(Nota: Los párrafos en negrita son un resumen de los versículos bíblicos que se están estudiando (identificados al pie de cada párrafo); los textos en cursiva son los comentarios que surgen a partir de esos textos. Para ir al link de respaldo bíblico o de apoyo, hacer click en los enlaces.)
EL NUEVO LÍDER
* No me cabe duda de que, cuando leímos estos pasajes por primera vez, no pocos nos entristecimos y nos costó aceptar que Dios no permitiera a Moisés entrar en Canaán para conquistarla, misión que fue entregada a su sucesor Josué. Pero, aunque para nosotros fue una sorpresa, todo estaba llevándose a cabo conforme al plan de salvación trazado desde el principio. En las siguientes líneas explicaremos por qué.
Como sabemos, Moisés era el mediador del Pacto hecho en Sinaí, donde Israel se comprometió a obedecer todo lo que Dios mandaba en su Ley, el cual fue quebrantado por los israelitas una y otra vez, lo que provocó que, finalmente, el Señor los entregara en manos de sus enemigos. Sin embargo, eso no significaba que el plan de Dios hubiera fracasado, porque, de hecho, la ley no había sido entregada para salvar, sino para enseñar a Israel en los caminos de Jehová, a fin de prepararlo para la venida de su Mesías, quien iba a salvarlos, no por obras, sino por fe; porque nadie puede ser salvo por sus obras, pues, los descendientes de Adán, sin el Espíritu de Dios morando en nosotros, tenemos natural inclinación a hacer lo malo.
Prueba de que la salvación siempre ha sido por fe es el hecho de que la promesa que Jehová hizo a Abraham, de que en su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra, fue hecha cuatrocientos años antes de la Ley, y el Señor la hizo, porque Abram le creyó, e hizo lo que el Señor le mandó, en otras palabras, la FE de Abraham fue acreditada por sus obras, pues, la fe que salva se evidencia por las obras que dan testimonio de ser verdadera; "pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (He 11:6).
Por otra parte, es importante subrayar que la promesa de bendición estaba dirigida a todas las naciones, y no sólo a los hijos del pacto mosaico, pues, son herederos de la promesa todos los que tengan la misma fe que le fue contada por justicia al patriarca cuando aún su nombre era Abram.
En definitiva, el mensaje tras el impedimento de que Moisés entrara a Canaán era que la salvación no se recibe por cumplir las obras que mandaba la Ley mosaica, sino por poner nuestra confianza y dejarnos guiar por el Mediador de un pacto diferente, que nos salva por gracia. Ese Mediador es Jesús el Hijo de Dios, quien cumplió la Ley por nosotros, y pagó en la cruz por los pecados, no sólo de los descendientes de Abraham según la carne, sino de todos los que creen que su Sangre derramada en la cruz nos reconcilia con nuestro Creador.
Pues, bien, ya que es por fe, ¿qué nos manda Jehová entonces?: "Arrepiéntanse, y bautícense todos ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados les sean perdonados. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo" (Hch 2:38 RVC); "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (...) "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él" (Jn 3:17, 36).
** Considerando lo antes dicho, ahora podemos entender por qué Moisés cambió el nombre de Oseas a Josué, que en hebreo es Yehoshúa, pues el destino de Oseas era convertirse en un tipo de Jesús, porque es Jesús, y no Moisés, quien abre las puertas del Reino. El nombre Jesús es la traducción del hebreo al español de Yeshúa, que es el diminutivo de Yehoshúa, el nombre de nuestro Señor, que es el mismo nombre traducido como Josué, que significa "Dios Salva" o "Dios es quien salva", porque la salvación no depende de los hombres, sino de Dios.
*** El año séptimo (v.10) es el año del perdón, que está haciendo referencia a la obra de expiación hecha por Jesús en la cruz a nuestro favor, gracias a quien tenemos entrada a la vida eterna, que sigue vigente mientras Cristo siga llamando a la fe y al arrepentimiento, y culminará cuando Él vuelva por su iglesia en su segunda venida.
Así como Dios nos ha escogido en Cristo para ser receptores del perdón, Él espera que nosotros también perdonemos a quienes nos ofenden. De esta manera nos enseñó a orar Jesús: "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mt 6:12). Hay una parábola que habla de un siervo al que su amo le perdonó una deuda millonaria, pero una vez liberado de su deuda, el siervo no perdonó a su consiervo que le debía una suma muy inferior. Otros consiervos vieron lo sucedido, y lo acusaron con el amo; "Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas" (Mt 18:32-35), dijo nuestro Señor Jesucristo.
En cuanto a la fiesta de los tabernáculos (v.10), es un simbolismo que alude a la nueva condición del creyente renacido; pues, aunque nuestra ciudadanía cambió y ya no somos del mundo, sino del reino de los cielos, mientras sigamos con vida, seguiremos habitando en estos cuerpos mortales, en los cuales nos movemos, ya no como ciudadanos del mundo, sino como peregrinos y extranjeros.
De hecho, el Apóstol Pablo, en su segunda carta a los corintios, se refiere a nuestros cuerpos mortales como a "tabernáculos", debido a que no son nuestra habitación definitiva. Nuestra esperanza cierta es que cuando el Señor vuelva por su iglesia, esta tienda de campaña, que se deshace con el paso del tiempo, será transformada en un cuerpo celestial incorruptible, pues, lo mortal será absorbido por la vida, y habitaremos en la ciudad de Dios, la Jerusalén celestial, en cuerpos glorificados, junto a nuestro Señor Jesucristo.
Por tanto, lo que quiere decir esta palabra (vv. 10-13) es que, no basta con haber hecho una confesión de fe, sino que hay que vivir como hijos de Dios, perseverando en la fe y enseñando el evangelio a todo el mundo, durante todo el tiempo que dure nuestro peregrinar en la tierra, o hasta que el Señor venga por su iglesia.
EL SEÑOR ANUNCIA LA INFIDELIDAD DE ISRAEL
* Cuando todo va bien, los creyentes corremos el riesgo de olvidarnos de Dios. Muchos, de hecho, llegan a Cristo en tiempos de tribulación, pero después de que el Señor les ha concedido sus peticiones, no le dan la gloria a Él, sino que atribuyen la salida de sus aflicciones a todo tipo de circunstancias, menos al Señor, cuando lo que debemos hacer por cada bendición recibida del cielo, es testificar al mundo cuán grandes cosas ha hecho Dios por nosotros en Cristo, para que, por nuestro testimonio, muchos más sean alcanzados.
Asimismo, cuando oremos, pidamos conforme a Su Voluntad, y no para complacer nuestra naturaleza pecaminosa. Si así hacemos, el Señor se deleitará en concedernos las peticiones de nuestro corazón. Bien dijo el apóstol Santiago: "Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?" (Stg 4:3-5)
EL CÁNTICO DE MOISÉS
* No es coincidencia que el libro del profeta Isaías, (quien desarrolló su ministerio en Jerusalén entre 740 y 685 a.C.), comienza casi de la misma manera que este cántico. Isaías fue testigo de la caída de Israel, el reino del norte, en manos de los asirios en 722 a.C., y hacía lo imposible por evitar la caída de Jerusalén, (cuya caída en manos de Babilonia ocurrió unos cien años después de la muerte del profeta). Las palabras que siguen, expresadas por Jehová a través de Isaías, en tiempos en que el reino de Judá seguía los mismos pasos que llevaron al desastre a su hermana, la rebelde Israel, muestran cómo se iba cumpliendo cada palabra de la profecía contenida en este cántico: "Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento. ¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños. Y queda la hija de Sion como enramada en viña, y como cabaña en melonar, como ciudad asolada. Si Jehová de los ejércitos no nos hubiese dejado un resto pequeño, como Sodoma fuéramos, y semejantes a Gomorra." (Is 1:2-9 RVR60).
De más está decir que las palabras de este cántico también deben ser tomadas como una advertencia contra todo el que se levanta contra el Señor. Jesús dijo que no debemos temer a lo que pueda hacernos el hombre, sino, más bien, debemos temer a Aquél que puede matar el alma y el cuerpo en el seol, refiriéndose al Dios Altísimo. Dios está llamando, y ha sido más que paciente, esperando a que todos procedan al arrepentimiento, y se vuelvan a Él, pero llegará el momento en que las puertas se cerrarán, y ya nadie más podrá entrar al Reino.
Ese mismo día, Jehová habló a Moisés y le dijo que subiera al monte de Abarim, al monte Nebo, situado en la tierra de Moab, frente a Jericó, desde donde iba a contemplar de lejos la tierra de Canaán que Israel iba a recibir en herencia, pero que él no iba a entrar en ella, por cuánto, junto a Aarón, habían pecado en Meriba y que, así como Aarón ya había muerto, Él también lo haría sobre ese monte, para ser reunido a su pueblo. (32:48-52)
BENDICIONES DE MOISÉS AL PUEBLO
* La BTX traduce: "aunque sus varones sean pocos...". Rubén era el primogénito de Jacob (Israel), hijo de su primera esposa Lea, pero perdió su primogenitura cuando traicionó a su padre durmiendo con una de sus concubinas. La primogenitura, dice la Palabra, pasó a José, el primer hijo de Jacob con Raquel, su segunda esposa, a la que él amaba.
* Como dijimos anteriormente, la primogenitura de Rubén pasó a José, sin embargo, en el Salmo 78:67-72, Asaf, inspirado por el Espíritu Santo, dice que Jehová, debido a la rebelión de Israel: "Desechó la tienda de José, y no escogió la tribu de Efraín, sino que escogió la tribu de Judá, el monte de Sion, al cual amó..." para edificar su santuario. Judá es el hijo de Israel del cual procede el Mesías, el León de Judá, como las Escrituras llaman a Jesucristo. Sin dudas estas palabras aluden a Jesús.
* La tribu de Leví fue escogida para ejercer el sacerdocio, y servir en el tabernáculo, debido a que, cuando ocurrió el evento del becerro de oro, fueron ellos quienes se pusieron del lado de Moisés, y sin importar parentesco o amistad, mataron a espada a unos tres mil hombres que habían adorado al becerro, y no se habían arrepentido, dando testimonio con esta acción de haberse consagrado a Jehová, porque lo pusieron a Él en primer lugar.
* Benjamín era el hijo menor de Jacob, el segundo hijo de Raquel. Como veremos más adelante, la tribu de Benjamín fue la única que permaneció desde el principio junto a la tribu de Judá en lo que se conocía como Reino del sur, después de la división de Israel en dos reinos, cuyo trono estaba en Jerusalén. Benjamín siempre habitó confiado en el lugar donde el nombre de Jehová era invocado.
* José es uno de los personajes bíblicos que mejor simboliza a Jesús el Mesías, y esta profecía lo hace ver. Asimismo, en sus dos hijos, Manasés y Efraín, podemos visualizar a los dos pueblos que en la cruz forman un solo pueblo para servir a Dios: judíos y gentiles, respectivamente, unidos en Cristo, en el mismo Espíritu.
* Jacob tuvo doce hijos y una hija. Seis de sus hijos los tuvo con Lea, la esposa despreciada (Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón); dos hijos tuvo de Bilha, sierva de Raquel (Dan y Neftalí); dos hijos de Zilpa, sierva de Lea (Gad y Aser); dos hijos de Raquel su esposa amada (José y Benjamín), y su única hija fue Dina, hija de Lea.
** Llama la atención que no aparece ninguna referencia a la tribu de Simeón en estas bendiciones. Quizás fue un error de los copistas que omitieron el nombre (¿en el versículo 11 tal vez?) al transcribir las Escrituras.
* Las bendiciones de Moisés a cada tribu son una luz de esperanza para el pueblo, pues, habla de la fidelidad de Jehová que no termina, sobre lo cual los hijos de Israel necesitaban oír, tras haber recibido el cántico que era una dura advertencia de lo que iban a padecer, por desviarse de los caminos de Jehová. Las palabras de Moisés son, además, la última oración de intercesión del profeta por la nación de Israel ante Dios.
MUERTE DE MOISÉS
Luego de esto, Moisés ascendió al Monte Nebo, frente a Jericó, y el Señor le mostró el territorio que Israel iba a heredar. Moisés murió en la tierra de Moab, a los ciento veinte años. Su cuerpo quedó sepultado allí, pero ningún hombre conoció el lugar de su sepulcro. Durante treinta días, Israel lloró la muerte de su líder. A partir de entonces, Josué - lleno del Espíritu de Sabiduría, porque Moisés puso sus manos sobre él - tomó su lugar a la cabeza de Israel, para introducirlo en la tierra prometida. Concluye el escritor del último capítulo de Deuteronomio diciendo: "nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara; nadie como él en todas las señales y prodigios que Jehová le envió a hacer en tierra de Egipto, a Faraón y a todos sus siervos y a toda su tierra, y en el gran poder y en los hechos grandiosos y terribles que Moisés hizo a la vista de todo Israel". (34:1-12)
* Así concluye el Pentateuco; sin embargo, no estaba todo dicho, la historia de redención siguió su curso, y al último comentario de este libro que dice: "nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien haya conocido Jehová cara a cara" (v.10), debemos agregar ... Hasta que vino Jesús el Hijo de Dios, que es el Mesías prometido, del cual Moisés habló al pueblo diciendo: "Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis" (Dt 18:15 RVR60).
Porque Jesús es mayor que Moisés: Él nos dio a conocer, en su humanidad, la imagen del Dios viviente. Por medio de Él fueron hechas todas las cosas, pues Él es el Logos del Dios Creador del cielo y de la tierra. En Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. Lo que Moisés ignoraba, Cristo lo sabía, porque Él es desde el principio.
Moisés, por medio de su Ley, guio a los hijos de Israel hasta las fronteras de la tierra prometida, es decir, hasta la manifestación del Mesías enviado a redimir; en tanto que Jesús, el Mesías, es el que abre el camino a la eternidad, a través de su sacrificio y resurrección, liberándonos de la esclavitud del pecado, y trasladándonos de las tinieblas del mundo a su luz admirable. Es Jesús el verdadero Redentor de Israel.
Ahora Él nos pastorea por medio de su santo Espíritu a través del proceso de santificación, y va produciendo de día en día la transformación de todos los escogidos a la imagen de Aquél que nos creó, la cual se perfeccionará el día en que el Rey y Señor vuelva, para decirnos: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo". (Mt 25:34 RVR60)