[Comenzar en Deuteronomio Parte I]
OFRENDA DE LAS PRIMICIAS
Moisés continúa dando instrucciones al pueblo, diciendo que, cuando habiten en la tierra que Jehová les dará en herencia, tomen de las primicias de la tierra en una canasta, y las lleven al lugar que Jehová haya escogido para que su Nombre sea invocado, y las presenten ante el sacerdote, declarando que Jehová es su Dios, y que con esa ofrenda reconocen que han entrado en la tierra que Jehová prometió a sus padres que daría a sus descendientes. Entonces, el sacerdote pondrá las primicias en el altar ante el Señor. En esa ocasión, deberán recordar y declarar que, siendo su padre un arameo a punto de perecer, descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, hasta llegar a convertirse en una gran nación, fuerte y numerosa. Traerán a la memoria que los egipcios los maltrataron y afligieron, y los sujetaron a dura servidumbre, pero que, cuando clamaron a Jehová, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Señor oyó su voz, y los sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros, y los condujo hasta la tierra que fluye leche y miel. Una vez depositada la ofrenda, podrán disfrutar con la familia de todo lo recibido de parte de Jehová, junto a los levitas y prosélitos que habiten en el lugar. Al tercer año diezmarán de todo lo recibido, y lo darán al levita, al extranjero, a la viuda y al huérfano, los cuales podrán comer hasta saciarse en las aldeas donde habiten. Cuando lo hagan, declararán ante Jehová que todo fue hecho bajo estricta observancia a los mandatos que hablan sobre la pureza del diezmo. Entonces, podrá solicitar al Señor mirar desde el cielo, y bendecir al pueblo y a la tierra que fluye leche y miel. De esta manera, estarán declarando solemnemente que Jehová es su Dios, y que se comprometen a andar en sus caminos, y a obedecerlo en todo. Asimismo, Jehová declara que Israel es pueblo suyo, al cual exaltará sobre todas las naciones como pueblo santo, si escucha a su voz. (26:1-19)
* Este capítulo es un resumen que nos enseña cómo opera la salvación para vida eterna, porque la entrada de Israel a la tierra prometida equivale al momento en que una persona, habiendo oído el mensaje de la salvación en Cristo, lo cree; reconoce su pecado; entrega su vida al Señor; y recibe el bautismo del Espíritu Santo.
Cuando estudiamos Levítico 23, que habla sobre las fiestas solemnes, entendimos que la Fiesta de las Primicias habla de Jesús resucitado, porque Él es "las primicias" de los hombres que resucitan para vida eterna, y es nuestra fe en Él lo que debemos exhibir para ser salvos.
Tal como los hebreos debían declarar que estaban recibiendo la tierra que Jehová había prometido dar a sus padres, cuyo patriarca no había sido más que un arameo a punto de perecer, cuya descendencia fue esclavizada en Egipto, de donde el Señor los rescató con gran poder, para conducirlos hasta esa tierra que fluía leche y miel (vv.3-10), nosotros también, para heredar la vida eterna, debemos reconocer que hemos vivido toda nuestra vida sirviendo al pecado; arrepentirnos de haber ignorado a Dios, y presentar ante el altar las primicias de nuestra fe en la sangre derramada por Jesús, que nos limpia de la culpa. Entonces, seremos declarados hijos de Dios y ciudadanos del Cielo. Dice la Palabra: "que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (Ro 10:9-10).
Cuando creo en el corazón, y lo confieso con mi boca, el Espíritu Santo me toma, y me pone su sello de pertenencia. Desde el momento en que soy libertado de la esclavitud del pecado, "ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2:20). Porque la confesión de fe no es el final, sino el comienzo de una nueva vida; pues, así como los hebreos que estaban por iniciar la conquista de Canaán, debían expulsar los pueblos paganos que la habitaban, el creyente debe despojarse de su viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos mundanos, para ser revestido de Cristo. Es lo que se conoce como la santificación, es decir, el proceso mediante el cual el Espíritu de Cristo que nos fue dado trabaja, produciendo en nosotros el querer como el hacer, con el fin de restaurar en nosotros la imagen y semejanza a Dios con que fuimos creados, que se corrompió tras el pecado de Adán y Eva.
Durante el proceso de santificación, el creyente colabora con la obra que el Espíritu Santo lleva a cabo dentro de él, disponiéndose a obedecer la Voluntad de Dios, quien es el que da el crecimiento, lo cual se evidencia por los frutos que el Espíritu va produciendo en cada uno, como resultado de la transformación del ser interior que, por obra del Espíritu, se va conformando a la imagen del Hijo de Dios, quien es las primicias (el primogénito), y hasta ahora el único ser humano glorificado, de una multitud de hombres y mujeres que estamos siendo redimidos por Su Sangre que, como Jesús, seremos también glorificados en Su Venida, para habitar para siempre la tierra, cuando todo lo creado sea restaurado.
Palabra fiel es ésta: "cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna" (Tit 3:4-7).
LA LEY ESCRITA EN PIEDRAS
* Lo que en el pasado se escribió en tablas de piedras, ahora se está escribiendo en la tabla del corazón de cada creyente. Jehová, por medio de Ezequiel, dijo que quitaría de su pueblo el corazón de piedra, y lo reemplazaría por un corazón de carne: "Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra" (Ez 36:25-27). También dijo: "Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande" (ver Jer 31:33-34; Is 54:13). Es decir, la ley escrita en tablas de piedra quedó en el pasado, porque ahora se escribe en el corazón de cada hijo de Dios.
CONSECUENCIAS DE LA OBEDIENCIA Y LA DESOBEDIENCIA
- Maldito el hombre que hiciere escultura o imagen de fundición, abominación a Jehová, obra de mano de artífice, y la pusiere en oculto.
- Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre.
- Maldito el que redujere el límite de su prójimo.
- Maldito el que hiciere errar al ciego en el camino.
- Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero, del huérfano y de la viuda.
- Maldito el que se acostare con la mujer de su padre, por cuanto descubrió el regazo de su padre.
- Maldito el que se ayuntare con cualquier bestia.
- Maldito el que se acostare con su hermana, hija de su padre, o hija de su madre.
- Maldito el que se acostare con su suegra.
- Maldito el que hiriere a su prójimo ocultamente.
- Maldito el que recibiere soborno para quitar la vida al inocente.
- Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas. (27:14-26)
* Maldito es cualquiera que pervierte la Verdad. La idolatría; deshonrar padre y madre; el abuso y maltrato del prójimo; el desenfreno sexual; rechazar la Palabra de Dios; todas son cosas que el Señor condena.
Aprovecharse de los sedientos que buscan calmar su sed espiritual, predicándoles un falso evangelio también es pecado. Éstos falsos pastores no sólo cierran las puertas del reino para sí mismos, sino que arrastran consigo a los incautos que son fácilmente engañados, porque, por pereza o falta de disciplina, no buscan conocer al Dios de la Biblia. Mas está escrito que cada uno recibirá la paga por sus obras.
- Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas serán tu canasta y tu artesa de amasar.
- Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir.
- Jehová derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti.
- Jehová te enviará su bendición sobre tus graneros, y sobre todo aquello en que pusieres tu mano; y te bendecirá en la tierra que Jehová tu Dios te da.
- Te confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como te lo ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos. Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti, y te temerán.
- Y te hará Jehová sobreabundar en bienes, en el fruto de tu vientre, en el fruto de tu bestia, y en el fruto de tu tierra, en el país que Jehová juró a tus padres que te había de dar.
- Te abrirá Jehová su buen tesoro, el cielo, para enviar la lluvia a tu tierra en su tiempo, y para bendecir toda obra de tus manos. Y prestarás a muchas naciones, y tú no pedirás prestado.
- Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo, si obedecieres los mandamientos de Jehová tu Dios, para que los guardes y cumplas, y si no te apartares de todas las palabras de la ley, ni a diestra ni a siniestra, para ir tras dioses ajenos y servirles. (28:1-14)
* Como podemos apreciar, las bendiciones no son individuales, sino al pueblo entero. Israel era como la esposa de Jehová, así como la iglesia es la novia prometida al Cordero. Tanto el pacto hecho por medio de Moisés con Israel como el nuevo pacto, cuyo mediador es Jesucristo, equivalen al pacto matrimonial entre un hombre y una mujer. Son irrevocables, "salvo por causa de fornicación" (Mt 19:7-9); infidelidad que, obviamente, sólo puede provenir del ser humano.
** Estas promesas no sólo están dirigidas al pueblo que salió de Egipto, sino a la nación santa redimida por Jesús con su sangre, para servir a Dios. Si nosotros hacemos lo que Jesús nos manda, que, a la verdad, no son mandatos gravosos, la bendición de Jehová nunca se apartará de nosotros. Jesús nos enseñó que toda la ley se cumple en dos mandamientos: amar a Dios, primeramente, y amar al prójimo. Haciendo así, permaneceremos en Cristo el Señor, y toda bendición se nos dará por añadidura.
- Maldito serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldita tu canasta, y tu artesa de amasar. Maldito el fruto de tu vientre, el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas.
- Maldito serás en tu entrar, y maldito en tu salir.
- Jehová enviará contra ti la maldición, quebranto y asombro en todo cuanto pusieres mano e hicieres, hasta que seas destruido, y perezcas pronto a causa de la maldad de tus obras por las cuales me habrás dejado.
- Jehová traerá sobre ti mortandad, hasta que te consuma de la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella. Jehová te herirá de tisis, de fiebre, de inflamación y de ardor, con sequía, con calamidad repentina y con añublo; y te perseguirán hasta que perezcas.
- Los cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce, y la tierra que está debajo de ti, de hierro. Dará Jehová por lluvia a tu tierra polvo y ceniza; de los cielos descenderán sobre ti hasta que perezcas.
- Jehová te entregará derrotado delante de tus enemigos; por un camino saldrás contra ellos, y por siete caminos huirás delante de ellos; y serás vejado por todos los reinos de la tierra. Y tus cadáveres servirán de comida a toda ave del cielo y fiera de la tierra, y no habrá quien las espante.
- Jehová te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, con sarna, y con comezón de que no puedas ser curado. Jehová te herirá con locura, ceguera y turbación de espíritu; y palparás a mediodía como palpa el ciego en la oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos; y no serás sino oprimido y robado todos los días, y no habrá quien te salve.
- Te desposarás con mujer, y otro varón dormirá con ella; edificarás casa, y no habitarás en ella; plantarás viña, y no la disfrutarás. Tu buey será matado delante de tus ojos, y tú no comerás de él; tu asno será arrebatado de delante de ti, y no te será devuelto; tus ovejas serán dadas a tus enemigos, y no tendrás quien te las rescate. Tus hijos y tus hijas serán entregados a otro pueblo, y tus ojos lo verán, y desfallecerán por ellos todo el día; y no habrá fuerza en tu mano. El fruto de tu tierra y de todo tu trabajo comerá pueblo que no conociste; y no serás sino oprimido y quebrantado todos los días.
- Y enloquecerás a causa de lo que verás con tus ojos.
- Te herirá Jehová con maligna pústula en las rodillas y en las piernas, desde la planta de tu pie hasta tu coronilla, sin que puedas ser curado.
- Jehová te llevará a ti, y al rey que hubieres puesto sobre ti, a nación que no conociste ni tú ni tus padres; y allá servirás a dioses ajenos, al palo y a la piedra. Y serás motivo de horror, y servirás de refrán y de burla a todos los pueblos a los cuales te llevará Jehová.
- Sacarás mucha semilla al campo, y recogerás poco, porque la langosta lo consumirá. Plantarás viñas y labrarás, pero no beberás vino, ni recogerás uvas, porque el gusano se las comerá. Tendrás olivos en todo tu territorio, mas no te ungirás con el aceite, porque tu aceituna se caerá.
- Hijos e hijas engendrarás, y no serán para ti, porque irán en cautiverio.
- Toda tu arboleda y el fruto de tu tierra serán consumidos por la langosta.
- El extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú descenderás muy abajo. Él te prestará a ti, y tú no le prestarás a él; él será por cabeza, y tú serás por cola. (28:15-46)
* Si bien es cierto, estas maldiciones han tenido su cumplimiento en la nación de Israel, no sólo a los hijos de Abraham según la carne estaban dirigidas, sino a todo el que rechaza la Palabra de Dios, incluidos aquéllos que, declarándose cristianos, niegan a Dios y a su Cristo con sus obras. Éstos últimos son los que se creen piadosos, pero viven sus vidas siguiendo la corriente de los incrédulos, no tomando en cuenta la Palabra de Dios, pues, igual que ellos, piensan que lo que está escrito en la Biblia está "pasado de moda", y se inventan o apoyan nuevas regulaciones que legalizan sus abominaciones, socavando de esa manera los cimientos que sostienen al mundo.
Podemos ver fácilmente cómo el mundo avanza hacia su propia destrucción, porque los hombres, al ignorar al Dios Todopoderoso, se han envanecido y, pretendiendo ser sabios, se han vuelto necios. El mundo está recibiendo los juicios que, en forma de maldiciones, se expresan en estas Escrituras: sequías y todo tipo de desastres naturales, pestes, familias destruidas, exceso de trabajo y pocos resultados, todo tipo de enfermedades mentales; en fin, la lista es larga.
Así está escrito: "Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes, y que tomar mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, y echas a tu espalda mis palabras. Si veías al ladrón, tú corrías con él, y con los adúlteros era tu parte. Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre. El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios" (Sal 50:16-23).
** Aunque los que hemos renacido por la fe en el Hijo de Dios, ya no somos de este mundo, sino ciudadanos del cielo, no olvidemos que Jesús dijo que no estaremos exentos de aflicciones mientras dure nuestro peregrinar. Esto quiere decir que seguiremos presenciando los desastres que se ciernen sobre el mundo por causa de su pecado, y, probablemente, recibiremos sus efectos, pero descansamos en la confianza en que Dios nunca nos dejará, sino que permanecerá con nosotros, fortaleciéndonos, y llenándonos de su Gracia para resistir el día malo. Así dijo el Señor: "No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, Yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti". (Is 43:1-2 RVR60).
Asimismo, Pablo nos llama a no enfocarnos en los sufrimientos de este tiempo, sino en la esperanza viva que se nos ha dado en Cristo, porque "las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Ro 8:18 RVR60).
Por lo demás, "¿Qué podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? Como está escrito: «Por causa de ti siempre nos llevan a la muerte, somos contados como ovejas de matadero.» Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó" (Ro 8:35-37 RVC).
PROFECÍA CONTRA ISRAEL
* Es impresionante comprobar cómo Israel recibió exactamente lo que Jehová les había dicho, por boca de Moisés, que les sucedería si desechaban su ley. Sin embargo, Jehová fue muy paciente con el pueblo hebreo, y siempre estaba enviando a sus profetas para hacerlos volverse de su maldad, pero no quisieron oír; peor aun, los torturaron y mataron, porque no les agradaba lo que les profetizaban.
Cuando la maldad llegó a su límite, Jehová les envió a sus enemigos, y, en 722 a.C., el reino del norte (reino de Israel), integrado por diez de las doce tribus de Israel, fue invadido por los Asirios, llevado en cautiverio, y dispersado por todo el mundo hasta prácticamente desaparecer, no porque se hubieran extinguido, sino porque se mezclaron con los habitantes de los lugares adonde llegaron, confundiendo su identidad con la de los pueblos locales.
Unos ciento treinta años después, en 586 a.C., el reino del sur (reino de Judá), compuesto por las tribus de Judá y Benjamín, fue llevado cautivo a Babilonia, de donde sólo un pequeño remanente volvió a Jerusalén después de setenta años, y cuyos descendientes habitaban esas tierras cuando el Hijo de Dios se hizo carne. El gentilicio "judío" precisamente se origina en el hecho de que el pueblo remanente provenía del reino de Judá.
RENOVACIÓN DEL PACTO ENTRE ISRAEL Y JEHOVÁ
* "Pero hasta hoy Jehová no os ha dado corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír" (v.4). El versículo 4 nos habla de la condición, no sólo del pueblo de Israel en aquel tiempo, sino del mundo entero.
Tal corazón duro, ciego y sordo sólo comenzó a ser sanado con la primera venida del Mesías. Primero, a los hijos de Israel se les concedió entender; posteriormente, al resto de las naciones. Sin embargo, no a todos (ni de entre los judíos ni de los gentiles) se les ha concedido tener ojos para ver, ni oídos para oír, sino sólo a los escogidos para heredar la vida eterna. "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del reino de Dios, pero a los demás les hablo en parábolas, para que viendo, no vean; y oyendo, no entiendan" (Lc 8:10 NBLA); "el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente" (1Co 2:14 NBLA); es decir, para entender, es necesario haber nacido del Espíritu Santo.
Como ya hemos dicho, el propósito de la Ley mosaica era conducir a Israel hacia su Mesías, a fin de darle salvación por medio de la fe. Cuando, en el tiempo señalado, Cristo vino, se comenzaron a revelar los misterios de la sabiduría de Dios, que había permanecido oculta de los hombres, a fin de que el plan de Redención en Cristo Jesús pudiera cumplirse cabalmente. Así lo explica Pablo: "hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu..." (1Co 2:7-10).
** Las instrucciones que Moisés estaba entregando al pueblo en Moab, no eran de un nuevo pacto, sino del mismo que fue concertado en Horeb, pero que era necesario recordar y profundizar con más detalle a la nueva generación que estaba por entrar a la tierra prometida. Sin embargo, como hemos podido aprender, no deben ser ignoradas por la generación que ahora está siendo llamada al nuevo Pacto, inaugurado con la sangre de nuestro Señor Jesucristo, pues, "las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron" (Ro 15:4); y porque la iglesia está siendo edificada "sobre el fundamento de los apóstoles [Nuevo Testamento] y profetas [Antiguo Testamento], siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo" (Ef 2:26).
*** La Palabra de Dios dice: "ustedes, hermanos, a libertad fueron llamados; sólo que no usen la libertad como pretexto para la carne" (Ga 5:13 NBLA). El que, habiendo hecho una profesión de fe, peca deliberadamente, debe preguntarse si verdaderamente es salvo, porque el que ha renacido del Espíritu Santo, probablemente, seguirá cometiendo pecados, pero ya no lo hace intencionalmente, y, con toda seguridad, una vez que cae en la cuenta de que pecó, no le da lo mismo; se sentirá mal, y se arrepentirá, porque el Espíritu Santo que mora en él lo incomoda cuando no está en la Voluntad de su Señor. Así opera la santificación en el creyente; por obra del Espíritu de Dios que mora en él, su inclinación al pecado va menguando, al tiempo que el fruto del Espíritu comienza a desarrollarse, hasta ser dominante en la vida de ese hijo que entregó su vida al Señor.
ESCOGE EL BIEN, ESCOGE VIDA
* En su epístola a los Romanos, Pablo hace alusión a las palabras dichas por Moisés en este discurso, explicando que la salvación no es por obras, porque es imposible para los hombres sujetarse a la ley. Por tanto, no se trata de tener que subir al cielo, o bajar al abismo para ser justificados; es mucho más simple: sólo tienen que hablar con su boca lo que creen en el corazón. Lo expresó de esta manera: "si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo" (Ro 10:9 RVR60). La salvación es por la fe en Jesucristo. Es un regalo que Dios, en su infinito amor y misericordia, nos da, aunque, a la verdad, nadie lo merece.
** Es maravilloso ver, a la luz de las revelaciones del Nuevo Testamento, cómo se van cumpliendo las palabras aquí descritas; porque esta promesa no sólo fue cumplida cuando YHWH llevó al remanente del Reino de Judá de regreso a Jerusalén desde Babilonia, donde habían estado cautivos por setenta años. Esa liberación, aun tratándose de un evento milagroso, no era más que sombra de la verdadera Redención del cautiverio que Dios está llevando a cabo, ahora para vida eterna, por medio de Jesucristo, donde los antes cautivos del mal, se vuelven las piedras santas usadas para levantar los muros de la ciudad de Dios.
Pablo aclaró que, un israelita es aquel que recibe las promesas hechas a Abraham, y no necesariamente procede de Israel según la carne. Dicho de otra manera, en la Palabra de Dios, muchas veces, se usa el gentilicio israelita para referirse a la descendencia procedente de la fe en Jesucristo, a quienes YHWH da el derecho de ser hijos de Dios, porque recibieron el nuevo nacimiento, no de la carne, sino del Espíritu Santo.
Así es como, la que no tenía hijos, ahora se llena de ellos. Jerusalén, la celestial, en el tiempo que corre entre la resurrección de Jesucristo y su segunda venida, está dando a luz los hijos del Espíritu:
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