la tierra, y no habrá quien las espante.
- Jehová te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna, y con comezón de que no puedas ser curado. Jehová te herirá con locura, ceguera y turbación de espíritu; y palparás a mediodía como palpa el ciego en la oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos; y no serás sino oprimido y robado todos los días, y no habrá quien te salve.
- Te desposarás con mujer, y otro varón dormirá con ella; edificarás casa, y no habitarás en ella; plantarás viña, y no la disfrutarás. Tu buey será matado delante de tus ojos, y tú no comerás de él; tu asno será arrebatado de delante de ti, y no te será devuelto; tus ovejas serán dadas a tus enemigos, y no tendrás quien te las rescate. Tus hijos y tus hijas serán entregados a otro pueblo, y tus ojos lo verán, y desfallecerán por ellos todo el día; y no habrá fuerza en tu mano. El fruto de tu tierra y de todo tu trabajo comerá pueblo que no conociste; y no serás sino oprimido y quebrantado todos los días.
- Y enloquecerás a causa de lo que verás con tus ojos.
- Te herirá Jehová con maligna pústula en las rodillas y en las piernas, desde la planta de tu pie hasta tu coronilla, sin que puedas ser curado.
- Jehová te llevará a ti, y al rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no conociste ni tú ni tus padres; y allá servirás a dioses ajenos, al palo y a la piedra. Y serás motivo de horror, y servirás de refrán y de burla a todos los pueblos a los cuales te llevará Jehová.
- Sacarás mucha semilla al campo, y recogerás poco, porque la langosta lo consumirá. Plantarás viñas y labrarás, pero no beberás vino, ni recogerás uvas, porque el gusano se las comerá. Tendrás olivos en todo tu territorio, mas no te ungirás con el aceite, porque tu aceituna se caerá.
- Hijos e hijas engendrarás, y no serán para ti, porque irán en cautiverio.
- Toda tu arboleda y el fruto de tu tierra serán consumidos por la langosta.
- El extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú descenderás muy abajo. Él te prestará a ti, y tú no le prestarás a él; él será por cabeza, y tú serás por cola. (28:15-46)
* Si bien es cierto, estas maldiciones tuvieron su cumplimiento en la nación de Israel, no sólo a Israel estaban dirigidas, sino a todos los que, declarándose cristianos, niegan a Dios y a su Cristo por la forma en que se comportan. Éstos son los que siguen la corriente a los incrédulos, quienes no toman en cuenta la Palabra de Dios, argumentando que está obsoleta, y se inventan nuevas leyes para legalizar sus abominaciones, y con eso destruyen los fundamentos dados por el Señor. Podemos ver fácilmente cómo el mundo avanza hacia su propia destrucción, porque, al ignorar al Dios Todopoderoso, se han envanecido y, pretendiendo ser sabios, se han vuelto necios. El mundo está recibiendo los juicios en forma de las maldiciones de estas Escrituras: sequías y todo tipo de desastres naturales, pestes, familias destruidas, exceso de trabajo y pocos resultados, todo tipo de enfermedades mentales; en fin, la lista es larga.
Mientras los hijos de Dios permanezcamos en este mundo, viviremos rodeados de estos desastres, y, probablemente, estaremos expuestos a sus efectos, pero sabemos que Dios nunca nos dejará, y caminará junto a nosotros, fortaleciéndonos, y dándonos de su Gracia. En Cristo, estamos seguros. Además, todo padecimiento y tribulación del creyente tiene un propósito, y obrará para bien, conforme a los designios de Dios. No estaremos exentos de aflicciones, pero Jehová prometió a su pueblo que le obedece: "No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti". (Is 43:1-2 RVR60). Pablo nos invita a enfocarnos en la esperanza viva que se nos ha dado en Cristo, y no en los sufrimientos de este tiempo, diciendo: "las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Ro 8:18 RVR60). Mientras aguardamos la redención final, no debemos dejar de usar la armadura espiritual que nos protege contra el enemigo, el cual, si dejamos flancos descubiertos, no dudará en aprovecharlos para debilitarnos, y hacernos tropezar.
* Es impresionante comprobar cómo Israel recibió exactamente lo que Jehová les había dicho, por boca de Moisés, que les sucedería si desechaban su ley. Sin embargo, Jehová fue muy paciente con el pueblo hebreo, y siempre estaba enviando a sus profetas para hacerlos volverse de su maldad, pero no quisieron oír; peor aun, los torturaron y mataron, porque no les agradaba lo que les profetizaban. Cuando la maldad llegó a su límite, Jehová les envió a sus enemigos, y, en 722 a.C., el reino del norte (reino de Israel), integrado por diez de las doce tribus de Israel, fue invadido por los Asirios, llevado en cautiverio, y dispersado por todo el mundo, hasta prácticamente desaparecer, no porque se hubieran extinguido, sino porque se mezclaron con los habitantes de los lugares donde llegaron, confundiendo su identidad con la de los pueblos locales. Unos ciento treinta años después, en 586 a.C., el reino del sur (reino de Judá), compuesto por las tribus de Judá y Benjamín, fue llevado cautivo a Babilonia, de donde sólo un pequeño remanente volvió a Jerusalén después de setenta años, y cuyos descendientes habitaban esas tierras cuando el Hijo de Dios se hizo carne. El gentilicio "judío" precisamente se origina en el hecho de que el pueblo remanente provenía del reino de Judá.
RENOVACIÓN DEL PACTO ENTRE ISRAEL Y JEHOVÁ
* No es un nuevo pacto, sino el mismo que fue concertado en Horeb, quizás con más especificaciones, y aunque las palabras que Moisés habló están dirigidas a la generación que estaba por entrar a la tierra prometida, no pueden ser ignoradas por la generación que está siendo llamada para el nuevo Pacto que puso en vigencia nuestro Señor Jesucristo con su sangre. Muchos son los llamados, y pocos los escogidos, dice la Palabra de Dios. En otras palabras, a muchos se les está anunciando el evangelio, y muchos lo están recibiendo, pero no todos lo reciben con el corazón correcto. Hay quienes creen que, porque recitaron unas palabras en una reunión religiosa, ya son salvos, por tanto, si pecan a propósito, no perderán su salvación. Efectivamente, los verdaderamente salvos no pueden perder su salvación, pero, lamentablemente, no todos lo que creen ser salvos son realmente salvos. Sólo los que se han arrepentido de verdad, es decir, que llegaron a Cristo reconociendo su miseria, y anhelando un giro total en sus vidas, son los verdaderamente salvos. Ellos seguirán cometiendo pecados, pero no lo harán como un acto de rebeldía, y, con toda seguridad, una vez que caigan en la cuenta de que pecaron, detestarán haberlo hecho, y se arrepentirán, porque el Espíritu Santo que mora en ellos, los estorbará cada vez que pequen. De ese modo, la inclinación al pecado irá menguando, y será el fruto del Espíritu el que comenzará a desarrollarse, hasta ser dominante en la vida del creyente.
** Son tantas cosas que los antiguos cumplían, casi supersticiosamente, porque la ley se los mandaba: sus fiestas anuales, los continuos sacrificios de animales, lavados, alimentos puros e impuros, etc., pero lo hacían sin entender el porqué. Nuestra generación es privilegiada, porque cuando el Hijo de Dios tabernaculizó entre nosotros, comenzó a revelarnos todos los misterios ocultos, y ahora tenemos la palabra abierta, porque lo que Jesús no habló, porque no era tiempo, el Espíritu Santo lo fue develando a través de los siervos del Señor, quienes, inspirados por el Espíritu, escribieron los evangelios y las epístolas, donde la Verdad que estaba oculta se hace pública, y disponible para el que la quiera escudriñar.
ESCOGE EL BIEN, ESCOGE VIDA
* En su epístola a los Romanos, Pablo hace alusión a las palabras dichas por Moisés en este discurso, explicando que la salvación no es por obras, porque es imposible para los hombres sujetarse a la ley. Por tanto, no se trata de tener que subir al cielo, o bajar al abismo para ser justificados; es mucho más simple: sólo tienen que hablar con su boca lo que creen en el corazón. Lo expresó de esta manera: "si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo." (Ro 10:9 RVR60). La salvación es por la fe en Jesucristo. Es un regalo que Dios, en su infinito amor y misericordia, nos da, aunque, a la verdad, nadie lo merece.
** Es maravilloso ver, a la luz de las revelaciones del Nuevo Testamento, cómo se van cumpliendo las palabras aquí descritas; porque esta promesa no sólo fue cumplida cuando YHWH llevó al remanente del Reino de Judá de regreso a Jerusalén desde Babilonia, donde habían estado cautivos por setenta años. Esa liberación, aun tratándose de un evento milagroso, no era más que sombra de la verdadera Redención del cautiverio que Dios está llevando a cabo, ahora para vida eterna, por medio de Jesucristo, donde los antes cautivos del mal, ahora son las piedras santas usadas para levantar los muros de la ciudad de Dios.
Pablo aclaró que, un israelita es aquel que recibe las promesas hechas a Abraham, y no necesariamente procede de Israel según la carne. Dicho de otra manera, en la Palabra de Dios, muchas veces, se usa el gentilicio israelita para referirse a la descendencia procedente de la fe en Jesucristo, a quienes YHWH da el derecho de ser hijos de Dios, porque recibieron el nuevo nacimiento, no de la carne, sino del Espíritu Santo.
Así es como, la que no tenía hijos, ahora se llena de ellos. Jerusalén, la celestial, en el tiempo que corre entre la resurrección de Jesucristo y su segunda venida, está dando a luz los hijos del Espíritu:
"Regocíjate, oh estéril, la que no daba a luz;
levanta canción y da voces de júbilo, la que nunca estuvo de parto;
porque más son los hijos de la desamparada que los de la casada, ha dicho Jehová.
Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas;
no seas escasa; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas.
Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda;
y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas".
(Is 54:1-3 RVR60)