OFRENDA Y SACERDOTE
* La entrada al Lugar Santísimo estaba restringida a un solo día del año, y sólo un hombre, el sumo sacerdote, podía ingresar a él, no sin antes haber dado cumplimiento a estrictas instrucciones de purificación para no morir, y llevando consigo incienso y la sangre de un becerro sacrificado para hacer expiación por sí y su casa (vv. 3-4, 6, 11-14). Como ya hemos dicho, todas estas ceremonias tenían por objeto preparar a Israel para lo que el Mesías vendría a hacer, enseñándole, de manera rudimentaria, la necesidad que tenía el hombre de un sacrificio de sangre para estar a cuentas con el Creador, pero su finalidad no era producir una purificación definitiva del pueblo, pues, derramar la sangre de animales no era propiciación suficiente para satisfacer la justicia de Dios; se requería que un hombre sin pecado estuviera dispuesto a dar su vida por la humanidad.
Con todo, aun si existiera alguien dispuesto a dar su vida por la humanidad, ¿de qué serviría?, si todos los seres humanos nacemos contaminados del pecado de Adán, nuestra raíz. Puesto que el hombre, en su estado de caída, no tiene la capacidad para deshacerse del pecado, era necesario que el Creador mismo interviniera para santificar un pueblo para sí. Es por esto que, inmediatamente después de cometido el pecado en Edén, Dios prometió que enviaría a un Redentor, hijo de mujer, a derrotar al que tentó para condenación a Adán y su descendencia y provocó la maldición de la tierra.
Jehová cumplió su promesa enviando a ofrendarse por nosotros a Su Hijo Unigénito, fiel reflejo del Padre, que moraba con Dios en la eternidad, y era Dios. Sin embargo, para morir, el Hijo de Dios debía despojarse de su divinidad para hacerse como un descendiente de Adán, (sólo que Él no provenía de la simiente de Adán), de carne y sangre, como nosotros, formado en el vientre de una mujer, pero de simiente divina. Él es el Hijo del Hombre sin pecado, Jesús, (el último Adán, como lo llama Pablo), que vino dispuesto a ofrecer su cuerpo mortal como sacrificio perfecto para deshacer las obras del diablo, y expiar, con su preciosa sangre, los pecados, no de todos los seres humanos, sino de los que creen en este milagro.
** El sacerdocio levítico, aun contando con la colaboración de la rígida Ley mosaica que exigía buenas obras, nunca lograría cumplir con la necesidad de hacer perfectos a los hijos de Israel, no porque la ley que lo ordenaba fuera deficiente, sino por causa del pecado del hombre, sumado al hecho de que los sacerdotes (incluido el sumo sacerdote) que actuaban como intercesores por el pueblo ante Jehová, también eran esclavos del pecado, (motivo por el cual tenían que hacer expiación por sí mismos antes de interceder por el pueblo), además de que, por tratarse de seres mortales, estaban siempre cambiando.
Para que la expiación tuviera un efecto permanente en los hombres, aparte de la impecabilidad de la ofrenda, de lo cual ya hablamos, se requería que el sumo sacerdote fuera un hombre perfecto, sin pecado, pero que conociera por experiencia propia las debilidades que afectan a los seres humanos, y que, además, no tuviera que ser reemplazado por causa de la muerte, a fin de que pudiera ejercer una mediación continua entre los hombres en la tierra y Dios que está en el cielo.
Si bien la Ley mosaica dictaba que el sacerdocio debía ser ejercido por los hijos de Leví, antes de la Ley, ya se había profetizado que la salvación provendría de otro hijo de Israel: Judá, (tribu de la cual, según la carne, procede Jesús). Teniendo en cuenta todos estos argumentos, evidentemente, el sacerdocio levítico estaba destinado a tener vigencia sólo mientras no se cumpliera el tiempo en que el Ungido de Dios apareciera en escena para reformar todo, hecho que se confirmaba con el anuncio de Jehová de que el Mesías iba a ser hecho sacerdote, no según el orden de Aarón, sino según el orden de Melquisedec.
La primera vez que se nombra a Melquisedec en la Biblia, es en el libro de Génesis. De él sabemos que era Sacerdote del Dios Altísimo, Rey de Salem (que es Jerusalén), quien bendijo a Abraham, y que recibió los diezmos de mano de Abraham, cuando éste venía de derrotar a los reyes. No hay antecedentes respecto de su procedencia, ni genealogía; por lo tanto, no habiendo información sobre principio ni fin de su vida, sigue siendo sacerdote para siempre, como lo es el Hijo de Dios.
Considerando todo lo anterior, llegamos a la preciosa revelación de que en Jesús, Jehová no sólo proveyó la ofrenda perfecta para expiar nuestros pecados definitivamente, sino también en Él nos dio el mejor Sumo Sacerdote que podíamos desear: compasivo, porque conoció en carne propia las debilidades que afligen a los hombres; eterno, pues, fue nombrado según el orden de Melquisedec, ya que cuando Jesús resucitó lo hizo para vida eterna; único y definitivo, porque sólo necesitó entrar al verdadero Lugar Santísimo que es el cielo una vez y para siempre, para producir expiación perpetua, y no con la sangre de animales, sino con su propia preciosa sangre, como un Cordero pascual, quitando de en medio el pecado que separaba a Dios de los hombres, y abriendo para nosotros el camino que lleva al trono de la Gracia. Habiendo cumplido con lo que Dios el Padre le envió hacer, Jesús el Mesías se sentó a la diestra de la Majestad en las Alturas, y desde allí está intercediendo por los hijos del Reino hasta que todos sus enemigos (que son nuestros enemigos) sean puestos bajo sus pies. Cuando el último enemigo sea destruido, entonces será e fin de las cosas como las conocemos, y el Reino de Dios se establecerá para siempre entre los hombres.
EXPIACIÓN POR EL PUEBLO
* La tortuosa corona de espinas puesta sobre la cabeza de Cristo equivale a estas manos que traspasan sobre la cabeza del macho cabrío las iniquidades del pueblo, porque ambos machos cabríos, el ofrendado a Jehová para expiar con su sangre los pecados del pueblo, así como el que llevó sobre sí las iniquidades de Israel al desierto, representan la única y perfecta ofrenda hecha por el Hijo del Hombre ante Dios, quien no sólo se hizo propiciación por nosotros para satisfacer la justicia de Jehová, sino que también cargó sobre sí nuestras iniquidades para sepultarlas en lo profundo del mar.
* El nombre Azazel aparece mencionado en el Libro de Enoc, (cuya escritura es atribuida al profeta, abuelo de Noé, quien, dice la Escritura, fue arrebatado al cielo por su fidelidad a Jehová), como uno de los ángeles caídos condenados por Dios por su rebelión, al intervenir en la vida de los humanos, enseñándoles cosas que no debían aprender, y llenando de maldad la tierra. Este ángel caído, dice Enoc, fue enviado al desierto de Dudael encadenado, para ser enterrado en las tinieblas eternamente, y será arrojado al fuego el día del juicio (Libro de Enoc 10:4-6), evento del cual hacen mención Pedro y Judas en sus respectivas epístolas.
* Este ritual, que por siglos celebró el pueblo hebreo, y aún conmemoran los judíos, conocido como Yom Kipur, era sólo figura de lo que acontecería el día en que Jesucristo se ofrendó a sí mismo para redimir un pueblo para Dios; y su vigencia no debió superar el tiempo en que Jesucristo dio por consumado su ministerio terrenal, pues, a partir de Su Resurrección, comenzó a regir el nuevo Pacto, prometido por YHWH a través del profeta Jeremías, en que no se necesitan más sacrificios, porque el sacrificio de Jesús fue suficiente y perfecto como para redimir una vez y para siempre a los que creen con una fe que obra por amor, y no por las obras que ordena una ley. Ahora es la era de la salvación por la Gracia de Dios, por medio de Su Santo Espíritu que viene a morar en el creyente, que es el sello de Dios que garantiza vida eterna.
EN LA SANGRE ESTÁ LA VIDA
* Un cristiano "sacrifica a los ídolos" cuando, por ejemplo, en vez de llevar sus aflicciones en oración al Señor, intenta salir de ellas recurriendo, primeramente, a recursos terrenales, demostrado con los hechos que confía más en el brazo del hombre, que en el poder de Jehová, (o, peor aún, cuando busca respuestas en el horóscopo, adivinos, cartas, etc.), en vez de descansar en Dios, que es el Soberano, confiando en que Él tiene todo bajo su control, y que Él sabe por qué permite que su hijo pase por este tipo de situaciones. La Palabra dice: "No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús" (Fil 4:6-7 NTV).
Además, no debemos olvidar que las aflicciones forman parte del proceso de santificación y crecimiento del creyente; Jesús lo dijo: "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Jn 16:33).
* Literalmente, la vida está en la sangre, pues una anemia grave puede conducir a la muerte, mas este pasaje está hablando del poder de la sangre para expiar pecados para vida eterna. Como ya hemos dicho reiteradamente en este estudio, no bastaba la sangre de inocentes animales para purificar al hombre para siempre: un hombre justo debía morir por los injustos. Ese fue Jesucristo, el Hijo de Dios, quien, como un Cordero Pascual, fue sacrificado por nosotros para reconciliarnos con Jehová, y proveernos redención eterna.
** El agua lava las impurezas (vv 15-16): Juan bautizaba con agua como testimonio de arrepentimiento, es decir, el que venía a Juan se sumergía voluntariamente en las aguas para lavar las impurezas de su carne, pero, sobretodo, para dar testimonio de que anhelaba limpiar su conciencia del pecado que lo condenaba. Es el arrepentimiento, necesario bajo la Ley mosaica, pero más aún, imprescindible en la era de la Gracia de Dios para recibir la unción del Espíritu Santo. El que no se arrepiente de su pasado pecaminoso, y de haber vivido en rebelión contra Dios, no puede ser ungido, es decir, no va a recibir el Espíritu Santo, por tanto, no es salvo.
ACTOS INMORALES PROHIBIDOS
* El que ciertas prácticas del mundo se consideren normales no significa que sean correctas. Un creyente debe tener siempre en cuenta que, si lo que hace el mundo es contrario a la Palabra de Dios, es pecado; porque el mundo llama bueno a lo que es malo; dulce a los que es amargo, y consideran las tinieblas como luz, y la luz la tienen por tinieblas.
Por eso es tan necesario que el creyente sea instruido por la propia Palabra de Dios, a fin de que aprenda a discernir la diferencia: Dice la Escritura que no debemos adaptarnos a las costumbres del mundo, sino que debemos procurar que nuestro entendimiento sea transformado, a fin de que conozcamos (y pongamos por obra) la voluntad de Dios, que es agradable y perfecta.
OTRAS LEYES DE SANTIDAD Y JUSTICIA
* A veces ignoramos cuánta oscuridad hay en nuestro corazón, hasta que confrontamos nuestras acciones con las ordenanzas divinas. Por ejemplo, en vez de intentar resolver las diferencias que tenemos con el prójimo, lo juzgamos, y hablamos en contra de él. Según esta palabra, al no confrontarlo, estamos siendo cómplices de sus acciones (v. 17). Ezequiel habla al respecto, cuando se refiere a los deberes del atalaya, quien está puesto para advertir al pueblo del peligro que se cierne sobre él. Si el atalaya no da aviso, la sangre del pueblo está sobre su cabeza. Lo que quiere decir que, si vemos al prójimo actuando contra lo que Dios manda, debemos hacerle ver el peligro que corre su alma si persevera en aquello; (sucede, por ejemplo, con los que adhieren al pensamiento de las comunidades LGBT+, que creen que no está mal, sin embargo, sabemos que para Dios lo que hacen es abominación. No somos llamados a condenarlos, sino a abrir sus ojos con la Palabra de Dios). Asimismo, si vemos a alguien engañado por doctrinas falsas, es nuestro deber advertirle sobre aquello, y no dejarlo que se pierda.
Asimismo, esta palabra dice que no debemos hacer burla del ciego o del sordo (v. 14) y, aunque alude a personas con esas discapacidades físicas, también se refiere a los sordos y ciegos espirituales, aquéllos que han cerrado sus oídos y tapado sus ojos a la Verdad. En vez de juzgarlos, debemos procurar llevarles el mensaje, y Jesús se encargará de abrirles el entendimiento, si es que fueron escogidos para salvación.
1. No ayuntar el ganado con animales de otra especie. En la segunda parte de este estudio, cuando profundizamos en los animales puros y los inmundos, concluimos que Jehová usa la metáfora de los animales para referirse a personas. No ayuntar nuestro ganado con animales de otra especie puede estar hablando de la inconveniencia de las uniones (especialmente en matrimonio, pero también puede referirse a amistades, sociedades, compromisos, etc.) de los hijos de Dios con incrédulos, porque, así como es imposible que dos animales desiguales unidos por un yugo hagan caminos derechos, la unión entre un creyente y un incrédulo difícilmente construirá caminos rectos, y, peor aún, hay alta probabilidad de que el incrédulo influya perniciosamente en el creyente, y lo haga desviarse o perderse. Nosotros somos templo del Dios vivo, y no tenemos derecho a contaminar la casa de Dios.
2. No sembrar el campo con mezcla de semillas. El campo donde sembramos la semilla es el mundo. Nosotros, como obreros de Dios y embajadores de Jesús en la tierra, sólo debemos sembrar la Verdad, que es la Palabra de Dios. Lamentablemente, existen tantas religiones que se han construido a partir de una mezcla entre la Verdad y doctrinas inventadas por los hombres, que no han hecho más que obstruir el camino que lleva al Reino.
3. No vestirse con mezcla de hilos. En la Biblia, la metáfora de los vestidos se usa para referirse a nuestro andar. Cuando renacimos espiritualmente, fuimos revestidos de Cristo, ahora lo que vivimos en la carne, lo vivimos para Cristo. El ropaje deshonroso que traíamos debemos desecharlo, y vestirnos de santidad. Una mezcla de hilos en las ropas significa vivir una vida doble, donde la vida espiritual está influenciada o sobrepasada por costumbres mundanas. Si somos hijos de Dios, la nueva vestidura de santidad en Cristo debe permear todos los aspectos de nuestra vida.
** Mientras no recibamos la herencia prometida, somos peregrinos y extranjeros en esta tierra (vv. 33-34). Recordemos que nuestra ciudadanía está en los cielos. Por la fe, fuimos redimidos del gobierno de las tinieblas que reina en el mundo, y trasladados al Reino de Luz. Ahora vivimos en este mundo, puestos los ojos en la esperanza que nos aguarda, de una vida en el paraíso por toda la eternidad, junto a nuestro Señor, para lo cual, debemos procurar vivir en santidad.
EL CASTIGO POR EL PECADO
Si alguno de los varones israelitas, o extranjeros que habiten en medio de Israel, ofreciere a uno de sus hijos a Moloc, será ejecutado por lapidación. Si la comunidad no castiga al transgresor, Jehová se volverá contra el transgresor y su familia, y contra todos los que los se prostituyeron con él y los raerá de en medio del pueblo. Jehová también se pondrá contra todo el que se prostituyere consultando a encantadores y adivinos, y los cortará de Israel. Los israelitas deben ser santos, porque Dios es Santo, de modo que deben cumplir todos los mandatos que se les ha dado. Morirán todos los que maldijeren a padre y/o madre; todos los adúlteros; el hombre que se acueste con la mujer de su padre, o con su nuera, morirán tanto él como ella. Los homosexuales también serán condenados a muerte. Si un hombre se acuesta con su mujer y con la madre de ella, los tres deberán ser quemados. Cualquier hombre o mujer que se uniere sexualmente a un animal, serán muertos con el animal. Si un hombre tiene relaciones sexuales con su hermana ambos serán condenados a muerte. Si un hombre tiene relaciones sexuales con una mujer durante su menstruación ambos serán cortados del pueblo. Será castigado el hombre que tenga relaciones sexuales con su tía, o con la esposa de su tío, morirán ambos. Al que tome a la mujer de su hermano comete inmundicia, no verán descendencia. Todas estas cosas son prácticas comunes entre los pueblos de la tierra que Jehová dará a Israel, y son abominación para el Señor, motivo por el cual, los echará de la tierra. Israel no debe caer en semejantes pecados, pues el Señor los separó para hacerlos de su propiedad, así que deben obedecer todo lo que Jehová les manda. Deberán hacer diferencia entre animales inmundos y limpios, y no contaminarán sus personas con animales que el Señor calificó de inmundos. Todo el que evoque espíritus de los muertos, o recurra a espiritistas morirá apedreado. (20:1-27)
* Como podemos apreciar en todo este capítulo 20, el que comete abominación está condenado a muerte (decir que serán cortados del pueblo es otra forma de decir que morirán). La Escritura es recurrente en señalar, de una u otra manera, que, desde que vinimos al mundo, somos esclavos del pecado, por tanto, nacemos condenados a morir en el fuego eterno, que no es la muerte como la imaginamos, pues, después de la segunda venida de Jesucristo, la muerte ya no existirá más, sino que se trata de un tormento del alma que no tendrá fin.
Mas Dios no quiere que el impío muera, sino que conozca la Verdad, se arrepienta y sea salvo. Pero el hombre común, a pesar de que anhela ir al cielo, por causa de su maldad intrínseca no quiere arrepentirse, porque su pecado le causa placer, y, porque, además, su egocentrismo le hace tener un alto concepto de sí mismo, y dice "no soy tan malo como los demás", "Dios va a entenderme", "yo creo que voy a ir al cielo". Pero la sentencia de Dios demuestra que su visión de los seres humanos cuando están sin Cristo es muy diferente: "No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. Sepulcro abierto es su garganta; con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; su boca está llena de maldición y de amargura. Sus pies se apresuran para derramar sangre; quebranto y desventura hay en sus caminos; y no conocieron camino de paz. No hay temor de Dios delante de sus ojos." (Ro 3:10-18 énfasis añadido).
El amor de Dios es infinito y Su misericordia no tiene fin, pero también es Dios justo, y no tendrá por inocente al pecador, a menos que éste se arrepienta y enmiende sus caminos. Pero, como dijimos, el arrepentimiento no se da naturalmente en los hombres, sino que deben exponerse a la sobrenatural Palabra de Dios, para ser convencidos de pecado, y anhelar ser limpiados de toda iniquidad. Es el medio que Dios proveyó para guiarnos a la salvación, a la fe en Jesucristo. Sin arrepentimiento y, por tanto, sin Cristo en el corazón, el hombre morirá irremisiblemente.
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