UNA NACIÓN SANTA
* Israel fue el pueblo escogido por Jehová para hacer de él una gran nación, destinada a convertirse en una influencia para el resto de las naciones, y no al revés. Lo mismo se espera de los creyentes.
Los habitantes del mundo nos encontramos bajo la influencia, ya sea del reino de la luz o de la potestad de las tinieblas. Antes de venir a Cristo, todos éramos prisioneros de las tinieblas, y mientras estábamos allí, no nos dábamos cuenta de cuánto necesitábamos ser rescatados, porque igual como los cerdos disfrutan de revolcarse en el lodo, nosotros disfrutábamos nuestro pecado, a pesar del daño que nos provocaba. Pero Dios, sabiendo nuestra miserable condición, nos hizo mirar hacia Él por medio de su Palabra, despertando nuestro embotado corazón, y nos llamó para hacer de nosotros una nación santa, pueblo adquirido por Dios con la sangre de Jesús, y nos trasladó de las tinieblas al reino de luz de su amado Hijo, a fin de que anunciásemos al mundo las virtudes de Aquél que está llamando.
Ahora, como ciudadanos del reino de la luz, debemos procurar vivir como hijos de la luz. Gracias al poder del Espíritu Santo en nosotros, podemos evitar dejarnos llevar por la corriente del mundo, pero es nuestra responsabilidad luchar para hacer morir todo vestigio de pecado que mora en nuestro cuerpo carnal, de la misma forma en que Israel debía destruir la maldad de esas naciones paganas, junto a sus altares e ídolos falsos, a fin de no recibir sus nefastas influencias que eventualmente los separarían de Dios.
* Jehová apartó a Israel, y le dio una ley para que aprendieran a andar conforme a la Verdad. La ley de Moisés no pretendía salvar a Israel para vida eterna, sino educarlo, porque para ser salvos hubieran tenido que cumplir cabalmente todo lo que mandaba, y si hubo algo que la ley puso en evidencia fue que, para el hombre natural, es imposible cumplir con el estándar exigido en el reino de Dios, porque al transgredir un solo mandato, el hombre se hace transgresor de toda la ley, por tanto, en vez de salvar, la ley condenaba.
Sin embargo, fue a través de la ley que los hijos de Israel aprendieron lo que era aborrecible a los ojos del Dios eterno, y lo que era bueno para cada individuo y para la convivencia de toda la nación. Sin la ley, ellos nunca hubieran sabido, por ejemplo, que la idolatría, la codicia, el asesinato, apoderarse de lo ajeno, cometer adulterio o fornicar eran pecado.
Esta claro, entonces, que la ley fue dada a Israel para preparar su corazón para la venida del Redentor, pero, además, tenía por finalidad enseñar al pueblo, a través de los constantes ritos ceremoniales que mandaba, que la sangre era necesaria para reconciliar al pecador con su Dios Santo, Santo, Santo, lo cual apuntaba a la redención que Jehová había dispuesto, desde antes de la fundación del mundo, llevar a cabo a través de Su Hijo Unigénito, quién, como un Cordero puro y sin mancha, vendría a ofrecer su propio cuerpo en sacrificio y derramaría su propia sangre, para expiación definitiva de los pecados de los escogidos de todo el mundo, no sólo de entre los judíos, a fin de librarnos de la condenación y tormento eterno en el lago de fuego, y darnos vida eterna en Él.
ENFRENTAMIENTO Y DERROTA DE LAS NACIONES ENEMIGAS
En cuanto a las naciones enemigas que Jehová va a entregar en manos de los hijos de Israel, no deben compadecerse de ellas, sino destruirlas; ni tampoco servirán a sus dioses, porque les serán de tropiezo. Les llamó a no temer si ven que las naciones que van a enfrentar son más numerosas que ellos; más bien, deben recordar todas las maravillas que vieron hacer a Jehová contra Egipto y su faraón, las mismas que hará contra los pueblos enemigos, pues, Jehová es Dios grande y temible, y está en medio de Israel. Pero, además, les advirtió que, si bien es cierto Jehová va a expulsar las naciones que les salgan al paso, lo hará poco a poco; es decir, Israel no acabará con ellas en seguida, para evitar que las fieras del campo se multipliquen y los ataquen. Será Jehová quien quebrantará esas naciones, y entregará sus reyes en las manos de Israel para que hagan desaparecer sus nombres de la faz de la tierra, y mientras las destruyan, nadie podrá oponérseles. Deberán quemar sus esculturas, y no codiciarán la plata y el oro de ellas, para que no se conviertan en una trampa, pues, es abominación a Dios. Ninguna cosa abominable traerán a sus casas, sino que aborrecerán todo lo que sea anatema. (7:16-26)
* Así dice la Escritura: "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes" (Ef 6:12). Pero no debemos temer, porque Pablo dice a los creyentes: "el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies" (Ro 16:20).
Como podemos entender, se está librando una fuerte guerra espiritual, y nosotros, los hijos de Dios por la fe, estamos en el centro de ella.
Tratándose del mundo espiritual, es probable que esas "fieras del campo", que Dios quiere evitar que aumenten contra nosotros (v.22), se refieran a las influencias demoníacas que dominan al mundo, y que predisponen a los inconversos contra los escogidos, o que atacan a los débiles en la fe, a los cuales la Palabra llama "simples", porque, al no buscar ser guiados por la instrucción de Dios, carecen de entendimiento, convirtiéndose en presa fácil de los engaños del enemigo, aun si Cristo mora en ellos.
Uno de los temores de Pablo era la introducción de herejías en la iglesia, por falsos maestros, muchos de ellos salidos de la misma congregación, a los que el Apóstol llama "lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño", que hablarán "cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos" (Hch 20:28-31). Pedro también, en su segunda epístola, habla de los falsos maestros "que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató" (2Pe 2:1). Y ¡vaya que los ha habido! Basta leer a los padres de la iglesia (Ireneo de Lyon, por ejemplo), quienes denuncian en sus escritos a los herejes que hicieron tanto daño a la iglesia primitiva con sus mentiras. No son pocas las Escrituras que hablan de falsos pastores, falsos maestros y falsos profetas que, por apacentarse a sí mismos, devoran al rebaño. El apóstol Pablo, preocupado ante la amenaza de los falsos profetas en la iglesia de Corinto, dijo: "temo que, como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo" (2Co 11:3). Lo triste es que Satanás continúa disfrazándose de ángel de luz para engañar a muchos.
También hay líderes del pueblo a los cuales la Escritura compara con animales salvajes que devoran al rebaño: "Sus príncipes en medio de ella son como lobos que arrebatan presa, derramando sangre, para destruir las almas, para obtener ganancias injustas" (Ez 22:27); "Sus príncipes en medio de ella son leones rugientes; sus jueces, lobos nocturnos que no dejan hueso para la mañana" (Sof 3:3).
Pero no es todo; pues, la influencia de esos animales salvajes también pueden hallarse en nosotros mismos. Si bien es cierto, los cristianos fuimos limpiados de una vez y para siempre en la sangre de Cristo, y el Espíritu de Cristo mora en nosotros, hay pecado remanente en los miembros de nuestro cuerpo carnal; es decir, el campo de batalla está en nosotros, porque "el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí" (Ga 5:17). Por esta razón, todos los días tenemos luchas, y seguirá siendo así mientras vivamos en este cuerpo de carne y sangre. Incluso el mismo apóstol Pablo, en Romanos 7, habla sobre su lucha personal contra el pecado, diciendo: "no hago el bien que deseo, sino el mal que no quiero, eso practico. Y si lo que no quiero hacer, eso hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo la ley de que el mal está presente en mí. Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado." (Ro 7:19-25 NBLA).
Con seguridad, Pablo no habla de acciones deliberadas con tendencia al mal, sino de la lucha que todo cristiano libra contra su propia naturaleza, por sentimientos o actitudes de las cuales no estábamos conscientes, y que, a la luz de la Palabra, ahora las conocemos y debemos poner bajo sujeción. Nuestra oración diaria debe ser: "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno" (Sal 139:23-24).
Concluimos, entonces que, a fin de hacernos aptos para heredar las promesas, una vez que recibimos el bautismo en el Espíritu Santo, somos conducidos al desierto para ser perfeccionados por medio de los padecimientos, pero no hay que temer, porque la promesa del Señor es que Él siempre dará la salida. La Palabra dice que los creyentes debemos gozarnos en medio de las tribulaciones; y esto, no sólo habla de que vamos a ser vituperados por ser cristianos, sino que también padeceremos por una buena causa: que la imagen de Cristo sea formada en nosotros.
Tan importante es esta travesía por lugares desérticos, que el mismo Señor Jesucristo fue conducido al desierto, por el Espíritu Santo, después de su bautizo en el Jordán. Aunque no había pecado, el Señor debía experimentar en su carne las mismas tentaciones y padecimientos que aquellos a los que venía a salvar, y no pecar en el proceso; de lo contrario, no hubiese sido ofrenda perfecta (Cordero sin mancha) para apaciguar la ira del Dios Santo. La Escritura así habla sobre el Mesías: "Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores" (Is 53:10-12). "Porque convenía a aquél por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos" (He 2:10).
Pablo confirmaba los ánimos de los discípulos, exhortándoles a permanecer en la fe, diciéndoles: "Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios" (Hch 14:22).
** Nunca está de más hacer hincapié en que, aunque no luchamos solos, porque el Espíritu del Señor está en nosotros, es nuestra la responsabilidad de poner bajo sujeción nuestra carne, para lo cual, necesitamos identificar cuáles son las obras de la carne, y estar atentos a las artimañas que el enemigo usa contra nosotros, a fin de que podamos combatirlas con acción y oración.
Entre las obras de la carne que la Biblia menciona, están: "fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría" (...) "ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas" (Col 3:5, 8); "adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías" (Ga 5:19-21). Como podemos ver, algunas se repiten, lo que quiere decir que no hay que tomarlas a la ligera. Además, es importante destacar que algunas cosas que creíamos no eran tan graves, como la ira, el enojo, los pleitos, los celos, las envidias, son tan aborrecibles para Dios como el homicidio o la fornicación.
Y eso no es todo, porque en Apocalipsis leemos que: "los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda" (Ap 21:8), es decir, no entrarán al Reino.
En cuanto a las artimañas que el enemigo usa, entre las más comunes, están las tentaciones que Satanás sabe que nos cuesta rechazar: los deseos de los ojos, de la carne, la vanagloria de la vida, y nos hace creer que las necesitamos, cuando lo cierto es que son cosas superfluas que sólo nos dan placer momentáneo y que, por lo general, no harán más que añadir aflicción a nuestra existencia.
También usa las emociones y los sentimientos que, en sí, no tienen nada malo, pero, si no están sujetos a la Verdad de Dios, tienen el potencial de hacer mucho daño al individuo que no los controla, así como a su entorno, produciendo quiebres en la convivencia diaria (ira, orgullo, idolatría, egoísmo, celos, envidias, autocompasión, ansiedad, arrogancia, enemistad, falta de perdón, etc.). En general, los desequilibrios emocionales se originan en un engaño que el diablo nos hizo creer, y que nosotros aceptamos como una verdad que no se puede cambiar. Ésa es una gran mentira que lleva a muchos a la perdición, pues, Dios dice que todos podemos ser transformados mediante la renovación de nuestra mente, por Su Palabra; es decir, mientras más nos exponemos a leer y/o a escuchar la Palabra de Dios, más certeza hay de que seremos sanados de nuestras estructuras mentales que nos han mantenido cautivos por años. Recordemos que Cristo vino a deshacer las obras de Satanás.
El que no está en Cristo tiene una mirada distorsionada de quién realmente es y de su entorno, y es fácilmente influenciado por Satanás y las mentiras que éste introduce en la mente del mundo, haciéndole creer que son mejores que la Verdad de Dios.
Por todo lo anterior, en tanto aguardamos la segunda venida de nuestro Señor, los creyentes debemos huír de este mundo perverso, que actúa influenciado por su padre Satanás, el príncipe de la potestad del aire, el espíritu del error, y comenzar a vivir aquí como extranjeros y peregrinos, absteniéndonos de consumir las cosas que el mundo tiene en alta estima; y limpiándonos de toda contaminación de carne y de espíritu, sabiendo que, en Cristo, ya somos más que vencedores, y que, en breve, el Señor mismo aplastará a Satanás bajo nuestros pies, (como aseguró el Apóstol Pablo en Ro:16:20, antes citado).
LA FIDELIDAD A JEHOVÁ
* No toda aflicción es para mostrarnos nuestro pecado; también seremos afligidos para ver qué hay en nuestro corazón, y si en medio de las aflicciones, somos capaces de perseverar en la obediencia y la fidelidad al Señor. Así lo dice Jehová en esta palabra (v.2); porque lo cierto es que nuestra fe será ejercitada, pero mientras eso ocurre, no debemos temer, sino confiar, pues, para los que amamos al Señor, todo obra para bien: podremos estar "atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos" (2Co 4:8-9), porque una vez que Cristo ha recibido a un pecador arrepentido, nada ni nadie podrá arrebatarlo de su mano.
** El pan es necesario para vivir aquí en la tierra; pero para vida eterna, necesitamos alimentarnos diariamente del pan del cielo, que es la Palabra exhalada por Dios. Cristo encarnó esa Palabra; el bendito Logos creador se hizo hombre y vino a dar testimonio de la Verdad. Jesús dijo que separados de Él nada podemos hacer. Esto quiere decir que, si no nos alimentamos del pan celestial, la Palabra de vida que ahora, por la Gracia divina, tenemos en la forma de un libro que llamamos la Biblia, sufriremos una grave desnutrición espiritual, que no nos permitirá enfrentar exitosamente los ataques del enemigo de nuestras almas.
Como ciudadanos del cielo y extranjeros en este mundo, durante nuestro peregrinaje, debemos estar contentos con tener abrigo y sustento, porque el Señor prometió que nunca nos desamparará. El salmista dijo: "Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan" (Sal 37:25). Decimos a eso: "Amén".
TODO PROVIENE DE JEHOVÁ
* Es interesante ver que, el que Israel haya permanecido en el desierto "grande y espantoso", lleno de escorpiones y serpientes, donde pasaron sed y hambre, era parte del plan divino para probar a Israel. Dice la Escritura que el Señor los afligió y probó, para al final hacerles bien (v.16). ¿No es ése el significado de Ro 8:28: "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados"? ¿Podemos ahora entender por qué experimentamos tantas aflicciones? Es que estamos caminando por el desierto para ser hechos conforme a la imagen del perfecto Hijo de Dios.
Lo importante es que, ante esta revelación, no debemos temer, sino estar gozosos y alabar al Señor, por hacernos dignos de padecer a fin de que lleguemos a ser "perfectos y cabales", para gloria de Su Nombre, que es nuestro fin supremo. Éste es el tiempo en que, a la luz de la Palabra de Dios, aprendemos a conocer qué hay en nuestro corazón y a desechar lo que estorba nuestro crecimiento en santidad. Como dijimos cuando estudiamos el capítulo 2 de Deuteronomio, el viejo hombre, ése que se rebela contra Dios, debe quedar muerto en el desierto, y la nueva criatura, recreada por el Espíritu en nosotros, debe crecer para avanzar y recibir la herencia prometida.
** Lamentablemente, no es poco común que, después de que el Señor nos ha rescatado de profundas aflicciones, nos olvidemos de dar la gloria a Dios, o peor aún, que le robemos la gloria pensando que fue gracias a nuestros esfuerzos que logramos salir adelante. Un cristiano debe saber que todo lo que somos y tenemos se lo debemos al Señor, porque es Él quien da y quien quita, de acuerdo con sus propósitos eternos.
Tampoco es inusual que, cuando está todo en calma, nos relajemos con respecto a las cosas espirituales. Sin embargo, es primordial que, mientras estemos en estos cuerpos, permanezcamos vigilantes, siempre buscando al Señor en su Palabra, porque, si bajamos la guardia, Satanás, que anda como león rugiente buscando a quien devorar, aprovechará la mínima vulnerabilidad para atacarnos. Sabemos que las tentaciones del mundo son muchas, y si no estamos con la armadura de Dios bien puesta, seremos fácilmente embestidos.
NO POR OBRAS, PARA QUE NADIE SE GLORÍE (Ef 2:8-9)
* Ni Israel se había ganado el derecho a heredar la tierra que Dios les estaba dando, ni nosotros merecemos haber sido escogidos para heredar las promesas. Siempre ha sido por la indiscutible Soberanía de Dios y su gran misericordia. Porque no hay ni siquiera uno de los nacidos de Adán que pueda decir que derrotó el pecado gracias a esfuerzos personales. Todos los creyentes fuimos declarados justos, no por méritos personales, sino gracias a la expiación que el Hijo de Dios hizo a nuestro favor. ¡Toda la gloria es del Señor!
LA INFIDELIDAD DE ISRAEL
* Por causa de la excelsa Santidad de Dios y la carencia de ésta en nosotros, siempre el ser humano ha necesitado de un intercesor ante la Majestad de las alturas, para poder entrar en comunión con Él y no ser destruidos por el Resplandor de Su Gloria. La nación de Israel tuvo a Moisés; nosotros los creyentes del nuevo Pacto tenemos a Jesús, quién murió en la cruz por nosotros, para darnos vida eterna en Él, apartándonos de la ira de Dios, que permanece sobre los que se rebelan contra La Verdad.
Jesús es nuestro Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec que, sentado a la diestra de Dios, intercede por los que llama, porque conoce de nuestros padecimientos, pues, Él mismo fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero nunca pecó. Él es el abogado justo que defiende nuestras causas ante el Altísimo.
LAS TABLAS DE LA LEY
* La destrucción de las primeras tablas se debió al pecado de idolatría cometido por los hebreos, lo que estaba señalando que la rebeldía de los hijos de Israel terminaría en el quebrantamiento del primer pacto. En cuanto al significado de las nuevas tablas, éstas apuntaban al segundo Pacto, el cual fue instituido por el derramamiento de la sangre del Hijo de Dios en la cruz. A diferencia del antiguo pacto, en el nuevo, Dios escribe, por Su Espíritu, Su ley en el corazón de los hijos que adoptó por la fe en Cristo. Dijo el Señor: "Yo les daré un solo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que anden en mis estatutos, guarden mis ordenanzas y los cumplan. Entonces serán mi pueblo y yo seré su Dios" (Ez 11:19-20 LBLA).
** Decir que, después de la muerte de Aarón, Israel se dirigió hasta una tierra de arroyos de agua (v. 7), estaba indicando que, al iniciarse el nuevo pacto, en que Jehová derrama sobre los hijos de la promesa su Espíritu Santo, simbolizado por los arroyos de agua, no sólo quedaba obsoleto el Pacto de la ley, sino que también terminaba el sistema sacerdotal según el orden de Aarón, instituido para las cosas terrenales, y comenzaba el sacerdocio según el orden de Melquisedec, para los bienes eternos, cuyo Sumo Sacerdote es el mediador del nuevo Pacto, nuestro Señor Jesucristo.
*** Así como los levitas no recibieron su heredad en Canaán, porque su porción era Jehová, los hijos del Reino, que fuimos comprados con la sangre de Jesús, tampoco tenemos herencia en este mundo, sino en el venidero, pues, el Señor es nuestra heredad. Ya no somos del mundo como para que estemos ocupados en cosas mundanas, sino que, lo que nos resta vivir en la carne, lo vivimos en la fe en el Hijo para la gloria de Dios.
LO QUE DIOS DEMANDA DE SU PUEBLO
* Me conmueve ver que todos los mandamientos que el Señor nos ordena guardar no tienen otra finalidad que beneficiarnos a nosotros mismos. Dice esta Escritura que amemos y obedezcamos al Señor para que tengamos prosperidad (v.13). En otra parte, dice: "Escucha con cuidado todas estas palabras que te mando, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti para siempre, porque estarás haciendo lo que es bueno y justo delante del Señor tu Dios", (Dt 12:28). Lamentablemente, el hombre natural, por su rebeldía contra Dios, es escéptico; no confía en que los pensamientos que Dios tiene para nosotros son planes de bienestar y no de calamidad, para darnos un futuro de esperanza (Jer 29:11), y elige no escuchar.
** La acción de circuncidar el prepucio del corazón tiene que ver con quitar de él toda tendencia al mal. "Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida" (Pr 4:23 NBLA), advirtió el proverbista. Jesucristo dijo que "del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al hombre" (Mt 15:18-20 RVR60), así que, ya que hemos sido purificados por la sangre de Jesús, debemos ocuparnos en nuestra santificación, y andar como hijos de luz, llenándonos del conocimiento de nuestro Señor y de su Palabra, para no dejar espacio a las tentaciones.
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