(Nota: Los párrafos en negrita son un resumen de los versículos bíblicos que se están estudiando [identificados al pie de cada párrafo, versión RVR60]; los textos en cursiva son los comentarios que surgen a partir de esos textos. Para ir al link de respaldo bíblico o de apoyo, hacer click en los enlaces.)
[Comenzar en Levítico I]
DE OLIVAS Y PANES
* En las Escrituras encontramos algunos pasajes que nos muestran que las olivas son los hijos del Reino. Lo vemos, entre otros libros, en la epístola de Pablo a los Romanos, donde, refiriéndose al pueblo judío, lo llama el olivo natural, y a los gentiles creyentes, el olivo silvestre que es injertado en el natural. Siendo así, concluimos que, el aceite obtenido de las olivas machacadas, en sentido figurado, habla de los frutos de santificación producidos por las pruebas en los creyentes. Es ese aceite el que mantiene ardiendo la luz de la perfecta comunión entre los hijos y el Padre. Por consiguiente, mientras estemos en estos cuerpos de carne, si es necesario, seremos afligidos para ir limando esas asperezas que nos impiden encajar con los planes de Dios; para que aprendamos a depender de Él y, para que recordemos que es el Señor quien nos sustenta. Nos guste o no, la Palabra dice que es necesario que atravesemos por muchas tribulaciones para entrar al Reino.
Tan necesarias son las pruebas, que la Escritura dice que Cristo, que no tenía pecado, aprendió obediencia debido a lo que padeció, y así fue perfeccionado. No que Jesús haya tenido que corregir aspectos de su vida, sino que las aflicciones, tribulaciones y tentaciones que Jesús debió enfrentar probaron lo que había en Su corazón, que se mantuvo fiel y obediente al Padre hasta las últimas consecuencias. Y así como Cristo fue probado, los que hemos sido redimidos en Cristo, también debemos ser probados y disciplinados, pues, dice la Palabra que el Señor, al que ama, disciplina, como el padre al hijo que quiere. Pero no debemos desfallecer ante su disciplina, pues, cuando viene la prueba, el Señor también muestra la salida. Además, sabemos que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Ro 8:28), es decir, cada prueba tiene un propósito de Dios para nosotros o para los que están a nuestro alrededor. No hay prueba que aqueje al creyente que no forme parte del perfecto plan de Dios para el Reino. Quizás en esta vida nunca vamos a entender por qué, a veces, debemos atravesar por padecimientos tan dolorosos (muertes, accidentes, fracasos, etc.), pero sin dudas, en la otra vida, daremos gracias al Señor, porque nuestros padecimientos cooperaron para un bien superior que entonces se nos revelará.
** En los versículos que estamos estudiando, dice que los doce panes representaban una ofrenda encendida a Jehová en nombre de las doce tribus de Israel (vv.5-9). El pan es alimento, y la misión de las tribus de Israel era convertirse en testimonio para el resto del mundo, de lo que significaba ser el pueblo escogido por Jehová, el Único Dios vivo, para que las naciones lo conocieran, lo temieran, glorificaran su Nombre, y lo desearan.
Recordemos que, entre los milagros más notorios hechos por Jesús, están aquellos en que, de unos pocos pedazos de pan, fueron alimentados más de cinco mil personas en dos ocasiones (en una ocasión, habla de cinco mil hombres, y en otra, de cuatro mil hombres, y en ambas agrega "sin contar mujeres y niños"; es decir, quizás se trató de unas diez mil personas en cada evento). Lo que estas parábolas enseñaban es que un solo convertido a Cristo, que vive una vida que da testimonio de que es hijo de Dios, y que transmite el evangelio a otros, puede convertirse en un "pan" que alimenta a una multitud, porque ésos que recibieron el testimonio y son salvos, también se convertirán en testimonio vivo para otros, y así sucesivamente. Por eso, es imperativo que compartamos el evangelio de salvación, y que seamos, no sólo oidores, sino hacedores de la Palabra de Dios.
La palabra dice: "Sin bueyes el granero está vacío; mas por la fuerza del buey hay abundancia de pan" (Pr 14:4). Cada siervo del Señor es como un buey que ara la tierra para plantar la semilla de la Palabra de Dios, que traerá vida eterna a muchos.
PECADOS DE MUERTE
* Jesús dijo que, a cualquiera que diga una palabra contra el Hijo del Hombre le será perdonado, pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado ni aquí, ni en el mundo venidero. Cuando Jesús dijo esas palabras, la blasfemia que habían cometido los líderes judíos era afirmar que los milagros que Jesús hacía por el Espíritu Santo eran milagros hechos por medio de un espíritu inmundo.
En su primera epístola, el Apóstol Juan dice que hay pecado de muerte y pecado que no es de muerte, y que, si alguno ve a su hermano cometiendo pecado que no lleva a la muerte, que ore por él, y Dios le dará vida, sin embargo, también aclara que no está diciendo que hay que orar por un pecado de muerte. El Apóstol no especifica a qué se refiere con un pecado de muerte, pero, a la luz de los versículos que estamos estudiando, y de las palabras de Jesús, sin dudas, blasfemar contra Dios, o contra el Espíritu Santo de Dios, es un pecado por el cual una persona no va a ser perdonada.
No obstante lo anterior, toda la Escritura nos enseña que, el que se arrepiente y confiesa su pecado, será perdonado. En consecuencia, no creo estar contradiciendo las palabras del Apóstol Juan al afirmar que, efectivamente, no debemos orar para que se perdone el pecado de muerte de un pecador, pero sí, podemos y debemos orar para que Dios conceda al pecador convicción de su pecado y arrepentimiento para salvación.
** Con respecto a devolver el mal recibido (vv.19-20), Jesús dijo: "Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses." (Mt 5:38-42). Jesús no estaba cambiando la ley, sino que estaba enseñando que el mal se vence con el bien. Como dijo Pablo: "si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza" (Ro 12:20), queriendo decir que, si respondes al mal haciendo el bien, existe la posibilidad de que lo que hiciste provoque en el agresor un efecto tan abrumador, que lo mueva a reconsiderar y, quizás, a arrepentirse para salvación.
El Príncipe de Paz enseñó: "Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian." (Lc 6:27-28)
EL REPOSO DE LA TIERRA
* Jesús es el Señor del día de Reposo. Ya sea día o año de reposo, en el ámbito espiritual, cuando la Escritura habla de reposo se refiere al descanso que Jehová hizo disponible para el mundo por medio de Jesucristo. Si bien es cierto, la ley de los versículos que estamos estudiando está indicada para el cuidado de la tierra, espiritualmente hablando, el reposo para la tierra (el mundo) se hizo disponible desde el momento en que Jesucristo dijo "consumado es", y entregó el Espíritu. El Sembrador vino para llevar a cabo la obra que el Padre le envió a hacer, de repartir, por donde iba, la semilla del evangelio, y terminó cuando dejó caer el precioso Grano de Trigo en la tierra para que, muriendo, diera mucho fruto. El Hijo del Hombre es tanto el Sembrador como el Grano de Trigo. La obra está completa, y a nosotros sólo nos queda compartir lo que recibimos gratuitamente.
El pan es un producto que se hace con harina obtenida del trigo molido (que, dicho sea de paso, también se refiere a padecimientos, como las olivas machacadas). Jesús, El Trigo, ya fue molido, y el Pan que alimenta al mundo fue horneado en fuego de aflicción. El ministerio de los verdaderos israelitas, la iglesia de Cristo, es tomar el Pan celestial que el Padre nos dio, y repartirlo entre los que tienen hambre espiritual. Ahora sabemos que no hay que hacer obras para alcanzar el cielo, pues, en Cristo, tenemos entrada al Trono de la Gracia por la fe. Como dijo Jesús: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado." (ver Jn 6:26-27).
** Con respecto a cómo determinar el tiempo de reposo de la tierra; espiritualmente hablando, recordemos que cada jornada, según la Biblia, inicia en un atardecer, y llega a su fin con la siguiente puesta de sol, esto, porque, cuando Jehová definió lo que era un día, dijo: "Y fue la tarde y la mañana un día" (Gn 1:5), es decir, un día comienza con el anochecer. Es por esto que los hebreos celebran el día de reposo (séptimo día de la semana) a partir del atardecer del viernes, terminando en la puesta de sol del sábado. De hecho, la creación comienza con la misma secuencia: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz" (Gn 1:1-3). De ese mismo modo debemos entender el tiempo del reposo de la tierra: comienza con la noche, que inició cuando Jesús fue crucificado, de lo cual recibimos señal cuando, durante la crucifixión, las tinieblas cubrieron la tierra por tres horas, y terminará cuando la Luz, que es la vida de los hombres, regrese. Muchos son los argumentos bíblicos que confirman que estamos atravesando la noche del tiempo de salvación, y que el amanecer está cada vez más cerca. Aquí transcribimos algunos de esos argumentos:
- Isaías profetizó sobre Jerusalén (la novia del Cordero): "Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria" (Is 60:1-2).
- Mientras Jesús cumplía su ministerio terrenal, dijo: "Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar" (Jn 9:4), y agregó: "Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo" (Jn 9:5), porque Él vino a enseñar la Verdad, que es la que alumbra el entendimiento.
- Pablo confirma que el mundo está viviendo la noche espiritual, al decir: "La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (Ro 13:12-14)
*** ¿Cómo se manifiesta en este tiempo el transitar de la tinieblas a la luz?
En los siguientes versículos se describe el estado en que nos encontramos cuando Cristo nos llama: "No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas; cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz. Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud; esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche; estamos en lugares oscuros como muertos" (Is 59:8-10). Entonces, viene el llamado: "Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo." (Ef 5:14, Pablo parafraseando Is 60:1-2).
Y cuando nos volvemos a Cristo, ésta es nuestra nueva condición: "todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo" (1Ts 5:5-8)
El mundo está en tinieblas, y la esperanza de ser alumbrados está solamente en Jesucristo. "Es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos" (Ro 13:11); "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo" (2Co 4:6 - énfasis añadido en todas las citas).
Jesús dijo que sus discípulos somos la luz del mundo, y su llamado es a que compartamos con otros la luz que recibimos de Él .
AÑO DEL JUBILEO
* Como hemos podido comprobar reiteradamente, la Escritura se explica a sí misma. Ya hemos dicho que, cuando Jehová llama a conmemorar estas fiestas, está llamando la atención del pueblo hacia la redención que Dios iba a llevar a cabo por medio de Su Hijo Jesucristo; en este caso, hacia lo que podríamos denominar el Jubileo para la humanidad.
Por ejemplo, para determinar los tiempos correspondientes al cumplimiento de esta conmemoración en el ámbito espiritual, podemos dirigirnos al evangelio de Mateo. Este apóstol comienza su relato con la genealogía de Jesús, partiendo desde Abraham (no de Adán, como lo hace Lucas, que se refiere a la genealogía según la carne), pues, fue a Abraham a quien, por su fe, Jehová dio la promesa de que, en su Simiente, (que es Cristo), serían benditas todas las naciones de la tierra. Terminada la genealogía, Mateo hace el siguiente comentario: "De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce" (Mt 1:17 - énfasis añadido). Cuando llegamos a ese versículo, no entendemos por qué esa información parecía tener tanta importancia para Mateo, como para incluirla en su evangelio; pero, si la leemos según los tiempos bíblicos, salta a la luz que si, en vez de contar generaciones de catorce años, como lo hizo Mateo, contamos generaciones de siete años, obtenemos seis generaciones de siete años, o sea, seis veces siete generaciones, que podríamos llamar "semanas" (siguiendo con la forma que la Biblia usa para referirse al cumplimiento de ciertos hitos, que marcan el cumplimiento de etapas en el plan de redención. A veces habla de días, años, semanas, generaciones, etc., que no siempre deben entenderse literalmente. Recordemos que, para Jehová, que es eterno, un día pueden ser mil años). Si hasta el ministerio terrenal de Jesús se contaron seis semanas, la séptima semana, como dijimos, se cumple cuando el Cordero que quita el pecado del mundo fue sacrificado (día de expiación - v.9), pero no sólo se trata de otro año sabático, sino que es el que anuncia que viene el año del Jubileo, tiempo en que se lleva a cabo la gran redención del Israel de Dios (la congregación de los santos en Jesucristo), donde los presos y cautivos reciben su libertad, y los deudores son absueltos.
Dice el versículo 10: "y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia". Jehová prometió, por medio del profeta Ezequiel: "Yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios" (Ez 36:24-28). Muchos piensan que la profecía de Ezequiel se refiere al regreso de la cautividad en Babilonia, en el 538 a.C., o, más recientemente, cuando en 1948 fue declarado el Estado de Israel, pero no es así. Aquí, Jehová dice que esparcirá agua limpia sobre Israel para quitar de ellos las inmundicias, la idolatría; y dice que les dará un corazón nuevo y, lo más sobresaliente: que pondrá dentro de Su pueblo SU ESPÍRITU, y ése es un milagro que ocurre sólo por la fe en Jesucristo.
Jehová se manifestó por medio de Jesús (Emanuel, Dios con nosotros), cumpliendo, entre varias profecías de Isaías, la que habla del regreso de los redimidos a Sion, refiriéndose a la congregación de los santos que, en Jesucristo, se vuelven a Jehová de todo su corazón: "Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro (...) Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad." (...) "Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará." (...) "Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido." (Is 35:2-5, 8, 19)
Jesucristo es el Camino: "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Jn 14:6).
Jehová prometió: "Yo salvaré a mis ovejas, y nunca más serán para rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja. Y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor. Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos. Yo Jehová he hablado..." (Ez 34:22-25).
Está claro que Jesucristo es el Pastor: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor" (Jn 10:14-16).
Dios nos está llamando a la libertad por medio de su Hijo Jesucristo, quien derrotó a Satanás, que nos tenía cautivos, el día en que resucitó de los muertos, y terminará la obra de redención cuando todos los llamados hayan entrado a Jerusalén, la celestial; la ciudad de Dios que está siendo edificada por el Señor para presentársela a sí mismo como una novia pura, santa, inmaculada, dispuesta para su marido: "Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios" (Ap 21:2-3 - énfasis añadido en cada cita).
Rescate de Propiedades
* En estos versículos se habla de las posesiones terrenales, y su intención es que ningún hebreo esté por sobre sus hermanos, ni que haya menesterosos en medio del pueblo, como lo dice el Señor en Deuteronomio 15:3-4, en relación al año de remisión: "lo que tu hermano tuviere tuyo, lo perdonará tu mano, para que así no haya en medio de ti mendigo".
Las posesiones terrenales se pueden convertir en una trampa, pues, donde esté nuestro tesoro, allí pondremos el corazón. El Señor dijo, por medio de Juan, que no debemos amar al mundo, ni las cosas que hay en él, porque nada de lo que ofrece el mundo, esto es, los deseos carnales, lo que nuestros ojos codician, el orgullo que producen los logros o posesiones, proviene de Dios, y cuando el mundo acabe, nada de eso quedará, en cambio lo que ofrece Dios permanece para siempre.
Recordemos que el autor de la carta a los Hebreos dice que todos aquellos héroes de la fe, mencionados en el capítulo 11, vivieron como extranjeros en la tierra prometida, porque su meta no era una patria terrenal, sino la ciudad celestial que Dios está preparando, no sólo para los hombres y mujeres de fe allí mencionados, sino para todo el que cree en el Hijo de Dios. Ninguno de esos héroes de la fe recibió en vida lo que anhelaban, pues, la herencia prometida a los descendientes de Abraham según la fe será dada a todos al mismo tiempo, cuando el mundo como lo conocemos ya no exista. De modo que, nosotros, igual que ellos, debemos vivir lo que resta de nuestra vida en la tierra como extranjeros y peregrinos, sin apegarnos a nada ni a nadie.
** En diversos pasajes de las Escrituras, leemos que el gobierno de este mundo está bajo Satanás, sin embargo, la tierra pertenece a Jehová, y Él prometió entregarla en herencia a los descendientes de Abraham según la fe. Para Satanás, y quienes le sirven, está preparado el lago de fuego, donde serán atormentados por los siglos de los siglos.
Rescate de los Pobres y de los Esclavos
* Ningún hijo de Dios puede ser indiferente al sufrimiento de un hermano. Jesús dijo: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Jn 13:35). El amor entre los hermanos en Cristo es lo que evidencia que somos hijos de Dios. Dice Juan: "Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte" (1Jn 3:14).
Jesús, antes de ascender a la diestra de Dios, nos dio mandato de amarnos unos a otros, y sus apóstoles reiteraron, una y otra vez, este mandamiento. Sin embargo, en la medida que nos llenamos de la Palabra de Dios, y aprendemos a despojarnos del viejo hombre, como lo llama Pablo, el amor es uno de los aspectos del fruto de Espíritu Santo que brota de manera sobrenatural en los hijos del Reino. Nosotros mismos nos sorprendemos de experimentar ese amor puro (ágape en griego), que no tiene que ver con lo que el mundo llama amor, que es un sentimiento egoísta, que sólo busca satisfacerse a sí mismo, porque, en nuestra naturaleza humana, nuestro primer amor somos nosotros mismos; por eso el Señor dijo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22:39). En cambio, cuando estamos en Cristo, el amor se perfecciona, porque es un amor que proviene de Dios a través de su Espíritu en nosotros, a quien amamos, y por quien, mientras estamos en este mundo, lo sufrimos todo, lo creemos todo, lo esperamos todo, y soportamos todo, porque de Él viene la fortaleza. El amor que proviene de Cristo es paciente, bondadoso; no tiene envidia, ni es presumido, ni orgulloso, ni grosero, ni egoísta; no guarda rencor, y no se alegra de las injusticias, sino de la verdad. Es un amor que, en la medida que más conocemos a nuestro Señor, más se perfecciona. Dice Pablo que, en esta era de la salvación por gracia, permanecen la fe, la esperanza y el amor, pero que de estos tres, el más importante, es el amor.
BENDICIONES POR LA OBEDIENCIA
* El hombre que realmente se somete al Señorío de Jesucristo mostrará su fe por la obediencia. Si bien es cierto, mientras estemos en estos cuerpos, no dejaremos de tropezar con el pecado, el apóstol Juan nos dice que Jesús mismo, que está sentado a la diestra de Dios, intercede por nosotros ante el Padre cuando reconocemos nuestro pecado.
Cuando alguien obedece Sus mandamientos evidencia que realmente el amor de Dios (Su Espíritu) está haciendo una obra en él; dicho de otro modo, que alguien no obedezca los mandamientos de Dios significaría que no es un verdadero creyente, pues, la desobediencia sin culpa demuestra que el individuo no ha entrado en una relación íntima con el Señor, es decir, el Espíritu de Dios no ha hecho Su morada en él, y si el Espíritu Santo no está en él, el tal no ha sido regenerado; por tanto, no es salvo. Juan afirma que, "El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo" (1Jn 2:6).
Amar a Dios significa que guardamos sus mandamientos, y cuando guardamos sus mandamientos, todas las cosas cooperan para bien, por tanto, nada debemos temer, sino, en toda circunstancia, debemos permanecer alabando Su Santo Nombre, porque el dolor en el verdadero creyente siempre trae algo bueno. Sólo Dios sabe lo que necesita quitar o cambiar en nosotros para que su obra transformadora prospere, y se cumpla Su propósito de conformarnos a la imagen de Su Hijo.
LA DESOBEDIENCIA Y SUS CONSECUENCIAS
* Lamentablemente para Israel, estas advertencias que hizo el Señor fueron cumpliéndose una tras otra con el correr de los años. Lo más grave, fue cuando toda la nación fue dispersada por causa del pecado de sus reyes, y las abominaciones que el pueblo cometió. Antes de eso, la nación se dividió en dos reinos, uno que agrupaba diez tribus, que mantuvo el nombre de Israel, y cuyo rey gobernaba desde Samaria; y el otro, formado por la tribu de Judá y Benjamín, más los sacerdotes y levitas que habitaban en sus territorios, cuyo reinado se ejercía desde Jerusalén. Los reyes del reino del norte, reino de Israel, nunca fueron fieles al Señor, y cometieron las peores atrocidades, mientras que de los reyes del Sur, reino de Judá, sólo algunos reinaron para agradar al Señor, y cuando lo hicieron fueron grandemente prosperados, pero finalmente, el pecado dominó, y el Señor deportó, en 722 a.C., a Asiria a los de Israel, y en 586 a.C., a Babilonia a los de Judá. Desde Asiria, los del reino de norte fueron dispersados por el mundo, mezclándose con el resto de las naciones, perdiendo, la mayoría de ellos, con el pasar de los años, su identidad como tribus de Israel; en cuando al reino del Sur, Judá, setenta años duró su cautiverio en Babilonia, tiempo en el cual la tierra descansó, como fue profetizado.
* Hay promesa de Jehová para su pueblo, de que lo llamará de todos los rincones para traerlo de regreso a su tierra, y que Israel no volverá a dividirse en dos reinos, sino que será un solo reino, y gobernará sobre ellos un solo rey.
Jehová no es hombre para que mienta, y Su Promesa está cumpliéndose cabalmente en estos tiempos postreros, porque Él está llamando. Como explica Pablo, la palabra de Dios no ha fallado; lo que sucede es que un israelita no es necesariamente un descendiente de Abraham según la carne, sino aquéllos que son bendecidos en la simiente a la cual se hizo la promesa de que, en ella (la Simiente), serían benditas todas las familias de la tierra. La Simiente referida es el descendiente de Abraham que viene de la línea de Isaac, llamado también "Hijo de David", porque en Él se cumple la promesa de Jehová a David de que, de su descendencia, levantaría a Uno cuyo reino no tendrá fin. Su Nombre es Jesús, el Cristo.
VOTOS AL SEÑOR
* Las promesas que hacemos a Jehová son algo muy serio, y deben ser cumplidas. Eclesiastés dice: "Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas" (Ec 5:4-5).
Para los hebreos, esto se trataba de una suerte de intercambio; casi como una transacción económica entre ellos y Jehová, pues, el corazón de piedra del pueblo sólo entendía en esos términos el valor de lo que prometían. Sin embargo, cuando Cristo viene a nuestro encuentro, Él nos da un corazón de carne que nos hace entender que lo terrenal no tiene ningún valor, sino que lo importante es lo espiritual.
En Cristo, los creyentes somos santos para Dios, que es lo mismo que decir que fuimos consagrados o apartados para Él. Evidentemente, haber sido consagrados o ser santos para Dios no significa que, de un día para otro, dejemos de pecar, porque la santificación es un proceso progresivo, en el cual participa activamente el Espíritu Santo que hace su morada en el creyente (recordemos que Cristo prometió que no nos dejaría solos). Pero, para que el Espíritu Santo haga su obra, es imperativo que el creyente no lo resista; de lo contrario, el progreso espiritual va a ser lento y a través de mucho dolor, porque Dios no nos dejará sin disciplina, igual como un padre corrige a su hijo, porque lo ama.
¿De qué manera actúa el Espíritu Santo en nosotros? Ya lo habíamos dicho, pero nunca está de más reiterar que es a través de la Palabra de Dios que el Espíritu Santo nos enseña, nos guía, y transforma nuestro entendimiento. Dice la Escritura que, cuando nos exponemos a la Palabra de Dios, por muy torpes que seamos, llegaremos a ser sabios. Cristo dijo a sus discípulos que ellos estaban limpios, es decir, que habían sido santificados por la Palabra que Él les había hablado. La finalidad de la santificación es que nuestro carácter sea transformado de modo que comencemos a reflejar el carácter de cristo, andando como Él anduvo, manifestando, en todo tiempo y circunstancia, el fruto del Espíritu Santo, que es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, necesario para ser, verdaderamente, luz en medio de las tinieblas.
Pablo exhortaba a los creyentes a andar en el Espíritu, y a no satisfacer los deseos de la carne. "Sed llenos del Espíritu", mandaba el Apóstol, queriendo decir que debemos hacer morir lo terrenal en nosotros y vestirnos del nuevo hombre, el cual se va renovando día a día, para ser conformado a la imagen y semejanza del Creador. Para ser llenos del Espíritu, no basta con desearlo, hay que procurarlo, poniendo nuestra mirada en las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.
Jesús contó una parábola que hablaba sobre diez vírgenes que aguardaban al novio; cinco de ellas eran prudentes, y mantuvieron las vasijas de sus lámparas llenas de aceite, en tanto que, las otras cinco, no lo hicieron; entonces, cuando el novio llegó, sólo las cinco vírgenes que estaban preparadas con sus lámparas encendidas entraron con él a las bodas, en tanto que las otras quedaron fuera, porque salieron en el último minuto a buscar aceite para sus lámparas que se apagaban, y cuando volvieron ya la puerta se había cerrado. La parábola concluye con una advertencia: " Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir" (Mt 25:13). No permitamos que las cosas del mundo nos impidan disponer de tiempo para estar en las cosas del Señor. El buen siervo, dice la Palabra, es aquel que en la ausencia de su señor sigue actuando como si él estuviera presente.
El llamado del Señor es no sólo a creer, sino también a arrepentirnos de nuestra mala manera de vivir, y cuando nos arrepentimos, (si en verdad nos arrepentimos), le hicimos a Cristo la promesa tácita de someternos a Su Señorío, por tanto, no hacer lo que nuestro Señor Jesucristo manda es como haber hecho una promesa a Dios y no cumplirla.
** Pablo, en su carta a los efesios, oró de esta manera por los nuevos creyentes de la iglesia, y es mi oración para todos los que leen este estudio:
"...Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, les dé espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de Él. Mi oración es que los ojos de su corazón les sean iluminados, para que sepan cuál es la esperanza de Su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de Su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de Su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la eficacia de la fuerza de Su poder."
"También ruego que, arraigados y cimentados en amor, ustedes sean capaces de comprender, con todos los santos, cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y de conocer el amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento, para que sean llenos hasta la medida de toda la plenitud de Dios."
(Ef 1:17-19; 3:17-19 NBLA - énfasis añadido)
(Iniciar el Libro de Números)
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